Uno de los destaques del 20º Festival Internacional de Cine de Punta del Este, en comparación con ediciones anteriores, es una notoria mejoría en la calidad de imagen y sonido en las proyecciones, especialmente en la sala Cantegril. Esto lo está convirtiendo en una de las escasas oportunidades en Uruguay para disfrutar, en condiciones que hacen justicia al trabajo de sus creadores, de la producción cinematográfica más independiente y alternativa de nuestro subcontinente. Ese avance vino acompañado por una incomodidad: con un par de excepciones, cada película se exhibe una sola vez. Eso limita el armado de una agenda personal en busca de los títulos a priori más atractivos, e imposibilita que, cuando hay sorpresas positivas, posibles espectadores (críticos incluidos) se enteren por sus conocidos o por la prensa y tengan oportunidad de verlas en el festival. Por otro lado, varias de las películas más esperadas y con mayor apoyo de distribución se están exhibiendo sólo en una sala del complejo Life del Punta Shopping, que, debido a una insólita rigidez en su rutina de establecer la programación de jueves a miércoles, sólo se activó en el quinto día del festival (ayer, jueves 16) y hasta el miércoles 22 (cuatro días después del cierre oficial).

En el cómputo general, viene siendo posible ver una o dos películas muy interesantes por día, para componer un panorama muy variado del cine latinoamericano.

Brasileños

Como suele ocurrir, fue elegida como apertura una película de tipo “industrial”, es decir, de concepción clásica, relativamente costosa y protagonizada por una estrella. Elis, de Hugo Prata, es una biopic de Elis Regina (1945-1982). La actriz Andréia Horta hace una caracterización espléndida de esa cantante brasileña, acercándose a su intensidad y carisma descomunales. En las escenas musicales, la voz que suena es la de la propia Elis, y suman una buena quincena de obras maestras. Para quienes conocemos la trayectoria de esa artista y su entorno, la película tiene el valor de un relato mítico, y proporciona el placer de ver representados los episodios fundamentales de la historia y reconocer a los personajes importantes. Pero no pudo esquivar la trampa de las biopics: en el afán de contar toda una vida como si fuera un evangelio, se vuelve una sucesión abrupta de retazos muy breves y superficiales, y esto compromete el tipo de seguimiento emocional que habitualmente se espera de un film narrativo. Por otro lado, casi ignora el significado de Elis como figura clave en la canción de protesta brasileña, y su papel en los conflictos entre facciones ideológico-estéticas en los años 60.

El mate, de Bruno Kott (el título original está en castellano), se ubica casi en las antípodas de Elis: es una producción muy modesta y artesanal, y la acción transcurre casi toda en una casa de San Pablo durante una noche. Un matón a sueldo de origen argentino tiene secuestrado a un ruso y, mientras espera que sus contratantes pasen a recoger a la víctima, la situación se perturba por la llegada primero de un joven predicador evangélico y luego de dos amigas en busca de fiesta y sexo. Acumulaciones e incongruencias cómicas, intríngulis y algo de suspenso, humor negro, amoralidad e irreverencia formal son algunos de los componentes de esta pequeña comedia, irregular e intrascendente pero muy fresca, peculiar y divertida, que expresamente lidia con “la imposibilidad de la perfección” (palabras de la productora Amina Jorge) como rasgo estético característicamente brasileño.

De Perú a Cuba

Oscuro animal, de Felipe Guerrero (Colombia/Holanda/Alemania/ Argentina), tiene como trasfondo los enfrentamientos armados colombianos. Presenta historias alternadas de tres mujeres que huyen del campo a Bogotá, y sus padecimientos acumulados incluyen esclavitud, el asesinato de sus familias y miseria. Casi no hay diálogos: es una obra reflexiva, lírica, y la cámara deambula por paisajes o detalles de la naturaleza o de un entorno humano derruido, oxidado, rústico, barroso. En los pocos momentos en que la acción tiende a intensificarse, hay cortes abruptos a otra situación. Es una bella experiencia visual y un importante contacto con un contexto trágico, pero parece también un poco afectada, esteticista y fácil esa insistencia en miradas perdidas, silencios pesados, y gestos enlentecidos para acompasarse con el movimiento de la cámara. Fue la ganadora de los premios del jurado y de la crítica del último Festival de Lima.

En el mismo festival, el premio del público fue para La última tarde, de Joel Calero. El modelo más que obvio es Antes del atardecer: un hombre y una mujer que fueron pareja se vuelven a encontrar luego de varios años y disponen de pocas horas para ponerse al día. Dialogan por preciosos barrios limeños, en paseos callejeros tomados desde adelante con Steadicam, a veces reposan en un banco de plaza o en un bar. Pese a las similitudes de estructura y algo del tono, el trasfondo es muy distinto del de aquella obra de Richard Linklater. Resulta que lo que parece simplemente un antecedente amoroso había involucrado también un pasado de actividad guerrillera, clandestinidad y exilio, y hay conflictos de clase y perspectiva política que conducen a un inesperado clímax. Tremendas actuaciones de Katerina D’Onofrio y Lucho Cáceres.

Santa y Andrés (Carlos Lechuga) es una producción cubano-franco-colombiana que terminó prohibida en Cuba. Plantea una crítica dura a la política cubana contra los homosexuales y a la falta de libertad de expresión. La acción transcurre en 1983: el protagonista es un escritor gay confinado en un ranchito miserable, con poquísimo contacto con otras personas y prohibición de escribir. La película se concentra en el vínculo de ese escritor con Santa, una campesina encargada de vigilarlo. Lo político-pedagógico se entrevera en forma convincente con un complejo involucramiento emotivo entre los dos agonistas, descrito con sensibilidad y muy bien actuado por Eduardo Martínez y Lola Amores.

Argentina

Los ganadores, de Néstor Frenkel, es un documental sobre el mundo de quienes otorgan y reciben en Argentina “premios” que consisten en un mero trofeo barato y un título carente de significación. Muchas veces, los ignotos “ganadores” pagaron por la nominación y la invitación a una fiesta de entrega de premios en la que suelen recibirlos unas 200 personas. Se trata de un ambiente de comunicadores y artistas conocidos únicamente en pequeños círculos, que ostentan con orgullo decenas de tales premios. La película es una inmersión en lo bizarro y lo patético, y también en la miseria humana revelada por ese afán de reconocimiento. Es cuestionable la forma burlona y cruel con que Frenkel se acerca a esas personas con poco poder e inofensivas, manipuladas a veces para exponer su costado más ridículo.

Pinamar, de Federico Godfrid, lidia con dos hermanos porteños de veintipocos años que, luego de la muerte de su madre, regresan al apartamento familiar en el balneario del título, con la intención de venderlo. La temática es difusa: el vínculo entre los dos hermanos, de personalidades muy distintas y sin embargo muy cercanos; la corriente de afectos en el reencuentro/despedida con objetos ligados a su infancia y su familia; el paisaje y la interacción con los jóvenes que viven todo el año en ese “desierto de hormigón y persianas bajas” (palabras del director en la conferencia de prensa). Sobre todo hay un atisbo de triángulo amoroso en el reencuentro con una muchacha que vive en el mismo edificio. El director Godfrid obtuvo un rendimiento notable de todo el elenco, y muy especialmente de Juan Grandinetti. La sucesión de pequeñas epifanías transcurre en un clima delicado, con momentos de humor, contemplación e intensidad. La cinematografía es sencilla pero meticulosa e inteligente, llena de bellas imágenes, sobre todo el plano final que mira al horizonte marino inmóvil sugiriendo futuro, e insinuando la manera en que las “historias mínimas” de la infancia y la juventud son a veces el Rosebud en la perspectiva de una vida completa.

El sacrificio de Nehuén Puyelli, de José Campusano, pinta el panorama de una localidad pequeña del sur de Argentina: patrones adinerados, capataces, trabajadores explotados, marginales, presos, policías, el director de la cárcel, un señor borracho y una anciana, tanto “argentinos” como “chilenos” (que es como se refieren a los mapuches). Como en todas las películas de Campusano, casi todo el elenco está formado por no-actores, que tienden a hacer de sí mismos o casi, y no existe ningún empeño en lograr que actúen “bien”. Los diálogos son escuetos y esquemáticos; las imágenes están compuestas en función de la claridad expositiva y nunca de la belleza plástica convencional. Sin embargo, la historia -siempre compleja e interesante- se va armando con ritmo, tensión y expectativa imparables, y pasados unos minutos asimilamos e invisibilizamos esas características del “cine bruto” de Campusano, y estamos totalmente involucrados con el devenir de los personajes y su mundo, especialmente valioso además por revelar, muy “desde adentro” -sin estereotipos, prejuicios ni idealizaciones-, ese mundo de pobreza, marginalidad y sordidez, que pocas veces vemos retratado en el cine. Incluso, en alguna medida, podemos percatarnos de que nos acostumbramos a esa manera de actuar gracias a lo convincentes que son esos rostros, esas actitudes corporales, esos acentos, desde cuya perspectiva es posible incluso relativizar los manierismos de actores virtuosos a lo Hollywood (véase a Natalie Portman en Jackie).

La exhibición fue precedida por una charla en la que el director describió sus esquemas cooperativos de producción, de bajísimo costo, y sus actuales experimentos con la filmación en 360, es decir, tomando las imágenes con múltiples cámaras en 3D, que componen un espacio total a ser experimentado idealmente con lentes o casco de realidad virtual, pero que se pueden apreciar también con un celular o una tablet. Aunque lo que se vislumbra probablemente quedaría muy lejos de nuestra habitual experiencia en cine, Campusano apuesta a las posibilidades de ese formato para la inmersión del espectador y la interacción con él en la concepción de la experiencia. Siempre inquieto y productivo, habló de sus proyectos de filmar en Estados Unidos empleando ese sistema: aunque hay varios problemas narrativos todavía sin resolver, su actitud es tirarse al agua. “El cine es hoy, es ahora”, dijo. “Una cámara guardada es un pecado”.