El término fanservice, en inglés pero surgido en el mundo de las historietas y la animación japonesas, tiene un significado bastante obvio: darles a los fans lo que quieren. No es algo muy distinto a la costumbre de los guionistas de telenovelas de la Globo brasileña, que desde hace muchos años modifican sus tramas de acuerdo con las preferencias de los espectadores, o de las funciones preliminares de películas estadounidenses para medir reacciones del público, que a menudo determinan cambios drásticos en el argumento; pero actualmente, con las redes sociales como escenario privilegiado del marketing, esta práctica se ha vuelto central en el mundo del espectáculo, y estamos llegando a extremos imprevistos.
El último capítulo de la octava temporada de la exitosa serie The Walking Dead dejó en suspenso (con muy mal pronóstico) qué suerte correrá Carl, un personaje muy popular interpretado por Chandler Riggs, a quien los fans literalmente han visto crecer en los últimos años. La oleada de indignación fue tal que en la tarde de ayer ya eran más de 64.000 las personas que habían firmado una petición en el sitio change.org para que AMC, la cadena de televisión estadounidense que produce esa serie, despida a su responsable, Scott M Gimple. Sin descartar que todo sea una estratagema publicitaria, o que la intención de Gimple no sea realmente matar a Carl (que sigue vivo en el cómic), todo esto puede considerarse un motivo para añorar la idea de que las decisiones creativas deben tomarse a partir de criterios artísticos.