Con una muestra conjunta, el Centro Cultural de España (CCE) y la galería Xippas inauguran hoy a las 19.00 en el CCE Un expresionismo feroz, trabajo con el que llega a Montevideo uno de los legendarios referentes de la fotografía contemporánea: Alberto García-Alix, nacido en León en 1956. Esta muestra se enmarca en el Festival de Fotografía MUFF (se puede ver el programa completo en http://ladiaria.com.uy/UQP), al igual que la entrevista pública de Ricardo Ramón Jarne, curador de la muestra y director del CCE, con García-Alix, que se llevará a cabo el lunes a las 19.30 en la sala azul de la Intendencia de Montevideo, luego de que se proyecte (a las 18.45) el documental biográfico De donde no se vuelve (2008), dirigido por el artista coruñés Nicolás Combarro.

Esta exposición, coproducida por el CCE, el Centro de Fotografía y la galería Xippas, abarca los últimos hallazgos estéticos de García-Alix y, según los organizadores, se puede considerar la más vanguardista de su obra, ya que las fotografías de motos “son el hilo conductor de una ruta artística y de vida que incluye paisajes, retratos, autorretratos y edificios solitarios”, donde el autor protagoniza una “increíble, sincera y brutal introspección en sí mismo y en su mundo más íntimo”, mediante un recorrido histórico por sus diferentes épocas. El curador adelanta que esta muestra presenta desde las primeras instantáneas tomadas por el artista en 1975, durante una carrera de motocross (de hecho, él era aficionado a esas competencias, y ver a un amigo de su hermano registrándolas fue lo que lo llevó a comprarse su primera cámara), hasta la inauguración en 2007 de un “renovado discurso fotográfico”, en el que logró impulsar la expresión “de sentimientos y emociones por encima de la representación de la realidad objetiva”.

Lo más recordado de su trabajo se remite, por supuesto, a los icónicos primeros años de la transición española después de la dictadura de Francisco Franco, en el comienzo de los años 80 del siglo pasado, cuando García-Alix fue uno de los protagonistas en la documentación del movimiento cultural conocido como la “movida madrileña”, marcada por el rock, el punk y el “destape” de hábitos y consumos antes perseguidos o marginales, literalmente desenfrenados por el cambio de régimen. Sus obras de aquella época registran una convivencia convulsa y dan testimonio de la violencia, la noche, el sexo, los piercings, las motos, las drogas y los tatuajes, sin renunciar a su riguroso blanco y negro.

A lo largo de los años, el fotógrafo se ha mantenido fiel a su inclinación por el retrato, con poderosas imágenes de personalidades como el cineasta Pedro Almodóvar, las actrices Rossy de Palma y Emma Suárez o el músico Camarón de la Isla, entre otros, así como logradísimas tomas de desnudos directos, expresivos y nada pudorosos. Su obra se identifica como un documento social y personal, también en trabajos más recientes, de 2007 y 2008, durante largas estadías en Francia y China. En la actualidad se mantiene en la búsqueda de la sencillez y la profundidad, sin abandonar la fotografía química ni tolerar los trucos, pero está lejos de atarse a la reiteración de las fórmulas que lo llevaron a la notoriedad, y desde hace una década ha comenzado a incursionar en el video, acompañando sus imágenes con textos propios que él mismo lee desde la banda de sonido. Entre otras distinciones, fue nombrado caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, y recibió los premios Nacional de Fotografía de España y PhotoEspaña. En 2009, el museo Reina Sofía de Madrid presentó una exposición antológica de García-Alix que es hasta hoy la muestra más visitada en esa institución.

En cuanto al rol y los límites de su oficio, hace unas semanas comentó a un medio español que un día, cuando estaba en París, vio cómo se suicidaba una mujer: “Yo estaba en un noveno, y ella se tiró del piso 11. Estaba apoyado en la ventana y cayó por detrás. Oí un ¡bum!, me asomé y abajo había una figura espachurrada. Me di cuenta de que era un suicidio cuando vi los zapatos, cada uno por un lado, tirados a lo lejos, que habían saltado del golpe. Enseguida vi salir la mancha. La primera idea fue coger la cámara. Pero ahí está el límite. He ido a México y he retratado a una mujer asesinada con 18 puñaladas. Pero en ese momento ya tengo la conciencia de que esa foto me habla sobre la violencia contra la mujer. Si es estéticamente potente o no, depende de cada momento. En el caso del suicidio, cuando cogí la cámara me dije: ‘¿Qué hago?’. No me sentí bien conmigo mismo como depredador de la imagen”.