Asamblea Ordinaria tiene 36 años de existencia, 30 de ellos con su actual formación de trío integrado por Carlos Giráldez, Guillermo Lamolle y Francisco Rey, pero había editado sólo cuatro o cinco discos (depende de si se cuenta o no el colectivo Enzalada, de 1987, que incluía dos canciones con una integración anterior – Marcelo Aguiar, Giráldez y Rey– y otras cuatro de Lamolle como solista). Los demás fueron A modo de comienzo (1986), Yo nunca fui (1989), Vaivenes (1999) y El saber de los años (2006), a los que se agrega ahora este No hay con qué darnos, que se presentará hoy a las 20.30 en El Chamuyo (25 de Mayo 591).

Los anteriores pueden ser útiles para los interesados en conocer la obra del grupo, pero para que haya interesados es necesario explicar un poco esa obra, y no es fácil. Para empezar por algún lado, Asamblea Ordinaria es, en lo instrumental, básicamente un trío de guitarristas, y uno muy notable, que puede evocar (y a menudo lo hace) nada menos que el sonido de los acompañantes de Alfredo Zitarrosa, pero que en materia de armonías y arreglos va y viene entre esa referencia canónica y territorios mucho menos habituales.

Sus criterios de composición están emparentados con varios de los artistas más interesantes del llamado canto popular, en particular Los Que Iban Cantando (y muy especialmente Jorge Lazaroff) y Leo Maslíah. Hay intención de moverle un poco o mucho los esquemas al oyente, tanto en lo musical (evitando fórmulas trilladas o utilizándolas de modo inusual) como en las letras, muy trabajadas y que juegan con el humor, ya sea porque –a veces– ese es su objetivo o porque producen un tipo de sorpresa o incomodidad que puede llevar a la risa. Hablamos del grupo que canta “Yo / nunca fui / al Barrio Sur [...] / pero / a Palermo / tampoco fui”, con un tipo de acompañamiento y una manera de emitir la voz que fueron, y aún son, la quintaesencia de cierta forma mediocre de interpretar canciones candomberas. O sea, de algo que es a la vez un chiste de humor absurdo y un comentario crítico afilado.

Es una propuesta que incluye mucha racionalidad, pero no puramente intelectual, sino atravesada por momentos de lirismo e incluso de rabia, bastante más rockera en su espíritu que mucho de lo que se considera, por su apariencia, rockero. Es algo que puede resultar muy divertido pero no de humoristas. Y es, también, una combinación de música y canto que implica mucho placer por parte de los artistas y lo genera en el público.

No hay con qué darnos tiene todo eso y mucho más. Abarca desde composiciones instrumentales muy logradas (empezando por la que le da nombre al disco, que combina tres piezas creadas en forma independiente por los integrantes del grupo), hasta canciones tan inclasificables como “Órbita”, que parece murguera al comienzo y en otros momentos, pero tiene base de reggae, canto operístico por trechos, y pasajes de guitarras en ese estilo asociado con Zitarrosa que no esperamos con los otros ingredientes, ni junto a una letra llena de palabras esdrújulas, que puede hacer reír pero desde que otro punto de vista van totalmente en serio. Hay otras canciones memorables, y entre ellas es inevitable destacar dos de Rey, “Ese y este vals” y “¿Sabés cómo me tienen?”, con textos que deberían figurar en cualquier antología razonable de las últimas décadas. De yapa, hay un tema de Jorge Lazaroff sobre un texto de Mercedes Rein que nos ayuda a recordar de dónde viene esto y hacia dónde sigue yendo. Vayan a verlos, consigan este disco y los otros. Vale la pena.

No hay con qué darnos, de Asamblea Ordinaria. Perro Andaluz, 2017.