Si la generación de los creadores de la revolución del rock está comenzando a abandonar este planeta, sorprendiéndonos con la sencilla evidencia de que envejecieron en los últimos 50 años, los colosos de la generación de la vanguardia del jazz a veces nos sorprenden al morir, porque hasta nos habíamos olvidado de que estaban vivos. Ese fue el caso, a principios de este mes, ante el fallecimiento del colosal multiinstrumentista y compositor Muhal Richard Abrams (1930- 2017), quien fue una de las figuras más animadas del mundo del free jazz –como colaborador del Art Ensemble of Chicago y autor de un disco extraordinario y vanguardista, Levels and Degrees of Light (1968), que pronto cumplirá el medio siglo– y que ya había cumplido 87 años.

De todos modos, Abrams era joven en comparación con el casi centenario Jon Hendricks, quien falleció el miércoles de esta semana a los 96 años, seis décadas después de que –ya siendo un artista experimentado– alcanzara un gran éxito en Estados Unidos como integrante del trío de cantantes Lambert, Hendricks & Ross. Hendricks fue el pionero del vocalese, un estilo de canto (y composición) en el que la voz y la letra tomaban el lugar preponderante en un tema originalmente concebido como instrumental, agregándole palabras y significados, tanto escritos como improvisados. A diferencia del scat singing, que incorpora sílabas y onomatopeyas sin sentido como sustituto (o complemento) de las notas de los instrumentos, el vocalese incorporaba (como también lo hacen muchas veces las murgas) un texto a una melodía ya conocida, algo particularmente complejo teniendo en cuenta que fue introducido por Hendricks en plena época del be bop, con sus composiciones de tempos rápidos y llenas de notas, tan difíciles de seguir con la garganta como de encontrarles palabras que se adecuen a sus melodías.

Jon Hendricks había nacido en Ohio, dentro de una familia de 15 hermanos, y se había destacado como cantante en la parroquia de su padre desde los siete años de edad. Prodigio y celebridad local, fue tentado a sumarse a varias de las big bands que pasaron por su ciudad, pero se negó a hacerlo hasta mediados de los años 50. Cuando ya pensaba en dedicarse a un trabajo más serio, el legendario saxofonista Charlie Parker –quien lo escuchó cantar durante una de sus giras– le sugirió que fuera a Nueva York a probar suerte con su voz. Ya medianamente establecido como cantante en la Gran Manzana, Hendricks formó compañía con otros dos cantantes ascendentes, Annie Ross y Dave Lambert, con quienes formaría el ya mencionado y exitoso conjunto vocal Lambert, Hendricks & Ross. Fue en ese trío que, junto a Lambert –un investigador y experimentador de las posibilidades de la voz en el jazz– desarrollaron lo que se conocería como vocalese, empleándolo para convertir en canciones varios de los éxitos instrumentales de Count Basie, que reunieron en el disco Sing a Song of Basie (1957). Disuelto el grupo por la muerte en un accidente de tráfico de Lambert, Hendricks prosiguió desarrollando su estilo y su capacidad como letrista, escribiéndole textos a melodías contemporáneas de la importancia de “Goodbye, Pork Pie Hat”, compuesta por Charlie Mingus en honor al gran saxofonista Lester Young (es una letra distinta de la agregada por Joni Mitchell en su álbum Mingus, de 1979), o pasando al inglés canciones de los brasileños João Gilberto y Vinícius de Moraes.

Admirado por músicos tan diversos como Van Morrison, Bobby McFerrin o los Grateful Dead, con quienes llegó a colaborar, Hendricks alcanzó uno de sus mayores éxitos junto a una formación directamente inspirada en su trabajo de los años 50, la megabanda de jazz rock The Manhattan Transfer, para la que escribió la letra de la versión cantada de “Birdland”, posiblemente la mayor composición del supergrupo de fusión Weather Report, que se convertiría en uno de los mojones de las actuaciones en vivo de The Manhattan Transfer. Un showman en todos los sentidos de la palabra, Hendricks continuó presentándose en vivo, con su voz disminuida pero su sentido del ritmo intacto, aun siendo un nonagenario, algo que había incorporado a sus espectáculos con un distintivo sentido del humor.

Uno de sus admiradores, más popular en estas latitudes, el maestro del scat singing Al Jarreau –fallecido en febrero de este año, y que era 20 años menor que Hendricks–, lo definió alguna vez como “el mejor cantante de jazz de este planeta, tal vez el mejor que haya habido alguna vez”. Sus aportes líricos, que jugaban muy libremente con las palabras y solían homenajear a los autores originales de las composiciones, fueron calificados de triviales por algunos puristas, pero para otros –que consideraban a Hendricks un pionero de todos los numerosos estilos de improvisación de la música negra en los últimos 40 años–, su habilidad lúdica con los textos era comparable con la de James Joyce, y por eso lo llamaban “el poeta laureado del jazz”.