Hace diez años el jugador de fútbol americano, actor y celebridad mediática Orenthal James -OJ- Simpson fue condenado a la prisión que venía esquivando desde hacía más de una década, cuando fue absuelto en forma increíble de la acusación de haber asesinado a su esposa Nicole Brown y a un amigo de esta, Ronald Goldman. Simpson no fue a prisión por aquellos crímenes horribles, sino por el robo de algunos productos relacionados con su propia imagen, un delito menor pero por el que fue castigado en forma dura -y posiblemente compensatoria-, y aún está en la cárcel.

Tal vez porque ha pasado un tiempo razonable para tener una perspectiva sobre este caso, que desató tantas pasiones irracionales, la televisión estadounidense realizó el año pasado varias aproximaciones a la historia, incluyendo una elogiada miniserie del canal FX interpretada por Cuba Gooding Jr -The People v. OJ Simpson- y el extenso documental OJ Simpson: Made in America, producido por el canal deportivo ESPN y dirigido por Ezra Edelman, que antes se había dedicado sólo a programas de corte estrictamente deportivo. Este último es uno de los cinco nominados al Oscar a mejor documental de este año, lo cual es una curiosidad ya que, aunque fue presentado en el Festival Sundance, sus dimensiones -más de siete horas divididas en cinco partes- lo hicieron de casi imposible exhibición cinematográfica. Por lo general, el Oscar se otorga a documentales con la duración habitual de un largometraje, y esto podría considerarse más bien una miniserie, pero al ver el producto se comprende que no podía ser ignorado o descartado por formalidades.

Lo primero que se piensa al abordar algo como OJ Simpson: Made in America es “¿qué necesidad? ¿para qué tanto trabajo y extensión?”. El caso es bien conocido, y al menos los mayores de 30 años se han cansado de ver las imágenes del juicio, escuchar acerca de sus detalles legales y discutir su insólito desenlace, así que una nueva revisión puede parecer a priori redundante. Con esta duración, directamente da la impresión de que es un despropósito absoluto, o algo orientado a un segmento especialmente minoritario y maníaco de los espectadores. Uno de los méritos de esta obra excepcional es que obliga a descartar esos prejuicios.

Lo político sobre lo judicial

El director Edelman es hijo de una activista de derechos y un profesor de leyes, dos datos que no son en absoluto anecdóticos si se quiere entender cómo un documental sobre una estrella del fútbol americano, producido por un canal de deportes, puede convertirse en la enorme observación sociocultural que es esta película. Al menos un tercio del documental está dedicado a hechos que no tienen ninguna conexión directa con Simpson o su historia, pero que son esenciales para entender la gran cantidad de planos en la que se desarrollaron los hechos narrados. Porque OJ Simpson: Made in America es la historia de un deportista extraordinario y de una figura con un carisma tal que resulta de difícil comprensión desde un país como el nuestro (o simplemente fuera de Estados Unidos), donde el fútbol americano es visto como un deporte extraño, localista e indescifrable.

En la primera parte se repasa la carrera como jugador de Simpson, cuyos logros actualmente suelen relativizarse a causa de su escandalosa vida, pero que incluyen un par de campeonatos inolvidables y un récord mundial, y que lo llevaron a ser, a comienzos de los 70, uno de los hombres más famosos de Estados Unidos. De alguna forma, OJ Simpson fue una especie de anti Mohammed Alí; con orígenes similarmente difíciles y tan brillante, atractivo e inteligente como el boxeador, se comportó en forma diametralmente opuesta a este en relación con su rol de ícono de los afroestadounidenses: optó por no sumarse a los movimientos que reclamaban derechos en los agitados años del cenit de su fama, y se integró en forma completa a la alta burguesía californiana de Los Ángeles y Hollywood, algo muy paradójico a la luz de los acontecimientos posteriores, que lo convirtieron en un muy dudoso símbolo de la lucha contra la discriminación racial.

Esa personalidad contradictoria es construida gradualmente por Edelman mediante entrevistas con allegados a Simpson y observadores de la realidad sociocultural, en una elaborada composición que, sin opinar ni establecer conexiones de modo explícito, va ubicando, por ejemplo, el magnífico desempeño del jugador en el equipo de la Universidad de California del Sur (con filmaciones que, aun si no se sabe nada de fútbol americano, hacen evidente que Simpson era un deportista con una magia especial), en el marco de los disturbios callejeros, los abusos policiales y los asesinatos políticos contemporáneos a esos triunfos. Los paralelismos continúan sin que jamás parezcan fuera de lugar, pero además se van articulando hasta llegar a dos hechos que tendrían que haber sido jurídicamente autónomos y que sin embargo se ligaron en forma indisoluble: la bestial paliza propinada por un grupo de policías blancos a un conductor negro, Rodney King, y el asesinato de la mujer de Simpson.

Cuando el documental dedica largos minutos de su segunda parte a hablar de la casi simultánea primera condena de Simpson por golpear a su mujer y la golpiza a King, no se trata de una analogía simbólica berreta entre ambas violencias, sino que se establece la conexión evidente entre el resentimiento y la necesidad de reparación simbólica ante la injusticia en el caso de King -expresados en las revueltas que tuvieron lugar en Los Ángeles en 1992- y la simple y horrenda naturaleza de un acto de brutalidad doméstica que, por extraños vericuetos socioculturales, terminó convirtiéndose en una suerte de revancha. La yuxtaposición de esos dos hechos derivó luego en el absurdo de toda la movida organizada por un grupo de abogados tan caros como inescrupulosos, y seguida por numerosas organizaciones de derechos civiles, para exigir la libertad de un asesino de mujeres de culpabilidad prácticamente innegable.

En Estados Unidos, el caso Simpson dividió las aguas y abrió heridas etnoculturales que están lejos de sanarse (y que tal vez recién estén llegando a su máximo punto de supuración e infección). Edelman es consciente de ello, pero su documental no se limita a esa cuestión, sino que encuentra espacio también para desarrollar otras como la relación entre clases, la violencia de género, el concepto del éxito, el periodismo amarillista, la asombrosa falta de ética de leguleyos y activistas, la historia reciente de la publicidad estadounidense, y un abanico de muchas más, entre las cuales no es la menor el estricto centro temático de la obra, es decir, lo que se considera el juicio del siglo en su país. Es muchísimo, tanto como para justificar todas y cada una de sus horas de duración (o incluso alguna más), y en OJ Simpson: Made in America no sólo se tratan asuntos importantes, sino que además eso se hace mediante una perfecta exposición formal.

La canción disonante

El encomiable abordaje de esta historia a cargo de Edelman podría resultar apenas una extensa sucesión de buenas intenciones -como el empedrado del camino al infierno-, si no fuera por el notable pulso del director para organizar sus materiales y presentarlos. Esta obra va un poco a contramano de las tendencias predominantes en los documentales actuales, que prefieren una mayor presencia del cineasta, tanto mediante su participación directa en lo registrado como en la habilidad para “armar” una historia muy específica y creativa, en cierta forma descubriéndola. En cambio, Edelman es totalmente tradicionalista, y se limita al recurso clásico del material de archivo intercalado con entrevistas actuales a “cabezas parlantes”. Aunque hay decenas de testimonios fascinantes, el director tampoco la tuvo fácil, ya que no contó (en algún caso por fallecimiento, pero en la mayoría por falta de voluntad) con los testimonios actuales de figuras tan esenciales como varios de los abogados y fiscales del caso, o del propio Simpson, que sólo aparece en filmaciones de época. Sin embargo, estas ausencias no se notan en absoluto, por la fluidez y la minuciosidad con que Edelman repasa y ofrece una gran variedad de observaciones sobre el mismo hecho.

El director desaparece estéticamente -salvo por algunos subrayados musicales, algunos pequeños saltos temporales y la aproximación a una fragmentación propia del videoclip en algunos (escasos) fragmentos-, dejando que la historia la narren los entrevistados y los registros de época, y apenas apelando, cuando es inevitable, a algún subtítulo contextualizador o aclaratorio. Este distanciamiento crítico consigue el raro efecto de involucrar en forma activa (mucho más activa de lo habitual) al espectador, ya que el relato nunca se aferra a un solo punto de vista: hablan leguleyos, policías honrados y corruptos, amigos leales a Simpson y distanciados de él, criminales, artistas, periodistas y políticos, entre otros, en un abanico de opiniones muchas veces encontradas, y cada vez que uno arriba a un juicio sobre las acciones o la actitud de alguno de los sujetos protagonistas, casi de inmediato surge un testimonio o dato que cuestiona ese juicio.

Uno de los efectos paradójicos, pero de enorme riqueza informativa y provocador de una gran gimnasia mental para los no dogmáticos, es que aunque el documental es un retrato muy crítico del racismo y de las desigualdades sociales y jurídicas en Estados Unidos, al mismo tiempo presenta un testimonio demoledor de la irracionalidad y la parcialidad con que actuaron movimientos de activistas en este caso, complejamente obsceno, en el que las fuerzas de los derechos civiles de las minorías étnicas se levantaron en defensa de un golpeador de mujeres reincidente y, casi sin dudas, sanguinario feminicida.

Este caleidoscopio de sensaciones e informaciones encontradas, este amplio retrato de las contradicciones de una sociedad, su fluida narración y el casi demencial trabajo de investigación hacen de OJ Simpson: Made in America no sólo un documental extraordinario y crucial, sino también una película histórica que puede ser considerada un futuro punto de referencia en cualquier abordaje de un tema relacionado con este. Los críticos siempre tenemos miedo de definir algo como una obra maestra y caer en la exageración por el entusiasmo del momento, pero OJ Simpson: Made in America lo es, y sólo queda, más que seguir amontonando adjetivos superlativos, recomendar que hagan lo posible por verla.