Con 18 largometrajes a cuestas -además de cortos y documentales- Aki Kaurismäki ha seguido los pasos de melancólicos perdedores, desempleados inexpresivos, perros fieles y bares donde ahogar las penas. Comenzó su carrera en 1983, cuando decidió filmar una fría versión finlandesa de Crimen y castigo, de Fiódor Dostoievski, y luego filmó verdaderas obras maestras como Un hombre sin pasado (2002) o La chica de la fábrica de fósforos (1990). Ahora sorprendió con un inesperado anuncio: en una conferencia de prensa de la Berlinale, festival donde ganó el Oso de Plata como director por su obra más reciente, El otro lado de la esperanza (en la que vuelve sobre la problemática de los inmigrantes), espetó, casi al pasar, que ya piensa en retirarse: “Estoy cansado. Quiero empezar por fin a vivir mi propia vida [...]. Ya he dicho lo mismo antes, pero esta vez sí es un adiós; es muy probable que esta sea mi última película”, afirmó, aludiendo a la Berlinale de 1994, en la que él y el polaco Krzysztof Kieslowski anunciaron que dejaban el cine pero no lo hicieron.