En julio de 1980, Luca Prodan llegó por primera vez a Argentina. O mejor dicho, llegó lo que quedaba de él: después de que una grave falla hepática, consecuencia de su abuso de la heroína, casi había terminado con su vida en un hospital de Londres. Algunos meses después de ese hecho, acorralado por su adicción, decidió seguir su instinto vital y voló desde Roma, ciudad en la que había nacido el 17 de mayo de 1953, hacia el sur, más precisamente a la casa rural de su amigo Timmy McKern, en la localidad de Nono del valle de Traslasierra, en la provincia de Córdoba.

Seguramente por el hecho de ser extranjero y de tener que explicar quién era y qué estaba haciendo en Argentina, se conoce una gran cantidad de datos biográficos de Prodan, la mayor parte de ellos brindados por él mismo en las decenas de entrevistas que dio durante su corta pero intensa vida en Buenos Aires. Así sabemos que se hizo amigo de McKern a fines de la década de 1960 en el colegio Gordonstoun, una prestigiosa institución educativa situada en el norte de Escocia, de la que Luca –que ya había consolidado una personalidad sumamente rebelde– se escapó a fines de 1970, un semestre antes de graduarse. Había sido enviado a los 11 años a Gordonstoun por voluntad de su padre, Mario Prodan, un severo hombre de negocios que además era un reconocido experto en arte chino, y que siempre mantuvo una conflictiva relación con su primer hijo varón.

Luego de irse de Gordonstoun, Luca volvió a Italia, donde estuvo preso un corto tiempo por desertar del Ejército. Después vivió la mayor parte de la década de 1970 en Londres. Allí desarrolló su enorme avidez cultural y musical, siguiendo a bandas que serían una gran influencia en su obra posterior, como Van der Graff Generator, The Clash y Joy Division. Pero además vio de cerca el ascenso del reggae, que por aquellos años se popularizó notablemente gracias al aporte de la enorme comunidad jamaiquina residente en Londres, y se embebió del espíritu de esa música. También a orillas del Támesis, en el segundo lustro de la década, cayó en la adicción que terminaría generando su huida a estas tierras.

Recién a los 27 años, poco después de haber llegado a Argentina, decidió dedicarse de lleno a la música; al año siguiente, en 1981, nació Sumo. Fue un grupo de corta vida, y apenas dejó tres discos oficiales, pero su potencia, su originalidad, su riqueza musical y la enorme figura de Prodan lo posicionaron como uno de los más importantes de su tiempo y de la historia del rock argentino. Hace 30 años, en la madrugada del 22 de diciembre de 1987, Luca murió de un paro cardíaco, como consecuencia de una cirrosis hepática, en su casa de la calle Alsina, en el barrio porteño de San Telmo. Tenía apenas 34 años y su célebre afición por la ginebra le ganó la pulseada, marcando el nacimiento de la leyenda.

“La muerte de Luca fue un sacudón que conmovió a toda la familia, porque fue algo imprevisto. Enseguida viajamos con mi madre de Roma a Buenos Aires, pero no pudimos llegar a tiempo para el funeral. Vimos las imágenes del entierro en la televisión, en el noticiero. Después me enteré de que, por una decisión política, el entierro se hizo casi enseguida, porque no querían que se juntara mucha juventud en el cementerio. En 1989 estuve un par de meses en la casa de Timmy, en Córdoba, para hablar con él y enterarme un poco de todo. No me sirvió de mucho, pero fue un intento de comprender por qué pasó lo que pasó”, contó a la diaria, en un perfecto español con acento italiano, Andrea, el hermano menor de Luca, músico y actor, quien no por casualidad vive desde hace más de una década en Traslasierra, el mismo lugar al que llegó Luca hace 37 años. “Él adoraba Traslasierra y habría sido bueno que hubiera venido a vivir acá, pero lamentablemente se dejó chupar por la noche porteña. Yo también me hice chupar por la noche porteña, pero en dosis menores, y es por eso que hoy puedo estar acá”, dijo.

El reconocido periodista musical argentino Alfredo Rosso conoció a Luca un tiempo después de su llegada a Argentina. Vio nacer, crecer y desarrollarse al fenómeno de Sumo. De aquel fatídico 22 de diciembre recuerda: “Si bien sabíamos que Luca no estaba bien de salud, nada hacía prever que se fuera a morir. La verdad es que fue un shock. Hacía poco tiempo los había visto en Obras, en el que fue el último show de Sumo ahí, en octubre, dos meses antes de que él muriera, y fue un espectáculo impresionante. Obras, que es un estadio con capacidad para 4.000 personas aproximadamente, estaba casi lleno y la gente estaba al palo. Sumo a esa altura ya tenía una fama inmensa. Lamenté mucho la muerte de Luca, no sólo por lo artístico, sino también a nivel personal, porque me pareció que se iba una persona que tenía cualidades humanas muy fuertes, un tipo inquieto, culto, que además, obviamente, era un músico notable”.

Más que rock

“A 30 años de la muerte de Luca, uno tiene una óptica distinta de la que pudo haber tenido cuando se cumplieron 20 años o la que teníamos cuando habían pasado diez. Si para algo sirven estas celebraciones de decenios, es para ver qué significó realmente alguien, Luca en este caso, en una cultura, en un país y hasta para sí mismo. Lo que veo es que es impresionante cómo su figura crece, porque él no era simplemente un rockero que te contaba de lo bueno que estaba el último disco que había sacado, sino que tenía un par de cosas más para decir. Es por eso que trascendió a su tiempo y hoy es un referente para mucha gente que ni siquiera lo vio, que ni lo conoció, pero que siente fascinación por él”, dijo Andrea.

Si bien hay quienes afirman que Luca Prodan simplemente utilizó en Argentina fórmulas ya conocidas en Europa, su valor como músico y artista va mucho más allá de esa percepción simplista y errónea. Fue un creador que captó con sutileza el momento y el lugar en que se encontraba. Al respecto, afirmó Rosso: “Luca tenía un gran carisma y una enorme sensibilidad, algo que se puede ver claramente en sus letras, y una gran percepción de su entorno. Llegó a Argentina y enseguida captó la idiosincrasia de los argentinos en general y de los porteños en particular, entendió muy bien cómo era la sociedad. Nos caló muy rápido. Lo podés ver, por ejemplo, en temas como ‘Yo quiero a mi bandera’ y ‘Una Noche en New York City’. Comprendió muy bien la sociedad de la que formó parte durante un tiempo, y creo que eso es un mérito enorme. Esa sensibilidad va en conjunción con cómo era él como persona: un tipo que sabía un montón de literatura, de cine, ni que hablar de música, y si bien no era un músico excepcional, era un gran intuitivo y un muy buen intérprete. Sin tener una voz privilegiada, lo vi actuando muchas veces como solista en el club Einstein, haciendo temas de David Bowie, de Lou Reed y de John Martyn, y los hacía perfecto. Era muy bueno”.

Sumo editó únicamente tres discos oficiales –Divididos por la felicidad (1985), Llegando los monos (1986) y After chabón (1987)–, aunque antes, en 1983, había editado el casete de demos Corpiños en la madrugada, que se vendía en las presentaciones de la banda y puede considerarse su primer disco. Luego de la muerte de Luca, en 1989, salió el álbum Fiebre, que contenía una recopilación de temas en estudio y en vivo, en su mayoría grabados en 1986. En 1996 se editó Time, Fate, Love, un precioso disco solista de Prodan que contiene grabaciones hechas por él en 1981, durante sus primeros tiempos en Córdoba; y al año siguiente, Perdedores hermosos, con registros que van de 1981 a 1983, también hechos en Córdoba y con más participación de músicos que integraron Sumo.

Esas ediciones póstumas terminan de redondear una idea de la calidad de la obra de Prodan. “No tengo tan presentes los discos oficiales de Sumo como la obra de la banda en general y de Luca en particular”, comentó Rosso. “Creo que él tenía un montón de material que nunca llegó a salir o que, si llegó a salir, no llegó a ser apreciado en toda su magnitud porque fueron ediciones precarias; por ejemplo, los temas que están en Corpiños en la madrugada. Me parece, además, que el grupo nunca grabó en las condiciones ideales, porque quizá no estuvieron tan preocupados por la producción de los discos como sí lo estuvieron todas las bandas en los 90. No puedo decir que tal o cual fue el disco de Sumo, porque no lo hubo”, sostuvo.

El fuerte de la banda y de Prodan eran las presentaciones en vivo, en las que afloraba todo el potencial de la banda y se destacaba la presencia escénica de su líder. Rosso comentó al respecto: “Sumo en vivo era una máquina. Y los diferentes Sumo incluso, porque yo tuve la suerte de ver el primero, con Stephanie Nuttal en la batería, que era un grupo minimalista, al estilo de las bandas del pospunk inglés; un grupo que quizá no era maravilloso técnicamente, pero que tenía una energía y un mensaje apabullantes para dar. Un gran poder de comunicación. Además, él desarrolló su obra en un contexto muy particular: vivió en un país que recién comenzaba a desperezarse en libertad, porque cuando Luca murió recién iban cuatro años de democracia, y era una democracia bastante leve, asediada por asonadas militares, por crisis económicas”.

Lo que no pasó

“Yo no puedo disociar a la persona, a mi hermano mayor, del músico. Lo veo como una totalidad. Era un creativo musical increíble. Con él me divertía muchísimo improvisando musicalmente, y además fue una guía en gustos musicales, para el descubrimiento de bandas que en su momento nadie seguía. Tener un hermano así, más allá de todo lo demás, ya era un lujo”, comentó Andrea Prodan, que en todo momento habla con enorme cariño de su hermano, quien le llevaba algo más de siete años.

“Uno de los grandes aportes que hizo Luca fue la noción de que a veces menos es más”, señaló Rosso. “Él decía que había muchos músicos argentinos que eran virtuosos pero tocaban demasiado, y eso puede ser cierto. Luca trajo una espontaneidad y una soltura que me parece que hacían falta acá. Eso fue importante. Además, sin duda aportó también la sensibilidad del reggae; la gente ya lo conocía en Argentina, fundamentalmente por medio de Bob Marley, pero Luca contribuyó a que se popularizara. En los 90 empezó a hacerse común la mixtura con el reggae y con el ska, pero con una característica local: no se cantaba con el patois jamaiquino, sino con un lenguaje propio y hablando sobre temáticas propias, porque el reggae se adaptó totalmente en el Río de la Plata. Luca, que encendió esa mecha, no vivió lo suficiente como para disfrutar de lo que puso en marcha”.

Proyectando lo que podría haber hecho Prodan si hubiera sobrevivido a los 80, Rosso afirmó: “La muerte temprana de Luca fue una gran tragedia, porque era una persona que tenía mucho para dar. Yo en otras circunstancias lo imagino siendo un notable actor cultural. Lo imagino en los 90 haciendo espectáculos multifacéticos, multimedia, aliándose con comediantes, con cineastas. Era alguien a quien nunca le agradó del todo el reflector de la fama, pero que le gustaba la idea de ser conocido y de tener un grupo de gente que lo siguiera, pero era totalmente reacio a la parte más frívola del show business. Era un tipo sencillo, que encajaba perfectamente en todos lados. Podía estar una mañana hablando con los parroquianos de un bar de la estación de Hurlingham, y a la tarde estar sentado sin problema con un ejecutivo de la grabadora. Él no sentía temor reverencial. Pero además tenía una cosa que en nuestro rock no abunda, que es el sentido del humor, muy presente en su obra”.

“Yo veo a Luca como alguien que entró, rompió una pared y me dejó pasar caminando por ese hueco”, dijo Andrea. “A mí, que era el hermano menor, ver a Luca o a mis otras dos hermanas me daba una idea de lo que tenía que hacer y de lo que no. Entonces yo en él veo las dos cosas: era un ejemplo y era un no ejemplo. Tengo claro que Luca no era Mahatma Gandhi, porque se mandaba muchas cagadas, pero igual rescato que en la parte final de su vida pudo desatar los nudos y murió de una manera muy coherente con su discurso. Eso es algo que veo muy fascinante de él, la coherencia absoluta, pero también es como la coherencia del kamikaze. Todos somos personas distintas; yo abrazo plenamente el pensamiento de Luca, pero también, sin los vicios de él, pude tener una familia e hijos, que me dieron una sensación de continuidad muy hermosa. Sé que Luca habría querido ser un buen padre, pero no se veía responsable para eso. Él me lo decía desde un punto de vista ético”.