Así como hay cierto tipo de gorduras a las que a uno le dan ganas de abrazar, la cara de François Damiens se presta a ser golpeada. No es nada personal, es algo puramente táctil, sensorial y preverbal: uno ve esa cara, los cachetes barbudos un poco abombados y esos ojos momificados en una bondad canina con algo de enajenado, y quiere que le pasen cosas.

Y le pasan. El personaje, Philippe Mars, sufre varios vejámenes: llega a sangrar tras un fuerte piñazo en la nariz, y en un absurdo accidente su oreja será limpiamente rebanada por una cuchilla de carnicero. Como es medio pelirrojo, y a partir del primer tercio del film lleva un vendaje donde le falta la oreja, se parece a Vincent Van Gogh, una ocurrencia que les llegará a todos los personajes que se topan con él, y que no hace más que redoblar lo tragicómico de la situación.

Pero Mars no está loco, o al menos no lo está en primera instancia. O más bien, si le aquejara algún tipo de locura, sería la de estar demasiado adaptado, ser excesivamente funcional al sistema. Incluso podría decirse que nunca hace nada mal, actúa frente a cada estímulo de la manera más racional y civilizada que podría requerirse, pero esta rectitud es parte intrínseca de lo que lo terminará de enloquecerlo.

En primera instancia, no hay nada necesariamente terrible en su vida: tiene trabajo, sus hijos son sanos e inteligentes (pese a que el varón no tiene particular interés en el estudio y la mujer es una millennial soberbia, obsesionada con la excelencia académica) y vive en lo que la mayoría de las películas francesas presentan como un “hogar de clase media”. Sin embargo, Philippe se encuentra atrapado, en su trabajo, sus pequeños gestos vacíos y una especie de cordialidad fría que no le permite un contacto real con su familia ni con el resto de sus allegados.

Los únicos momentos en los que esa especie de olla a presión que es su cabeza tiene fugas son aquellos en los que fantasea o alucina con sus padres difuntos (las escenas más flojas del film) o sueña que es un astronauta. Esta referencia es llamativa por la curiosísima coincidencia con el film uruguayo La cáscara (Carlos Ameglio, 2007), en el que también teníamos a un protagonista fantaseando/enloqueciendo con la posibilidad de ser un astronauta, alejado o desconectado del resto del mundo. La referencia no se queda en lo estético; hay varios puntos del trasfondo emocional ligeramente absurdo que son compartidos por las dos películas.

Noticias de la familia Mars sigue un carril tragicómico y absurdo en escalas menores (de hecho, podría seguir en él sin necesidad de pegar ningún volantazo), pero pronto ese tono ligeramente alejado y extraño en la vida de Philippe tiene un vuelco, cuando un ex compañero en pleno proceso psicótico acude a su casa para pedirle asilo temporario. El tipo acaba de escaparse de un hospital psiquiátrico y fue el responsable (“accidentalmente” es darle demasiado crédito) de que perdiera la oreja, pero aun así Philippe le da cobijo. A partir de esa visita, la película tomará un tono rocambolesco, a medida que empiezan otras imprevistas llegadas a la casa: una mujer descompensada a la que su compañero conoció en el hospital; unas ranas robadas por su hijo (recientemente convertido al veganismo) para evitar que sean disecadas en la clase de biología; el perro faldero encajado a prepo por la hermana artista de Philippe.

Hay un paradigma clásico en las películas con un personaje opaco dándose de lleno contra la locura de un desconocido. Por lo general ese choque termina habilitando al protagonista a reapreciar su vida, “enloqueciendo” un poco para vivir más intensamente. Noticias de la familia Mars podría adecuarse perfectamente a este modelo si no fuera porque todo parece estar corrido un semitono más abajo. El aprendizaje, más que basarse en redescubrir la belleza de la vida, parece ir más por el lado de amigarse con la propia pulsión de muerte. Cuando esperamos una carcajada, sólo nos quedamos con una sonrisa bordeando la mueca, y cuando bordea la tragedia, sonreímos. Cuando hay un gag de humor casi físico, la cámara sigue al protagonista, dilatando la escena, y en otros momentos estallidos de agresividad e inusitada violencia parecen surgir de la nada, haciéndonos pensar –engañosamente– que todo cambiará a partir de esos episodios (uno de ellos relacionado con un frío acto de crueldad contra un animal), sin que ocurra tal cosa y sin otras consecuencias evidentes.

Son estas felices rarezas de tono lo que permiten a esta película diferenciarse de un montón de otras de su ramo. En ese sentido, el final crea una paradoja: a nivel de estilo, se la juega por ir un paso más allá de lo que venía proponiendo, pero en su arrojo parece, al mismo tiempo, traicionar el horizonte moral que parecía irse delineando. Digámoslo así: la película es buena en la medida en que a partir de cierto momento nos hace creer que cualquier cosa puede pasarle al protagonista; es floja cuando esa “cualquier cosa” intenta dejarnos a todos contentos.

Noticias de la familia Mars (Des nouvelles de la planète Mars), dirigida por Dominik Moll. Francia/Bélgica, 2016. Con François Damiens y Vincent Macaigne. Cinemateca Pocitos.