“No traicionarás. No dejarás abandonado a tu compañero en un hecho. No te encamarás con su hermana. No descuidarás a su familia. Se la darás al que tiene la astilla y nunca al que le hace falta. Le pondrás el pecho a la plata y no te comerás los mocos”. Son algunos de los mandamientos del buen chorro que, en una edición propia, marginal y apócrifa, se impusieron como referencia en el mundo del hampa. Y que, para acato o quebranto, forman parte de Chamamé, la novela que el bonaerense Leonardo Oyola publicó en España, ganó el premio Dashiell Hammett a la mejor de la semana negra de Gijón en 2008, y este año se editó por primera vez en Argentina.

Testigo y profeta del declive de un mundo y del intrincado y salvaje surgimiento de otro, Manuel Ovejero –conocido como el Perro– se enfrenta en un duelo insufrible con el Pastor Noé, en medio del mormazo litoraleño, el polvo y las corridas; un verdadero western urbano, motivado por la venganza, las persecuciones y los atracos. Esto se da a partir de una estructura pautada por el ritmo de la película o el tema del momento: en Chamamé, como en varias de sus obras, Oyola alterna guiños y referencias a la cultura popular de los 80 y los 90, en las que se suceden Bruce Springsteen, Miguel Mateos, The Smashing Pumpkins, Los Visitantes o Metallica; Calles de fuego (Walter Hill, 1984), Terminator (James Cameron, 1984) y Godzilla (Roland Emmerich, 1998); Patrick Swayze o Steve McQueen.

La obra avanza en un gran despliegue narrativo-escénico, desde el que se explora el complejo y arduo mundo de la traición. En la cárcel compartida, en la calle o en la huida, la vida se vive al límite, con la conciencia de que uno es valiente o cobarde; rápido y vencedor o lento y cadáver. Al salir de prisión, el Perro hará lo que sea por vengarse del Pastor, un bestial criminal que sueña con crear una iglesia evangélica, obsesionado con Dios y que tiene el cuerpo totalmente tatuado con salmos. “Metía miedo. Y encima, el loco no dormía. Se pasaba las noches en vela afeitándose la barba y la cabeza, rezando frente al espejo en su celda”. Después del quiebre, el Perro lo perseguirá por las rutas más impensadas, convencido de que es necesario ajusticiar la infamia. Así se produce una historia ágil y convincente, desde la cual se condensan elementos extremos –marcas de autos, expresiones guaraníes, motines, un asesino salvaje que escucha a Dios a través de letras de canciones– y el vértigo de la persecución. A medida que se avanza en la lectura, comienza a filtrarse una refinada inversión de roles: cuando el Pastor se acerca a la triple frontera, comienza a adquirir cierta seña fantasmal, a la vez que lo tienta la posibilidad de alejarse del gremio. Del otro lado, el Perro está entregado a la venganza y no logra pensarse fuera de las armas y el crimen. “Yo te conozco a vos, Ovejero. Bastante. No sos un mal tipo. Sos lo que tuvimos que ser”, le advierte el Pastor. Este será el escenario en el que se dirima este western litoraleño, marcado por el coraje imperturbable del héroe, donde ya no juegan ni fe ni venganza ni posible redención. Y así es como la textura de la trama se potencia con un ritmo furioso y una deliberada intensidad en el lenguaje.

Se trata de un espacio, una hibridación de géneros y una maravillosa construcción del habla propias de Oyola: luego de su primera novela Siete & el tigre harapiento (2004), sus trabajos comenzaron a revelar una fuerte influencia del cine, la televisión, lo fantástico, el policial y el cómic, conformando lo que él llama el “locro western”, ambientado en el conurbano bonaerense. En 2009 publicó Kryptonita –que después se convirtió en película y serie–, un cómic narrativo que surgió del hacinamiento, la villa, la desigualdad, la verdadera lucha de clases. Es un tipo de historia que tiene precedentes en el mundo del cómic, que suele situar a sus personajes en contextos alternativos –por ejemplo, en 2003 DC Comics editó Superman: Red Son, miniserie en la que el tradicional personaje no crecía en un diminuto pueblo de Kansas sino en la Unión Soviética, e iniciaba su trayectoria al servicio de Iósif Stalin–. En Kryptonita, el bebé extraterrestre llega a una villa de La Matanza (partido de la provincia de Buenos Aires). Este hombre de acero se llamará Nafta Súper y estará al frente de una banda de pesos pesados; la trama se desarrolla en 2009, en un hospital público al que Nafta Súper, gravemente herido por un rival, es llevado por compinches y amigos como la trans Lady Di (Mujer Maravilla), el Ráfaga (Flash), Juan Raro (Detective Marciano, con el mismo nombre criollo que un libro clásico de la ciencia ficción), el Faisán (Linterna Verde) y el Señor de la Noche (Batman). Una especie de remasterización criolla, marcada por el western y en clave de policial, con superhéroes del margen que no lograron o no quisieron dejar atrás el barrio.

Cada uno de ellos, como los atorrantes de Hacé que la noche venga (2008) o el niño de Casi sábado a la noche (2010), comprendió que deben cuidarse solos. Por eso, sostienen escenas corrosivas y épicas, en las que median el humor negro, la oralidad y lo impredecible de esa vida orillera. En sus sueños, estos personajes siguen preguntándose cómo sobrevivir despiertos. Después la cuestión será cómo sobrevivir cuerdos.

Chamamé, de Leonardo Oyola. Random House, 2017. 240 páginas.