En 2010 la dibujante e historietista Sarah Glidden se embarcó en un viaje por Siria, Turquía e Irak, junto con Sarah Stuteville, Alex Stonehill y Jessica Partnow, amigos suyos y periodistas de la publicación sin fines de lucro The Seattle Globalist, y un cuarto amigo, de la infancia, Dan O’Brien. La historia es real y todo lo que se cuenta en este extenso libro, diagramado rigurosamente con dameros de nueve viñetas por página, está documentado, basado en fotos y grabaciones recogidas de primera mano por el grupo.

Los periodistas viajaron en busca de reportajes y crónicas en varios formatos, para vender en distintos medios y solventar así su trabajo independiente. O’Brien, que había participado en la invasión estadounidense a Irak, se sumó para saber más de los kurdos y los árabes. La autora financió su participación mediante una campaña de recolección de fondos en Kickstarter con la promesa de realizar este libro, cuyo objetivo fue dejar testimonio de lo que viera y de la interacción entre sus amigos, como un reportaje dibujado sobre el reportaje periodístico.

Afirmar que Oscuridades programadas es la obra maestra de Glidden puede ser bastante apresurado, ya que la autora tenía poco más de 30 años cuando lo hizo, y su carrera todavía se sigue construyendo. Pero la pasión que provoca su lectura, así como los niveles de reflexión, autoconciencia y autocrítica que plantea dan la impresión de que, visto en perspectiva, será sin duda un punto alto en su bibliografía.

“¿Qué es el periodismo?”, se pregunta en el prólogo. La inquietud al respecto se va desarrollando a lo largo del libro, por medio de decenas de situaciones, conversaciones y reflexiones, hasta que al final llega a una suerte de conclusión que es parte de su aprendizaje. Ella, al igual que sus compañeros de ruta, todos treintañeros, evoluciona durante los dos meses que dura el viaje.

Los periodistas y la historietista se consideran de izquierda y tratan de hacer su trabajo de la forma más honesta y amplia posible. Tienen una visión muy crítica sobre las decisiones políticas y militares del gobierno estadounidense, y con sus reportajes buscan mostrar en su propio país la otra cara de una invasión que su gobierno les vendió como una iniciativa por la libertad y los valores democráticos. Lo interesante es que ellos mismos, y principalmente Stuteville, aparecen como personajes que fallan en una partecita de lo que se proponen. El personaje más interesante es O’Brien, ex marine e hijo de militantes de izquierda, que por momentos parece impenetrable ante las preguntas de Stuteville, quien quiere ver en él al prototipo del militar cargado de estrés postraumático. En esos diálogos no sólo juega la parte periodística, sino también la amistad entre dos personas que eligieron distintos caminos. Glidden los pinta a todos como seres tridimensionales, aunque discretamente ella se retira a un segundo plano, y aparece más como testigo que como protagonista.

El libro trabaja mucho sobre el tema de las contradicciones entre lo que se dice y lo que se hace, entre los fines y los medios, entre la ideología y la acción real. Muestra una cara humana y compleja de cierta parte de la población de Estados Unidos a la cual, por lo general, sólo accedemos a través de medios de comunicación independientes y menores. La historieta, en este caso, viene a oficiar como un medio de mayor alcance para conocer a ese tipo de personas.

Glidden tiene, como dibujante, una línea muy simple y hasta naíf, pero buen pulso para retratar sutilezas en algunos gestos y acciones. Además, la mencionada grilla de nueve viñetas por página aporta un ritmo uniforme que agrega interés a lo que va contando y a las disyuntivas que afrontan los protagonistas.

Todo lo que cuenta transcurre poco antes de la llamada “primavera árabe”, aquella serie de revueltas con amplia cobertura mediática contra los gobiernos de Túnez, Libia, Egipto, Yemen, Siria y Baréin que comenzó en 2010 y tuvo réplicas de menor entidad en otros países. De hecho, en la parte en que recorren Siria ni siquiera se llega a mencionar a Estado Islámico.

Las entrevistas programadas y los encuentros casuales que retrata Glidden aportan una gran cantidad de historias de refugiados, exiliados, expulsados y disidentes de distintas edades y países. Ponen al ex marine ante las consecuencias de las decisiones de su país y las acciones militares en las que él mismo participó, y es fascinante ver sus reacciones. En ese sentido, el libro es como una cachetada de autocrítica entre estadounidenses, pero en parte también para los que lo vemos de afuera, ya que, con más o menos fuerza, todos tendemos a pintar el mundo con brocha gorda.

La historieta periodística se desarrolló mucho en los años 90 del siglo pasado, gracias a los trabajos sobre Palestina y Bosnia del estadounidense Joe Sacco (uno de cuyos libros, editado por Random House, es posible conseguir en Uruguay), aunque se pueden rastrear antecedentes muy anteriores. En Uruguay un ejemplo reciente está en las crónicas de Alejandro Rodríguez Juele sobre su viaje a Congo, publicadas en 2015 por la revista Lento. Glidden se ha especializado en este género y en su sitio web, sarahglidden.com, se pueden ver varios de sus trabajos, incluso alguno en español (su esposo es argentino). Pero lo cierto es que estas 300 páginas de Oscuridades programadas tienen otro grado de ambición y alcanzan un punto muy alto de lo que se puede lograr en ese terreno.

Oscuridades programadas, de Sarah Glidden. Salamandra Graphic, España, 2017. 304 páginas.