Ayer falleció la compositora, musicóloga y docente Graciela Paraskevaídis, nacida en Buenos Aires y radicada desde 1975 en Uruguay. Junto a su compañero Coriún Aharonián, fue una figura de gran influencia en los campos de la música culta y la popular en Uruguay, y con una importante proyección internacional, no sólo por la calidad de su trabajo y sus posiciones teóricas, sino también por el ejemplo vital de profundo compromiso con sus ideas.
Admiradora de los compositores Edgar Varèse, Silvestre Revueltas y Luigi Nono, y de la poesía de Cesare Pavese, Miguel Hernández, Juan Gelman e Idea Vilariño, fue consciente del profundo carácter ideológico que tiene el acto de componer música, y lo asumió con la decisión de contraponer a los modelos metropolitanos una obra latinoamericana con criterios propios y emancipadores; en su caso personal asumió, como señalaba en sus notas para la edición del disco Magma, la autoimposición de “lograr sencillez, concisión, despojamiento y silencio”. Sostuvo que “ser compositor o intérprete es una manera de estar en el mundo, es hacer preguntas y buscar respuestas, es tratar de existir y resistir, es dudar y cuestionar. También es un modo de ejercer el derecho a la libertad y, por ende, un acto de rebeldía”.
Estudió composición con Roberto García Morillo, y fue becaria tanto del Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales del legendario Instituto Di Tella (donde fue alumna de Iannis Xenakis y Gerardo Gandini), como del Servicio Alemán de Intercambio Académico (en cuyo marco recibió clases de Wolfgang Fortner). Programas de selección de artistas residentes la llevaron a Berlín en 1984 y a Stuttgart en 1998. Formó parte del Núcleo Música Nueva de Montevideo y de la Sociedad Uruguaya de Música Contemporánea, y de 1975 a 1989 participó en la organización de los Cursos Latinoamericanos de Música Contemporánea.
Compuso desde 1961 más de 70 obras, premiadas e interpretadas en numerosos países de América, Europa y Asia, y que tuvieron ediciones discográficas en Alemania, Bolivia, Brasil y Uruguay (donde recogen algunas de ellas los fonogramas Magma -1996-, Libres en el sonido -2003- y Contra la olvidación -2012-). Tuvo una prolongada actividad docente privada, y también, de 1985 a 1992, en la Escuela Universitaria de Música de la Universidad de la República, además de dictar seminarios, conferencias y cursos en numerosos países. Escribió los libros La obra sinfónica de Eduardo Fabini (1992) y Luis Campodónico, compositor (1999), así como una gran cantidad de ensayos y notas para publicaciones especializadas. Tradujo Los signos de Schoenberg, de Jean-Jacques Dünki, para una edición venezolana de 2005, y compiló Hay que caminar sonando (2010) y Escritos (2014), con textos de Cergio Prudencio y Jorge Lazaroff, respectivamente.
En 2014 se editaron dos libros relacionados con ella: Estudios sobre la obra musical de Graciela Paraskevaídis, compilado por Omar Corrado; y Sonidos y hombres libres. Música nueva de América Latina en los siglos XX y XXI (editado por Hanns-Werner Heister y Ulrike Mühlschlegel), que se refiere a su papel y el de Aharonián. El documental biográfico Libres en el sonido (Ricardo Casas, 2016), combina entrevistas con Paraskevaídis, testimonios acerca de su trayectoria y fragmentos de sus obras.