“Ahora que no hay nada / sino fotografías / cartón donde la vida / es rosa imaginada / Recuérdame / mi mejor vez [...], la espina no; la flor, la flor; si es que hubo flor”, exhortaban los versos de “Final”, el tema que abre el clásico Sansueña (1978). Ya han pasado casi 50 años desde que El Darno comenzó a recorrer el camino de la canción popular: después de su pasaje por el llamado Grupo de Tacuarembó, nucleado en torno a la docencia de Washington Benavides, Darnauchans participó en el Festival de la Canción Joven y el jurado le otorgó el premió a la mejor voz, algo que es difícil discutir, aun sin haber oído a los demás participantes. Al poco tiempo viajó a Montevideo para grabar en Sondor su primer disco, Canción de muchacho (1973), con el que sorprendió a más de un crítico.

Lo demás ya es historia: fue censurado con especial saña y arbitrariedad por la dictadura, tuvo que pasar un tiempo fuera del país, y todo eso le pegó duro, pero cuando logró superarlo editó uno de sus discos más celebrados, Sansueña. En paralelo, alrededor de su figura de dandy comenzó a gestarse el mito del “esteta decadente”, según apuntaba un grafiti de la época, ironizando sobre sus lentes negros, sus pañuelos rojos, su definición esencial de bebedor y fumador. Pero él redobló la apuesta. Se fotografió junto a la pintada y afirmó: “Quisieron agredirme y para mí es un elogio”. Con el tiempo, una suma de composiciones irrepetibles (“Miente”, “Balada para una mujer flaca”, el homenaje a su padre en “Pago”, “Flash”, “En Tacuarembó, si te parece”, entre muchas otras) lo consagraron como uno de los mayores trovadores del panorama musical uruguayo (y, aunque la leyenda a veces lo omita, también uno muy consecuentemente politizado).

Sin perder el tiempo

Las productoras Mariana Gerosa e Isabel de la Fuente organizaron este primer espectáculo de homenaje a Darnauchans, a diez años ya de su fallecimiento, que se llevará a cabo el jueves a las 21.00 en el teatro Solís. Convocaron a personas que trabajaron con él en distintos momentos de su trayectoria artística: Bernardo Aguerre, Benavides, Walter Bordoni, Fernando Cabrera, Mario Carrero, Gastón Dino Ciarlo, Carlos da Silveira, Nelson Díaz, Gustavo Etchenique, Gustavo Ibarra, Eduardo Larbanois, Estela Magnone, Samantha Navarro, Rubén Olivera, Shyra Panzardo, Atilio Macunaíma Pérez da Cunha, Eduardo Rivero, Tabaré Rivero, Alejandro Spuntone, Ignacio Suárez y Rossana Taddei.

Todo surgió a partir de una conversación entre Gerosa y Daniela Bouret, directora del Solís, quien le comentó la intención de organizar un espectáculo por el aniversario. Gerosa le propuso un homenaje con ciertas características que “lo alejaran del drama o lo solemne”, porque lo que le interesaba era celebrar su obra. Y cuenta que, por eso, le planteó integrar distintas facetas del artista, desde la de intérprete a la de poeta. “Organizamos un concierto que se cruza con una tertulia, porque participarán músicos y poetas amigos”, y además habrá proyecciones audiovisuales -que incluirán imágenes inéditas- a cargo de Juan Pellicer (Historia de la música popular uruguaya). “Nos propusimos que el transcurrir de los músicos y el orden de las canciones contaran con determinado sentido, así como el espectáculo atenderá a una unidad a nivel escénico”, explicó la productora.

Comenzar de nuevo

Cuando el cantautor y docente Rubén Olivera se instaló en Buenos Aires en 1972, y escuchó el primer disco de Darnauchans, le gustó y lo identificó como una de las voces nuevas que habían quedado “presas” en el proceso hacia la dictadura. Seis años después, cuando volvió a Montevideo, los presentaron. En aquella época el coautor de “A redoblar” fue a un ensayo en el entonces teatro Shakespeare, donde se cruzaban El Darno con Larbanois & Carrero. Hacía dos años que Darnauchans se había vinculado con Eduardo Rivero y Jorge Galemire, y juntos habían propuesto uno de los mojones fundacionales del canto popular durante la dictadura: el espectáculo Nosotros tres, que llegó a hacer 14 funciones y del que hace poco se editaron grabaciones. A los pocos años, Olivera acompañó algunas sesiones de grabación de Sansueña.

Para el músico, Darnauchans se convirtió en “un caso extraño de calidad, a partir de su matriz estética, de no renegar, conocer y nutrirse de todo lo local, pero, a la vez, manejar lo que para aquella época algunos rechazaban” por asociarlo con “el imperialismo”, como sus admirados Bob Dylan, Leonard Cohen, el folk, el country, o, más allá del Atlántico, Antoine y la chanson francesa.

Olivera admite que todos los músicos se construyen entre variantes “buscadas y azarosas”, y recuerda cuando El Darno le comentaba lo importante que había sido para él un disco de Dina Rot con canciones sefaradíes, que lo dejó encantado con “lo que se conoce como melisma [cantar una sílaba con dos o más notas], que se volvió una característica propia de él. Sin ese disco, podría no haberse dado cuenta de que era capaz de hacer esos adornos que terminaron siendo un elemento importante en su canto. Que era dylaniano, pero a su vez con ese mundo de melisma sefaradí. Y a la vez todo su interés por el tema de la poesía o la filología, y, sobre esto, sus características personales, su vida, su temperamento, la construcción de su personaje, que también se vuelve extraño para Uruguay, donde por lo general hay intérpretes muy pudorosos. Esto, junto a lo musical, terminaba siendo muy atractivo para la gente”. Sobre todo porque no se trataba de alguien que “se sentaba, cantaba sus canciones con pudor y se iba, sino que construía personajes que las cantaban y las interpretaban. Así se daba toda una conjunción, porque componía desde la melodía: no se consideraba un buen instrumentista, aunque siempre hacía una guía básica en el instrumento. Y de ahí también surge la importancia de los arregladores que complementaban su trabajo, fueran Jorge Galemire para Sansueña, o Bernardo Aguerre y Carlos da Silveira en la etapa posterior. Pero acá todos sabemos que con su riqueza melódica y letrística construyó un repertorio junto con su impronta interpretativa”.

En ese sentido, Olivera señala que cuando otros músicos interpretan las canciones de Darnauchans no pueden dejar de lado “la exuberancia de su canto”, y cómo él se volvió un “teórico del cómo decir, del cómo detenerse en las consonantes y no sólo en las vocales”. Por eso, se vuelve casi imposible pasar por alto “toda su experimentación, porque se trató de un intérprete que era compositor al cantar”, estableciendo “rasgos que habilitaban caminos de experimentación”. En el homenaje, Rubén versionará “Canción de trasnoche” junto a fragmentos de “Canción 2 de San Gregorio”, “Nieblas y neblinas” y “Canción del tiempo y el espacio” (quizás un poco en la veta de collages que mostró en su recordado espectáculo del año pasado, Memoria para armar).

El mencionado Eduardo Rivero, músico y periodista musical, conoció a Darnauchans en 1971. En esa época, cuenta, El Darno participó en un recital de los Conciertos de la Rosa, prestigiado por el premio del Festival de la Canción Joven, y al poco tiempo se sumó a un ciclo llamado Alto nivel, en el que se cruzó, durante una prueba de sonido, con Rivero, Galemire y otros músicos. “A los pocos días ya andábamos de arriba para abajo juntos, siempre íbamos a Cinemateca a ver los ciclos de los hermanos Marx. E incluso tengo una autobiografía de Groucho Marx regalada por él, que se llama Groucho y yo, y es muy graciosa”, recuerda riendo.

Cuando se le pregunta por el colega y amigo fallecido, lo que más evoca es su sentido del humor, la inteligencia, la cultura, el hecho de que era un intelectual genuino, sin poses. Y destaca lo del sentido del humor “porque cuando la gente muere comienzan las leyendas. Parte de la ‘mala vida’ del Darno era cierta, pero eso del poeta de las tinieblas o el príncipe de la oscuridad, no. Porque si bien en su temática abordó al suicidio y la muerte, y aunque viniera de una familia de suicidas -lo fueron su hermana y su madre-, él era alguien luminoso, con un sentido del humor genial. Lo recuerdo con una sonrisa en la cara, y conmigo sonriendo enfrente, algo muy lejano a ese estereotipo oscuro con que algunos lo identifican”. Otra particularidad que rescata es “su inmenso talento como baladista”, que Rivero tuvo muchas oportunidades de apreciar, desde la intimidad del proceso de componer hasta los escenarios. “Tuve la suerte de estar en los dos ciclos de Nosotros tres -las 14 funciones de 1976, más otras 15 en 1993-, de estar tantas veces sentado en una sillita a su lado, sobre el escenario, y escucharlo cantar al lado, y de haber compartido la mayoría de las sesiones de grabación de Sansueña, donde llegué a cantar coros en una canción [“Ni siquiera las flores”].

En el homenaje, Rivero interpretará “Los reflejos”, porque cuando en 1993 reeditaron el espectáculo Nosotros tres, Darnauchans y él cantaron ese tema a dúo, y también su canción preferida, “Flash”. “Hay un cielo de jazmines...”, se escucha cantar a Rivero a través del teléfono, hasta que se interrumpe para recordar que El Darno escribió ese tema, como varios otros, para una de sus compañeras, la flaca Chichila Irazábal. “Como letrista era un anormal. Y mirá, en Sansueña hay más de una letra y media suyas. Porque ‘Memorias de Cecilia’ es íntegramente de él, y en ‘Final’, que está firmada por él y Víctor Cunha, me consta que él hizo una gran parte de la letra. Pero fue a partir de Zurcidor que explotó como letrista. En esa época, lo único que hacíamos con Galemire era insistirle en que se pusiera a escribir. Y cuando nos mostró en una cuadernola la letra de ‘Final’ le dijimos, ‘loco, hacé esto’. En la interna siempre nos reconoció que le hubiéramos insistido mucho para que hiciera lo que hizo después, manteniendo acordes y estructuras muy sencillas sobre las que desarrollaba melodías geniales, y consolidando una voz propia que no se parecía a nadie, por más que tuviera influencias de los Beatles, de Dylan o de Antoine”.

Unos meses antes de morir, Darnauchans le confesó al diario argentino Página 12 que el día que pasó los 40 años lo único que pensó fue “que le había ganado a [John] Lennon”. Y añadió: “‘No puede ser’, me dije. ‘¿Qué derecho tengo yo a tener más tiempo en este mundo que él?’. Después, a los 42, le había ganado a [Elvis] Presley. Yo siempre conté los años así. Por eso, ahora que cumplí 53, pienso en llegar a los 55, que fue la edad que tenía mi padre cuando falleció”. Eso no lo logró. Lo que sí pudo, entre “roncaroles y preguntas”, “entre el micrófono y la penumbra” o “entre la fantasía y el duelo”, fue burlar al turro tiempo.