Difícilmente se encuentre en los anales de los premios Oscar una edición con tanta presencia de contenidos referentes a los conflictos raciales -históricos y recientesde Estados Unidos. Hay una plétora de películas con esa temática entre las nominadas, entre ellas Moonlight (dirigida por Barry Jenkins, candidata a ocho premios de la Academia y ganadora del Globo de Oro a mejor drama), Fences (de Denzel Washington, con cuatro nominaciones), Loving (de Jeff Nichols, con Ruth Negga postulada a mejor actriz). Además, 13th (Ava DuVernay) I am not your negro (Raoul Peck) y OJ: Made in America (Ezra Edelman) encabezan una lista de documentales centrados en esas tensiones. Discutir las razones de una presencia tan contundente en la famosa entrega de premios da para otra nota, con un análisis que debería discurrir entre la trascendental intervención en el campo público del movimiento Black Lives Matter y el siempre polémico ascenso de la cultura de lo “políticamente correcto” (la reciente entrega de los premios Grammy estadounidenses de música, con el asunto del presunto racismo por no haberle otorgado el premio al mejor disco a Beyoncé, muestra bastante bien el panorama actual de la aplicación de esos criterios en el terreno artístico).

Buceando en ese denso contenido extracinematográfico, a veces parecen quedar fuera de la discusión las cualidades intrínsecas de las películas, un terreno en el que -sin haber visto aún Moonlight- puede destacarse la fascinante disección de la maquinaria ideológica dentro y fuera de la militancia afroestadounidense en OJ: Made in America, acompañada por otras películas más convencionales y diseñadas específicamente para ganar estatuillas del Oscar, como Fences.

Talentos ocultos (candidata a los premios por mejor film, mejor actriz de reparto -Octavia Spencer- y mejor guion adaptado) es un ejemplo típico de las obras “inspiracionales” armadas para complacer al público (como La teoría del todo, de James Marsh, en 2014; Philomena, de Stephen Frears, en 2013; Una aventura extraordinaria, de Ang Lee, en 2012, Historias cruzadas, de Tate Taylor, en 2011; o El discurso del rey, de Tom Hooper, en 2010), a las que siempre les corresponde por lo menos un cupo en las ternas de candidatos a los Oscar.

La mayoría de las veces se presenta el mismo problema: una vida excepcional no siempre implica una película excepcional, y en la mayoría de los films mencionados en el párrafo anterior se puede percibir -especialmente cuando se trata de biopics- una estructura calcada de la misma escaleta emocional (casi siempre organizada como secuencias de ascenso, caída y resurrección), y una serie de recursos estilísticos (emocionante música incidental, uno o dos monólogos lacrimógenos y montaje cómodo e invisible) que guían al espectador como si estuviese en un confortable y seguro vagón que avanza sobre los rieles de un parque temático.

Talentos ocultos no escatima en lo fascinante de su historia: en los años 60 y en el sur de Estados Unidos, donde todavía primaban leyes segregacionistas, gran parte de los avances de la tecnología espacial estuvieron sostenidos sobre los hombros de un grupo de matemáticas afroestadounidenses que trabajaban como computadoras humanas y que se convirtieron en las encargadas de operar la primera megacomputadora IBM.

La película parte de las historias de tres mujeres, no necesariamente unidas entre sí, por medio de las cuales se irá componiendo un retrato casi coral del importante papel que desempeñaron, tanto en el terreno de la ciencia como en el de las conquistas de derechos civiles. Taraji P Henderson interpreta a Katherine G Johnson, una figura clave en la resolución de varios análisis matemáticos vinculados con los cálculos de trayectoria de las cápsulas espaciales que llevaron al primer hombre estadounidense al espacio; Octavia Spencer es Dorothy Vaughan, la supervisora del grupo de mujeres que operaría las computadoras encargadas de procesar el cada vez más complejo caudal de información; y la talentosa cantante Janelle Monae tiene el rol de Mary Jackson, la primera estudiante negra de Virginia que se recibió de ingeniera aeronáutica.

Teniendo todo eso en cuenta, podríamos decir desde el vamos que la película está basada en una historia real que no sólo es interesantísima, sino también inspiradora (al presentar personajes femeninos fuertes en esas áreas, mientras el cine de Hollywood sigue eligiendo sus historias y definiendo sus elencos con criterios bastante limitantes en lo referido al género) y, en cierta medida, metafórica sobre los avances de Estados Unidos, sostenidos sobre el trabajo a menudo invisible de grupos sociales menos favorecidos (en este caso, los astronautas rubios y “perfectos” están en el centro de la atención de multitudes, mientras que el trabajo de hormiga es realizado por mujeres negras, en oficinas atestadas y asfixiantes).

El problema con Talentos ocultos es que, en su anhelo de contar, a partir de un caso específico, la historia más amplia de la conquista de derechos civiles en Estados Unidos, numerosas veces cae en excesos de didactismo y en una insoportable cantidad de lugares comunes. Esto suele ocurrir sobre todo a nivel micro, con casi siempre una o dos frases acartonadas o demasiado explicativas por escena. Ninguna de ellas es en sí misma demasiado terrible o molesta, pero su acumulación termina anquilosando el desarrollo del film.

En el mismo comienzo de Talentos ocultos nos encontramos a las tres brillantes mujeres atrasadas por una avería de su auto, y en cuestión de tres minutos la película ya trata de explicar, mediante un solo diálogo, el marco socio y geopolítico en el que se encuentran las protagonistas. De postre, al final de esa escena, una de ellas dice, mientras es escoltada por el auto de policía que trató de brindarles asistencia: “Tres mujeres negras persiguen a un policía blanco en una carretera de Hampton, Virginia. En 1961. Señoritas, he aquí un milagro ordenado por Dios”. Incluso películas mucho más concentradas en aspectos históricos macro y específicos, como Selma (Ava DuVernay, 2014), han sido mucho más cuidadosas en la presentación de información.

Este formato se reitera, incansable, durante la primera media hora del film, con cada escena en la que se trata de explicar algo específico del contexto social e histórico, y resultan especialmente molestas y acartonadas las intervenciones vinculadas con el marco geopolítico de la carrera aeroespacial entre la Unión Soviética y Estados Unidos.

A su vez, parece que la película, en su intento de seguir la senda de las feel-good movies y el formato inspirador, lima muchas de las aristas de los conflictos, y a menudo presenta los problemas como si se hubieran debido sólo a incomprensión o falta de pragmatismo, y no como algo sostenido en profundos y antiguos sentimientos irracionales, ligados a su vez con fuertes intereses materiales. Así, el personaje de Kevin Costner se da cuenta por pura empatía y sentido práctico de que hay que eliminar la separación de baños para “personas de color”; y un juez es convencido por un discurso de Jackson sobre la importancia de ser el primero (un paralelismo buscado entre la conquista de derechos civiles y la competencia entre estadounidenses y soviéticos por poner a un hombre en el espacio). Así, durante toda la película, cada problema es resuelto en la misma escena o en la siguiente, como la sucesión de perlas en un collar que se cierra alrededor de un delgado y terso cuello. De modo que Talentos ocultos, más que guiarse por la típica estructura de ascenso, caída y redención mencionada antes, parece una carrera de obstáculos que se desarrolla en línea recta, sin que jamás se cuestione la integridad de ninguno de los personajes, que no tienen ningún dato de carácter más profundo que el de ser brillantes y tenaces. Esto se hace evidente en que los pasajes por donde la película hace más agua son los que intentan abordar la vida privada de las tres protagonistas, especialmente en el conflicto presentado muy a vuelo de pájaro entre Mary y su esposo enfurecido por la situación política (que, en primera instancia, podría servir como una metáfora del conflicto entre las alas de militantes afroestadounidenses más radicales de Malcolm X y las más pacíficas de Martin Luther King), así como en el de Katherine y el militar, que nunca se llega a entender para qué fue llevado a la pantalla.

Esa escasa profundidad de los personajes no significa que sean flojas las actuaciones, en las que Talentos ocultos tiene su punto fuerte. Es particularmente lograda la forma en que Henson logra equilibrar la timidez y la brillantez de su personaje, apenas por el modo en que se pone o se saca los lentes, y también la peculiar combinación de dignidad y resignación con que Spencer representa a un personaje eternamente subempleado. Incluso Costner logra, cada vez que aparece en escena, dos o tres pases de magia actoral, aun con un personaje tan frío y obsesivo como el que le tocó. También se destacan los que despliega Monae con el festejo contenido de Mary cuando sale de la corte (mucho más real y emocionante que el discurso al borde del llanto de Katherine).

El otro gran asunto -que se vuelve casi invisible en la mayoría de las notas sobre esta película- es cómo se presenta la Guerra Fría. En este sentido, cada avance soviético es mostrado como una afrenta directa a Estados Unidos, más que como el logro de un competente y hábil adversario. Por supuesto, uno podría aducir que la película se limita a reproducir un sentimiento común en aquellos tiempos, pero por momentos parece que más bien toma partido o se cree la historia que cuenta, a tal punto que en vez de ser una obra acerca de los años 60, incorpora, sin la mediación de un filtro crítico, buena parte de los valores y temores estadounidenses de ese período. En este sentido, se termina configurando una película directamente paranoica y anticomunista, sin el distanciamiento habitual en muchas narraciones retrospectivas actuales; por el contrario, lo que parece decir Talentos ocultos es que es sólo a base de esfuerzos individuales que uno, tarde o temprano, logra abrir camino para otros, algo que no siempre es necesariamente falso, pero que parece dejar claro desde qué lado ideológico se mira la historia.

Talentos ocultos (Hidden figures)

Dirigida por Theodore Melfi. Estados Unidos, 2016. Con Taraji P Henson, Octavia Spencer y Janelle Monae. Life Cinemas 21 y Alfabeta; Movie Montevideo y Portones; shopping de Punta del Este.