El cine de terror tiene su público cautivo, y los responsables de la programación del circuito comercial de cines se aseguran de que todas las semanas haya un estreno del género, sin importar mucho si se trata de un gran blockbuster estadounidense de distribución mundial o de una pequeña producción clase B irlandesa, estrenada originalmente en 2014. O esta película titulada La posesión de Verónica, que puede confundirse por su afiche con alguna de las chiquicientas imitaciones hollywoodenses de El exorcista, pero es algo muy distinto y mucho más próximo al cine europeo de festivales, sin dejar por eso de ser un film de terror.
Antes de comenzar a reseñar esta película, vale la pena señalar que la costumbre de cambiar libremente los títulos de las películas al traducirlos para el público latinoamericano ya ni siquiera puede atribuirse a la creatividad del traductor o el distribuidor, ya que estos también se meten con los nombres originales de películas hechas en países hispanohablantes, evidentemente con ganas de darles a los títulos un poco más de color e información extra. Así, esta obra española, llamada simplemente Verónica en su país de origen, ahora se convierte en La posesión de Verónica, no vaya a ser que los uruguayos simples piensen que es una película sobre una tal Verónica a la que no le pasa nada más que llamarse Verónica. Con esa confianza en el espectador, Relatos salvajes (Damián Szifron, 2014) debería haberse llamado “Relatos salvajes de la Argentina previa a la grieta”, y Cría cuervos (Carlos Saura, 1976), “Cría cuervos y te arrancarán los ojos, y algo parecido pasa con los niños malignos”. Pero, asumiendo que el lector de la diaria es más capaz de pensar, vamos a referirnos de ahora en adelante a La posesión de Verónica por su nombre original, que es mucho más bonito y breve, y además más exacto, porque no se trata exactamente de una película de posesiones diabólicas, sino de una sobre un personaje que se llama Verónica.
El film arranca con una notoria debilidad de su trabajado guion: tres adolescentes, alumnas de un colegio católico, aprovechan la distracción de sus monjas profesoras –que están dedicadas a la contemplación de un eclipse total de sol– para intentar contactarse con el más allá mediante el conocido “juego de la copa”, que hacen sobre un tablero de ouija comprado en un quiosco. La intención de una de ellas en particular, la Verónica que le da nombre al film (Sandra Escacena), es contactarse con su padre recientemente fallecido, cuya muerte ha dejado a la madre de la muchacha haciendo doble turno en el restaurante en el que trabaja, y a Verónica a cargo de sus tres hermanos pequeños –dos niñas y un niño–, a los que cuida durante el día. Es muy poco verosímil –incluso dentro de los parámetros fantásticos de un film de horror (lo que Verónica ciertamente es)– que tres chicas prefieran perderse un acontecimiento tan extraordinario como un eclipse total de sol por un juego que podrían practicar en cualquier otro momento, con más tiempo e intimidad, pero el director Paco Plaza evidentemente necesitaba la situación para justificar lo que sucede después (al parecer, durante los eclipses las fronteras con el ultramundo se hacen más porosas), además de un par de tomas muy lindas y simbólicas del sol oscureciéndose. Por supuesto, algo sale mal en el juego de la copa, y de ahí en adelante, una presencia maligna se introduce en la vida de Verónica.
Como dijimos antes, la premisa es tan forzada que hace suponer que el resto de la película será igual de descuidada y llena de facilismos, pero afortunadamente la intención y los resultados de la obra de Paco Plaza son muy distintos. Hace una década, el director consiguió inscribir al cine español en el mercado mundial del género del horror gracias a su inteligente mixtura de película de zombis y falso documental [REC], que generó una franquicia posterior también dirigida por Plaza, y la idea fue comprada por Hollywood, que produjo su propia versión de la saga bajo el nombre de Quarantine. [REC] era una película claustrofóbica y muy efectiva para su modesto presupuesto, y su éxito le permitió al cineasta emprender proyectos de más alto vuelo, como Verónica lo es en todos los aspectos.
Para los españoles que vivieron los fines de los años 80 y el comienzo de los 90, Verónica es una ficcionalización evidente de lo que se conoce como “el expediente Vallecas”, un caso policial de 1991 relacionado con una adolescente en cuya casa comenzaron a ocurrir hechos inexplicables luego de una sesión del juego de la copa, algunos de los cuales fueron presenciados por la Policía. Aquel caso, acontecido en un momento en el que lo paranormal era un tema muy popular en España, cautivó la imaginación de los medios de comunicación y el público, incluyendo a un asustado Paco Plaza que aún era adolescente y también se divertía jugando a las invocaciones. Con su experiencia de primera mano, el director aprovechó la historia del expediente Vallecas para contar una versión muy libre de los hechos, que le sirve no tanto para especular sobre qué ocurrió realmente en 1991, sino más bien para hacer un cuidadoso retrato de aquella época y exponer una visión sobre la familia y el despertar a la madurez.
Las recreaciones de épocas aún recientes suelen ser un tanto más económicas que las que tienen que ambientarse en tiempos más distantes, pero por su propia proximidad y presencia en las memorias, son más difíciles de hacer con naturalidad y precisión.
En este aspecto, Verónica es un logro notable, con su visión de un mundo no tan lejano pero aún previo a internet y los celulares, donde las canciones de Héroes del Silencio y Loquillo son omnipresentes, la ropa es opaca y los anuncios publicitarios son pegajosos. Pero Plaza no sólo hace una cuidadosa reconstrucción de ese pasado cercano, sino que la puebla de personajes humanos, entrañables y complejos, con uno de los elencos infantiles más carismáticos que se hayan visto en mucho tiempo, responsable además de aportarle toques humorísticos a una historia bastante siniestra.
Evidentemente decidido a alejarse lo más posible del estilo (o más bien de la ausencia de estilo) que asemejaba [REC] a un documental, el director emplea toda clase de recursos estéticos explícitos en el film –planos secuencia, tomas cenitales, un manejo muy creativo de la banda de sonido, fotografía muy refinada, etcétera–, hasta el punto de caer, por momentos, en un preciosismo que hace peligrar la continuidad de la historia. Mucho más sutil –y tal vez esencial en la trama– es el tratamiento de la sexualidad del personaje principal, que, aun con la boca llena de brackets y su sempiterno uniforme escolar, descubre cambios en su cuerpo y en la atención callejera que recibe, sin poder diferenciar entre su propio desarrollo y la presencia de algo más ominoso, que representa la amenaza de lo masculino y adulto en un mundo eminentemente femenino e infantil.
Por desgracia, a Verónica le falta ese pequeño impulso diferencial que separa a las películas de terror simplemente buenas del cine mayor (al que está muy próxima); ese pequeño plus que hizo de películas aparentemente de género, como El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995) o El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006) –dos realizaciones españolas cuya influencia es muy sensible en Verónica–, sendas obras capaces de superar con comodidad su nicho genérico y hacer evidente el espíritu removedor y terrenal que es el motor del gran cine fantástico. Verónica siempre está al borde –y en algunas escenas, más allá– de esa trascendencia, pero a último momento parece replegarse y quedarse contenta con sus logros más convencionales. Logros que son, de todos modos, muchos, y la hacen más recomendable que cualquier estreno similar de los últimos meses, incluyendo a la sobrevaloradísima ¡Huye!, de Jordan Peele, que sigue siendo señalada en las encuestas de fin de año entre críticos de cine estadounidenses como una revolución en el género de horror y una obra de arte incisiva y simbólica, pero es mucho menos incisiva, e incluso menos terrorífica, que esta mucho más modesta Verónica, una película tal vez tímida en sus logros finales, pero en la que hay mucho más que lo que se promociona desde su afiche.
La posesión de Verónica (Verónica), dirigida por Paco Plaza. España, 2017. Con Sandra Escacena, Bruna González, Claudia Placer y Ana Torrent.