Hace un siglo, el uruguayo Gerardo Matos Rodríguez primero, y luego el argentino Pascual Contursi, probablemente no imaginaron que los recordarían tanto. Incluso cantores como Carlos Gardel y reconocidos directores de orquesta, como Juan d’Arienzo y Osvaldo Pugliese, sumaron a su repertorio, encantados, a “La cumparsita”. Este himno popular y cultural de Uruguay –definido así por una ley aprobada en 1998– lo compuso el joven estudiante Matos Rodríguez para La Cumparsa, un grupo de carnaval formado por la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay, en 1915 o 1916, y fue ejecutado por primera vez como tango en el café La Giralda (ubicado en la esquina montevideana de 18 de Julio y Andes), en 1917, por el maestro Roberto Firpo, quien era entonces una de las máximas figuras del género. Luego se transformó, rápidamente, en el centro del repertorio tanguero a ambos lados del Río de la Plata.

Lo llamativo de este centenario fue que, en paralelo, también motivó que numerosas objetos, documentos, fotografías, datos y recuerdos de Matos Rodríguez pasaran formalmente a integrar un acervo histórico. Este archivo es una amplia colección de fotografías, partituras, correspondencia personal y profesional que la familia confió al Museo y Centro de Documentación de la Asociación General de Autores del Uruguay (AGADU). Tanto en el cuidado libro Becho y un tango. Un amor que cumple 100 años, editado por el Centro de Fotografía (CdF Ediciones, 118 páginas), como en la selección que se presenta en la fotogalería de la plaza Cagancha se registran viajes, familiares y amigos del compositor uruguayo, así como espacios emblemáticos, entre ellos el del propio café La Giralda cuando Firpo estrenó lo que se convertiría en el tango más famoso de la historia, con Matos Rodríguez entre el público.

Más de una vez Firpo recordó aquel acontecimiento: “En 1916 yo actuaba en el café La Giralda cuando un día llegó un señor acompañado de unos 15 estudiantes, para decirme que traían una marchita y querían que yo la arreglara, porque pensaban que allí había un tango. La querían para la noche, porque la necesitaba un muchacho llamado Matos Rodríguez. En la partitura en 2x4 aparecía un poco la primera parte, y en la segunda no había nada [sic; probablemente quiere decir que no estaba lo que fue luego la segunda parte]. Conseguí un piano y recordé dos tangos míos compuestos en 1906 que no habían tenido ningún éxito, ‘La gaucha Manuela’ y ‘Curda completa’, y le puse un poco de cada uno. A la noche lo toqué con Bachicha Deambroggio y Tito Roccatagliatta. Fue una apoteosis. A Matos Rodríguez lo pasearon en andas. Pero el tango se olvidó; su gran éxito comenzó cuando le adosaron la letra de Enrique Maroni y Pascual Contursi”.

En el archivo hay también magníficos afiches que anuncian presentaciones de “La cumparsita”, y ocurrentes retratos de época: Matos Rodríguez de traje, de malla de baño, de boina, tomando sol, caminando con “los muchachos”, sentado a la mesa de un bar (al dorso se lee: “Por la cabeza que aparento tener, no puedo negar la enorme inteligencia que me satura”). También lo podemos ver entre los integrantes de la Troupe Ateniense, en su apartamento de la calle Corrientes, frente al piano (“Mi piano. Malo pero marcha. Trabajo ansiando el éxito”, escribió, vaya uno a saber si previendo la trascendencia después de haber compuesto la música de “La cumparsita”), posando en el hipódromo, compartiendo un viaje con el pintor Benito Quinquela Martín, muralista de La Boca, o en una escena de la película Las luces de Buenos Aires (Adelqui Millar, 1931), primer éxito comercial de Gardel, que se filmó en Francia, y con cuya musicalización colaboró el compositor uruguayo.

Así, este conjunto de fotografías da cuenta del ambiente tanguero a lo largo de la primera mitad del siglo XX, y a la vez del recorrido de Matos Rodríguez, que además del éxito que todos reconocemos compuso alrededor de 80 obras más, algunas de ellas con textos propios y otras escritas en conjunto con letristas de la época, como Enrique Cadícamo (“Che papusa, oí”, una de sus preferidas) o con el poeta Fernán Silva Valdés (“Margarita Punzó”), y otras como “Mocosita”, “Adiós Argentina”, “La milonga azul” y “San Telmo”.

De algún modo, Becho y un tango retoma ciertas curiosidades, como el hecho de que “La cumparsita”, aunque no corresponda considerarla una obra singularmente valiosa desde el punto de vista musical, se haya convertido en el prototipo de lo tanguero. Sobre esto, hace unos meses el bandoneonista Néstor Vaz comentó a la diaria que, incluso dentro de la obra de Matos Rodríguez, hay otros tangos más logrados, pero que el fenómeno de aquella “marchita” tenía que ver con cierta magia que, para él, es parte de los “misterios del tango: el porqué de ‘La cumparsita’, dónde nació Gardel, cómo nació el tango, cómo llegó el bandoneón. Son una serie de misterios que forman parte del tango y ayudan a su mística”. Al igual que estas fotografías.