Los premios Goya -para muchos, el Oscar español- volvieron a inclinarse por las producciones argentinas: así como Relatos salvajes, de Damián Szifrón, y El clan, de Pablo Trapero, se alzaron con la estatuilla en las dos ediciones anteriores, este año El ciudadano ilustre, de Mariano Cohn y Gastón Duprat (los de El artista -2008- y El hombre de al lado -2009-), fue elegida como mejor película iberoamericana.
En el rubro de mejor documental, el premio fue para Frágil equilibrio, del español Guillermo García López: a partir de tres historias rodadas en Marruecos, Tokio y Madrid, y con su eje central en una entrevista con José Mujica, se propone “contar la parte de atrás, el lado humano, de lo que está pasando [...], entrar en la intimidad de las víctimas de esta crisis que no acaba. Y sufrir con ellas”, había dicho García López el año pasado al diario español El Mundo. “Desde el principio -añadió-, nuestra única preocupación era que el espectador acabara por sentirse parte de cada una de las historias. Que todos vieran en esa historia de inmigrantes, explotados o expulsados, su propia historia o la de su familia [...]. Todas las historias fueron difíciles a su manera. Por lo menos, al principio. Fue complicado dar con alguien en Japón que se abriera y nos contara su vida. Fue sobre todo incierto llegar a África que, de entrada, toda ella es incertidumbre. Fue duro conocer a un español que nos hablara de su problema frente a la cámara... Lo único sencillo fue acercarse a Mujica. En cuanto conoció el proyecto, todo fue fácil”, recordó, y por eso mismo le dedicó ahora el premio.
En cuanto a las películas españolas, Tarde para la ira, de Raúl Arévalo, fue seleccionada como el mejor largometraje, y el Goya al mejor director se otorgó a Juan Antonio Bayona, por Un monstruo viene a verme.