Esta película logró el récord de boletería del cine coreano de todos los tiempos. Fue la primera realización con actores del director Yeon Sang-ho, especialista en animación, que en forma casi simultánea lanzó también una precuela animada de la misma historia. Su recaudación mundial de casi 90 millones de dólares supera a la de varias de las películas hollywoodenses candidatas al Oscar, y sería aun mayor, probablemente, si la mayoría de los distribuidores occidentales no la relegaran -en el círculo vicioso de que “la gente no está acostumbrada a ver películas asiáticas”- a unas pocas salitas (en Uruguay, por ejemplo, La llamada 3, cuya recaudación mundial fue la tercera parte de la de Invasión zombie, en su segunda semana de exhibición se está dando en diez salas con un total de 21 funciones diarias, mientras que la coreana se estrenó en sólo cuatro salas, con un total de cinco exhibiciones por día, y actualmente está en tres, con otras tantas funciones diarias). Entonces, se está planificando una refilmación occidental en inglés, que difícilmente sea mejor o por lo menos más popular que esta, pero seguramente se va a dar en mayor cantidad de salas y va a contar con mayor promoción. Ese proceso no va a dejar muchas posibilidades de que el gran público occidental se percate de cuánto mejores vienen siendo las películas de acción y de terror orientales en comparación con las hollywoodenses.

El título original quiere decir “tren para Busan”, y la mayor parte de la acción transcurre, justamente, dentro de un tren (en realidad, de tres trenes distintos, porque en un par de ocasiones los personajes se trasladan de uno a otro para proseguir su viaje). La acción se ubica en los momentos iniciales de un apocalipsis zombi, cuando la mayoría de la gente todavía no se percató del hecho. Los pasajeros de un tren de alta velocidad de Seúl a Busan (un trayecto que cruza Corea del Sur en diagonal, del noroeste al sureste, y lleva normalmente unas tres horas) se encuentran con un brote de epidemia zombi en pleno viaje, y el tren no se puede detener porque en varias estaciones hay muertos vivos mordedores. Los zombis de esta película son del tipo “rápido”, que creo que fue inventado en Exterminio (Danny Boyle, 2002). Es decir que, en vez de avanzar lentamente y con torpeza como la mayoría de los zombis del cine, son unos seres hiperenergéticos que saltan para sortear cualquier obstáculo en dirección a sus presas. Como los de Guerra mundial Z (Marc Forster, 2013), a veces forman una masa humana, caminando o rodando unos por encima de los otros como si fueran hormigas. Por lo tanto, el enjambre de zombis de este film rima en algunos de sus atributos con el tren -la velocidad, la fuerza, la determinación ciega hacia un objetivo, la masa compuesta por unidades separadas-.

La película no es tanto de terror: no hay nada que sea nominalmente sobrenatural, no hay gore, los zombis son feos pero no cadáveres putrefactos ambulantes a los que les falten pedazos o se les vean las entrañas (como los de la serie Walking Dead). La película no se aprovecha de su condición de ex humanos para tomarse la libertad de destrozarlos en cámara. Ni siquiera estamos seguros de que algún zombi llegue a “morir” en el film: algunos se ligan terribles golpazos con un bate de béisbol, pero no sabemos si de ese modo fueron eliminados o no, ni hay un festival de sesos reventados. Más bien son un peligro que está ahí y suscita paranoias, son angustiantes esas bocas que avanzan para morder: en Uruguay, Invasión zombie es apta para mayores de 12, pienso que con buen tino. Eso sí, uno ve buena parte del film en la punta del asiento, en un estado de tensión indescriptible, de esos que dan ganas de reírse de uno mismo por dejarse engranar tanto con unas imágenes bidimensionales proyectadas en una pantalla.

Hay muchas situaciones inventivas en la película, que nunca afloja: el surgimiento de la epidemia y la toma de conciencia acerca de ella; las huidas de un vagón a otro; los parientes separados entre sí que tienen que ingeniárselas para cruzar varios vagones infestados de zombis y reencontrarse (esa secuencia, en la que un personaje va sorteando etapas/vagones, con sus problemas y su resolución, me hizo recordar a La aventura del Poseidón -Ronald Neame, 1972-, pero obviamente también tiene algo de videojuego); la carrera para cambiar de vehículo en una estación de trenes aparentemente desierta, pero que luego descubrimos llena de zombis; el choque con una locomotora en llamas y la situación de los sobrevivientes atrapados en un hueco debajo de un vagón descarrilado, que en cualquier momento puede aplastarlos (y que, para peor, está atiborrado de zombis que saldrán de él si se rompen las ventanillas); el zombi en un pasillo, con un grupo de personas (que se quieren entre sí) de cada lado, cuyo alejamiento de unas necesariamente implica mayor peligro para las otras. Son especialmente bellos los momentos introductorios en los que adivinamos la inminencia de algo extraño (el episodio en que un chofer de camión pisa a un venado contaminado, y otro en que Su-an observa la lluvia de cenizas y luego levanta la vista, mientras vemos reflejado en el vidrio de su auto el incendio de una torre a lo lejos, que nunca se nos mostrará en forma directa).

Estas situaciones son quizá el atractivo mayor de la película y su razón de ser, pero ganan sustancia con todo un trasfondo humano y social bien delineado. El grupo de personajes con el que llegamos a familiarizarnos (algunos de ellos, por supuesto, irán muriendo en forma aparentemente aleatoria) incluye a dos altos ejecutivos, una pareja de clase trabajadora en la que la mujer está embarazada, una niña, unos jóvenes estudiantes jugadores de béisbol, un indigente, dos hermanas y un empleado de la empresa de trenes. Los ejecutivos tienen tendencia a comportarse en forma egoísta y prepotente; los trabajadores, a ser solidarios; el empleado público y los que se agrupan con él, a obedecer pasivamente al ejecutivo más malo, perjudicando a muchos de los personajes más buenos. El arco principal es el de Yoo, el ejecutivo joven y adicto al trabajo que nunca encuentra la oportunidad de estar con su hijita de nueve años. Pasado cierto límite, toma conciencia de esto y acepta acompañar a la niña en el viaje en tren, para dejarla en Busán con su mamá. Los peligros le activarán y potenciarán el amor paterno, pero además la propia hija (con una buena participación de la pareja de clase trabajadora) le enseñará el valor de pensar en los demás y no sólo en sí mismo. Es todo muy simple, pero simpático, puesto en escena sin demasiado énfasis pedagógico y sin perder nunca de vista la aventura, y contribuye a construir una carga emocional que se activa cuando están en peligro los personajes con quienes más empatizamos.

Eso sí, está esa tendencia pronunciada a la sentimentalina, muy difundida en el cine asiático y especialmente en el coreano: cada vez que muere un personaje importante tenemos una escena prolongadísima con música melosa, imágenes en cámara lenta y flashbacks tiernos, en contraposición patética con el horror del momento. Pero vale la pena cruzar esas escenas como quien atraviesa un túnel, porque el resto del viaje está buenísimo.

Invasión zombie (Busanhaeng)

Dirigida por Yeon Sang-ho. Corea del Sur, 2016. Con Gong Yoo, Kim Su-an y Ma Dong-seok. Life Cinemas Costa Urbana (sólo doblada); Movie Montevideo; shopping de Punta del Este.