La trama no podría ser más ochentosa, pero a la vez es completamente millennial: Josh (Josh Hutcherson) es un joven conserje y limpiador de un laboratorio quien, a primera vista, no parece tener ningún talento en particular, salvo el de jugar videojuegos, algo a lo que se dedica con más pasión que a ninguna otra cosa (salvo la masturbación, tal vez), y está obsesionado en particular por un juego llamado Biotic Wars, que tiene como principal atractivo ser (aparentemente) imposible de ganar. Pero el porfiado Josh lo consigue completar –luego de dedicarle un número absurdo de horas–, y eso produce la aparición de dos guerreros del futuro llamados Tiger (Eliza Coupe) y Wolf (Derek Wilson), quienes le comunican que el juego era en realidad una complicada prueba para descubrir al “hombre del futuro”, el guerrero que salvará a la humanidad de un porvenir siniestro en el que los hombres han sido convertidos en una especie de autómatas sin voluntad llamados biotics, ante los cuales se alza una casi exterminada fuerza de resistencia a la que pertenecen los viajeros del tiempo. En compañía de sus nuevos aliados, Josh intentará cambiar el futuro, mediante intervenciones tanto en la actualidad como en la década de los 60, la de los 80 y la próxima de este siglo, jugando con las paradojas temporales que produce.
Referencia evidente a la saga de Terminator –pero con numerosas guiñadas a The Matrix, Regreso al futuro, Galactica, 2001: Odisea del espacio (con la que la serie tiene una particular obsesión) e incluso Busco mi destino–, Future Man se inscribe en cierta forma en la pequeña tradición de series de ciencia ficción cinéfilas y metadiscursivas como las animadas Futurama o Rick and Morty, pero con personajes de carne y hueso, una producción mediana, un elenco más o menos ignoto y ambiciones moderadas. Sin embargo, el resultado es excelente y, a pesar de su más bien bajo perfil, es de lo mejor que se ha visto en comedia este año.
Uno de los grandes fuertes de la serie está en el trío protagónico, que no sólo tiene una gran química interna, sino que cuenta además con la ventaja de la novedad de sus roles como comediantes y la libertad que les permite lo relativamente desconocido de sus rostros. La principal sorpresa es Hutcherson, quien no parece el mismo galán sensible y desempoderado de Los juegos del hambre, a tal punto que al principio cuesta reconocerlo a pesar de su aire familiar (es difícil de argumentar, pero tiene además un aspecto un tanto... montevideano, algo en cuya argumentación no voy a desperdiciar espacio). Tal vez sea por la monumental falta de sentido del humor de aquella saga que el actor brilla tanto en su rol de “hombre del futuro”, un fracasado entrañable (aunque previsiblemente vaya demostrando sorpresivas habilidades) propenso a cierta resignación fatalista, lejos de los clichés de nerd en los que podría caer. Coupe está perfecta como la soldado Tiger, sensual pero dura y pesimista como la Linda Hamilton de Terminator 2, y el recién llegado Wilson compone a Wolf como un soldado brutal que –en contacto con los placeres burgueses de nuestra época– se va ablandando, deja emerger una personalidad sensible y logra los momentos más hilarantes de la serie.
Future Man tiene mucho del sentido del humor algo inmaduro, sentimental y ocasionalmente grosero que caracteriza a Seth Rogen (aquí productor, al igual que su habitual colaborador Evan Goldberg). Aunque la cinefilia y las referencias culturales son permanentes, no resultan casi nunca demasiado obvias, aunque en ocasiones van a la fuente en forma muy directa, como cuando, en el séptimo episodio –en el que ya está más que claro que toda la serie es una suerte de parodia de Terminator–, los personajes viajan al futuro para encontrar una sustancia en la casa de James Cameron, a quien todo el episodio se refiere como una semideidad de mil talentos, con más sorna que admiración real. En otro capítulo –que cayó muy mal entre los críticos amargos y siempre listos para aleccionar a quien haga chistes sobre sexo y género– la sátira a la también cameroniana Mentiras verdaderas sirve de excusa para hacer un divertidísimo ejercicio de comedia de enredos, travestismo accidental y revelaciones sexuales, que no sólo está ambientada en los 80, sino que practica un humor que parece haber sido concebido en aquella década de risas más prejuiciosas o desprejuiciadas, según el termómetro de ofensas con que se la mida.
También hay a veces un humor muy oscuro y violento –sin llegar nunca al nivel de negatividad casi nihilista de Rick and Morty– o crudamente sexual, que irrumpe en el clima más bien amable de la serie, alterándolo. Al mismo tiempo, Future Man funciona –pese a su carácter de farsa– como una serie de aventuras, se las arregla para hacer varias observaciones socioculturales sutiles, y tiene momentos efectivos en una emotividad inesperadamente tierna. Pero su gran activo es la contundencia de sus gags, llevados adelante con tanta convicción que, cuando hay un chiste muy obvio o hasta tonto, se gira tercamente a su alrededor hasta que termina funcionando. Y todo eso en episodios de apenas 25 minutos, algo bienvenido en esta era del streaming en la que rara vez se sabe frenar a tiempo.