“Feliz Navidad”. Ese fue el contenido del primer SMS (sigla de Short Message Service, “servicio de mensajes cortos”), enviado por Neil Papworth, programador de la empresa Vodafone, a un colega. Ayer se cumplieron 25 años de aquel acontecimiento, pero los creadores tienen relativamente poco para festejar, porque lo que no hace tanto pareció un nuevo paradigma de las comunicaciones hoy es una antigualla, probablemente en vías de extinción, aunque en Estados Unidos aún es muy utilizada y las estadísticas mundiales no indican una caída en el mercado.

El motivo es claro: el SMS es desplazado por opciones que son a la vez más potentes y menos costosas. Cuando los celulares comenzaron a tener disponible ese servicio, su costo notoriamente inferior al de una llamada telefónica (pese a lo cual las compañías ganaban mucho con él) lo hacía sumamente atractivo para usuarios que todavía no soñaban con la posibilidad de conectar sus teléfonos “inteligentes” a internet, y mucho menos con una aplicación como Whatsapp, que les permitiera enviar desde cualquier parte, a personas o grupos, no sólo textos, sino también imágenes, grabaciones de sonido, filmaciones, links y diversos adjuntos, sin más costo que el de la conexión incluida en su contrato. Y, además, sin la limitación de caracteres del SMS, que impulsó el desarrollo de una gran cantidad de abreviaturas y simplificaciones ortográficas (tan preocupantes e indignantes para los cuidadores del idioma) y de muy diversos símbolos realizados con letras, antecesores de los actuales emoticones y emojis. Además de que, por supuesto, en aquellos tiempos el término “redes sociales” se usaba todavía para referirse a vínculos entre grupos de personas sin mediación de aparatitos.

Del mismo modo en que el uso del correo electrónico ha disminuido sin desaparecer, acotado a determinados ámbitos que en gran medida se relacionan con el trabajo, el SMS sigue vivo, incluso en contextos con gran uso de otros medios, para cierto tipo de mensaje. Entre ellos, los que nos envían distintas empresas públicas y privadas, incluyendo a las telefónicas, para recordarnos las fechas de pago de sus servicios, los empleados en algunas modalidades de marketing masivo y los que se utilizan para solicitar o hacer donaciones que luego se pagan con la factura del teléfono. De todos modos, es clarísima la tendencia a la retracción, y parece probable que, dentro de algunos años, palabras asociadas con el uso del SMS les suenen a los jóvenes tan incomprensibles como el verbo “discar”.