La tan uruguaya nostalgia inunda casi toda la novela gráfica Náufragos, de los españoles Pablo Monforte y Laura Pérez, que cuenta una historia de desencuentros entre dos jóvenes. La alusión a nuestra idiosincrasia no es casual, ya que si bien en esta historieta aparecen muchos libros de distintos autores, el primero, en una viñeta de la página 1, es La tregua.

Esa novela de Mario Benedetti parece hacer eco en la narración de Náufragos. La vida y la rutina del oficinista Martín Santomé parecen haber estado muy presentes a la hora de escribir los textos en primera persona de la madrileña Alejandra, aunque son personajes e historias distintas: ella es joven, sin hijos, tiene ilusiones y vive la efervescencia cultural de su país tras el fin del franquismo, en la Madrid de 1981.

Por otro lado está Julio, cuya historia se ambienta en Barcelona en 1991. Él está adaptado a la rutina y a un trabajo de oficina, y lidia con una vida de pareja que no parece demasiado feliz. Su esposa quiere probar la independencia laboral y abrir su propio consultorio, pero Julio se opone con el argumento de la seguridad. La cuestión es que ese trabajador tan conservador y gris tiene un secreto, bastante humano y realista, que lo ata a la vida y los sueños de la Alejandra de 1981.

La literatura clásica, en particular por medio de narraciones marinas como Moby Dick, de Herman Melville, y La narración de Arthur Gordon Pym, de Edgar Allan Poe, es uno de los elementos principales de la trama. Los dos protagonistas son grandes lectores y también escritores. “Náufragos” es, en realidad, el título de una ficticia novela en episodios que se publica en un fanzine de 1981, y que tiene mucho que ver con el argumento de la historieta.

Ese argumento se va construyendo como un puzle con episodios breves, de entre diez y 15 páginas, ambientados alternativamente en 1981 y 1991. Lo que transcurre en Madrid está coloreado en tonos de sepia, mientras que los capítulos de Barcelona reciben una paleta de azules. Este tratamiento le da a cada parte su clima particular, y al final del libro, cuando la historia ha evolucionado lo suficiente, oficia sobre todo como un recurso estético para diferenciar las dos tramas. El encuentro de las líneas narrativas y personajes no recibe otra paleta de colores, y eso tiene sentido dentro del desarrollo de la historia.

El dibujo es delicado, elaborado y por momentos plano. No sabemos a quién darle crédito por eso, ya que Pérez y Monforte, ambos ilustradores, firman sin indicar qué hizo cada quien. Monforte también es poeta, por lo que cabe suponer que tuvo mucho que ver con el vuelo literario de los textos, y que Pérez les dio a los dibujos lo que en términos convencionales parece un “toque femenino”. Pero podría ser a la inversa, o un trabajo compartido en ambas áreas.

La virtud de la parte gráfica es sobre todo el desarrollo de ambientes y la forma de ubicar en contexto a los personajes. Para una historia que se ambienta en dos años ya lejanos de dos décadas bastante significativas desde el punto de vista estético, este aspecto es fundamental. De todos modos, los autores se cuidan de no subrayar en forma excesiva las referencias de época (algo que, en el caso de los años 80, quizá porque fueron más significativos desde el punto de vista estético, ya es un lugar común y un recurso fácil).

Náufragos ganó el premio anual de historietas que organiza la cadena española FNAC junto a la editorial Salamandra, que se ha convertido en una de las distinciones más importantes para el género. Le ha correspondido a novelas gráficas interesantes como esta o la aun más recomendable Un médico novato, del español Sento, que presentan autores nuevos y, a veces, temas poco tratados en el género. Si bien la historia de Náufragos no es demasiado original, nos acerca a dos historietistas que pisan firme y que no lograron este libro por casualidad.

Náufragos, de Laura Pérez y Pablo Monforte. Salamandra Graphic, España, 2017. 200 páginas.