El 28 de junio de 1969, un bar en la Christopher Street de Greenwich Village (Nueva York) llamado Stonewall sufrió una de las habituales razias a causa de su clientela homosexual, condición que aún era un delito, incluso en aquella cosmópolis. Pero esa noche los transeúntes de la Christopher, también homosexuales en su mayoría, se rebelaron contra los policías, los obligaron a liberar a sus cautivos y destacaron un motín, que duró dos noches más y que marcaría el comienzo del Movimiento de Liberación Gay (ahora LGBT). En la revuelta de Stonewall participaron algunos centenares de jóvenes sin un liderazgo definido, pero ciertas figuras se destacaron entre la multitud. Entre ellas la de una corpulenta trans negra llamada Marsha P Johnson (y nacida Malcolm Michaels), quien estuvo a la vanguardia de los disturbios y fue, al parecer, responsable de la destrucción de un auto policial, entre varias hazañas más que realizó o se le atribuyen. Notoria por naturaleza y con una buena predisposición hacia los medios, Johnson ocupó desde entonces un lugar destacado en el activismo público gay neoyorquino, y fue una de las fundadoras de STAR, sigla que en inglés forma la palabra “estrella”, pero que corresponde a Street Transvestite Action Revolutionaries (algo así como Revolucionarios de la Acción Travesti Callejera). Frecuente portavoz de las prostitutas travestis y militante de la organización ACT UP (siglas de Coalición del Sida para Desatar el Poder, que forman en inglés la expresión “pórtate mal”), surgida en los 80 para concientizar al gobierno de Ronald Reagan acerca de la plaga del sida, Johnson apareció muerta en 1992, flotando en el río Hudson –donde termina la calle Christopher, en la que había saltado a la fama–. La Policía dijo que había sido un suicidio, y eso causó grandes protestas de activistas de la comunidad gay, quienes sostenían que se había tratado de un asesinato. Desde entonces Johnson comenzó a ser considerada una suerte de mártir política de los movimientos de derechos homosexuales, en particular de las personas trans, y fue incluso la inspiración del nombre de la banda Antony and the Johnsons.
Se han hecho obras de teatro sobre ella, e incluso apareció como personaje en la película Stonewall (Roland Emmerich, 2015), pero The Death and Life of Marsha P Johnson (“La muerte y vida de Marsha P Johnson”), documental estrenado en estos días por Netflix, es el primer intento de hacer conocer –y en cierta forma canonizar– su figura más allá de los círculos de la militancia. Como indica el orden de los términos en el título, su eje son las circunstancias nebulosas del fallecimiento de Johnson, a partir de una investigación realizada por la activista trans Victoria Cruz. El film, dirigido por el cineasta y militante David France –quien ya había realizado el logrado Cómo sobrevivir a una plaga (2012), sobre ACT UP–, tira verdes para recoger maduras, en el estilo habitual de acierto y error de los trabajos de investigación, y obtiene resultados mixtos, fracasando tal vez en sus intenciones principales pero con algunos éxitos laterales.
Antes que nada, France se enfrentó con la escasez de material. Los registros en fotos y filmaciones de las revueltas de Stonewall son muy escasos, y la respetable militancia de Johnson fue intermitente y algo caótica. Más que documentos, hay sobre todo testimonios de su carisma, energía y altruismo, que en muchos casos sugieren cierta tendencia a la idealización. El director se centra, entonces, en la pesquisa de Cruz y su voluntad de reavivar un caso “frío” para descubrir alguna conspiración tras la muerte de la militante. Pero luego de algunos –si se permite el oxímoron– exitosos fracasos iniciales (el policía encargado originalmente del caso se niega en forma sospechosa a hablar con la investigadora, algunos testigos hablan de la presunta presencia de mafiosos en la noche del crimen o suicidio), el trabajo de Cruz parece estancarse por falta de indicios claros, e incluso el documental da la impresión de elegir sólo las visiones que pueden respaldar la hipótesis de homicidio.
Finalmente, el examen de los registros de la autopsia por un perito independiente parece inclinarse claramente por el suicidio, aunque la edición y las preguntas de Cruz intentan abrir un espacio de dudas. Esto complica la intención martirológica del film y colapsa el trabajo de Cruz, quien llega a un punto muerto y entrega sus (limitados) descubrimientos al FBI. Se intercala un juicio actual por el asesinato de una joven trans, como ejemplo del escaso interés judicial en ese tipo de casos, pero este termina con una pena severa y lógica para un homicidio ultraintencional, y el intento de mostrar los prejuicios judiciales ante personas como Johnson no llega muy lejos. Por lo tanto, el documental termina sin poder iluminar ninguno de los dos términos de su título y premisa.
La fachada y el interior
Sin embargo, estos dos “fallos” centrales –en términos de resultados documentales– resaltan una serie de elementos que podrían considerarse accesorios o incluso de relleno, pero que terminan haciendo al documental interesante y por momentos fascinante. En primer lugar, está el simple retrato de una generación de trans –la de la revuelta de Stonewall y la liberación de los años 70–, que está llegando a la vejez y que puede considerarse auténtica sobreviviente de la violencia homofóbica, la depresión, la vida en las calles y la epidemia de sida que devastó a esa comunidad en los años 80. Se trata de personajes extravagantes y teatrales en sus gestos, características distintivas de la generación de las “estrellas” de Andy Warhol, pero las entrevistadas en The Death and Life... son algo así como las equivalentes pobres y privadas de glamour, pero resilientes, de aquellas celebridades.
Tal vez Cruz no tiene éxito en el intento de probar que Johnson fue asesinada, pero sí lo tiene en presentarla como una personalidad compleja, humana y comprometida con su lucha. Siguiéndola, el film se cruza con varios personajes similares, y rescata el recuerdo de otra figura de la revuelta de Stonewall: la auténtica fundadora de STARS, Sylvia Rivera, fallecida por causas naturales en 2002. Una activista más articulada y combativa que Johnson, Rivera tuvo una vida que la llevó de la calle a la prominencia política, luego a la indigencia y casi a la muerte, y finalmente de regreso a la militancia, y que fue plenamente reivindicada en sus últimos años. Fue, además, protagonista de un enfrentamiento público durante un acto de celebración de Stonewall en 1973, que el documental recoge con inteligencia. Rivera fue abucheada durante aquella conmemoración por militantes lesbianas feministas, que la acusaban de ser, como trans, una caricatura estereotipada de las mujeres y los homosexuales. Ese episodio marcó una fractura en el Movimiento de Liberación Gay, que en parte marginó a las trans, hasta muchos años después de haber sido reconocido y aceptado (lo cual, a su vez, determinó que Rivera, decepcionada, abandonara ese grupo).
Es en estos personajes y sus conflictivas intersecciones, más que al mostrar consabidas discriminaciones sociales o policiales, donde el documental resulta más novedoso e incisivo, al hacer visibles contradicciones y matices que revelan profundas discriminaciones internas con bases de clase y culturales, más allá de la necesidad primaria –y extendida en los movimientos progresistas mundiales– de generar un ícono mártir. Hay grietas y resentimientos bajo la superficie elegíaca del documental, y esto también puede verse en el hecho de que The Death and Life... haya sido duramente criticado por la cineasta trans afroestadounidense Reina Gossett, quien se quejó de que, si bien el director David France es gay, también es varón y blanco.
The Death and Life of Marsha P Johnson, dirigida por David France. Netflix, 2017.