La edición 2017 del Festival de Punta del Este terminó pero sigue: hubo una ceremonia de cierre, y en ella se entregaron los premios y se rindió homenaje a la actriz y directora brasileña Lucélia Santos, quien, además de agradecer, aprovechó la ocasión para hacer una declaración conmovida acerca del estado de corrupción económico-moral vigente en su país. Cesaron las actividades que involucran invitados (prensa visitante incluida), pero las exhibiciones se extenderán por unos días más.

Más allá de aspectos mejorables en la estructuración de la programación, el saldo fue ampliamente positivo, tanto en la organización como en la cantidad de películas interesantes, varias de ellas excelentes, que fue posible ver y discutir, en algunos casos junto a los propios realizadores.

Uruguayos

En el festival hubo anticipos de tres películas uruguayas. Mirando al cielo, de Guzmán García (estreno mundial), ya se anticipa como una de las mejores realizaciones nacionales a estrenarse este año. Todas las imágenes están tomadas en el espacio cerrado de una sala donde se reúne un grupo de teatro comunitario. La película capta etapas de la preparación de una obra: ejercicios, lectura del texto, incorporación de movimientos, elementos de vestuario y objetos, escenografía, camarín y estreno. Esa línea va alternada con entrevistas a la mayoría de los integrantes del elenco. Cada uno narra determinado aspecto de su vida. El talento con que García pregunta y logra que esas personas expongan episodios íntimos y fuertes de sus historias personales hace pensar en el brasileño Eduardo Coutinho (1933-2014), y el concepto de la película se vincula con Between Fences (2016), del israelí Avi Mograbi. Un epígrafe de André Malraux (“Todo hombre se parece a su dolor”) se vincula con la tónica de esas situaciones, quizá más comunes en -pero no exclusivas de- el entorno humilde del que provienen las personas entrevistadas: crecer con un padre en prisión, abuso infantil, embarazo adolescente, la muerte de un hijo, familia disuelta. Sin disminuir en nada lo doloroso, la película da relevancia a gestos de amor inherentes a su propia realización, a la comunicación humana con esas personas queribles, a la disposición para seguir con la vida, al trabajo teatral común. Y se produce un efecto fuerte y transformador cuando, al final, podemos darnos cuenta de que individualizamos a esas personas dentro del colectivo, conocemos su trasfondo, y adivinamos historias análogas aun en los rostros de quienes no fueron entrevistados.

El sereno, de Oscar Estévez y Joacko Mauad (coproducción con Argentina), cuenta en la superficie la historia de un hombre contratado para cuidar un depósito. El lugar es enorme, lleno de pasillos y recovecos. Durante las noches empiezan a pasar cosas extrañas, y el clima es de pesadilla, con sonidos intrigantes fuera de campo, música ominosa, sombras con forma humana, sustos y detalles extraños. Pero el funcionamiento no es tanto de cine de terror, porque el protagonista no está caracterizado como para inspirar una simpatía que nos lleve a sufrir con él, y porque a los pocos minutos de metraje ya entendimos que esos episodios atemorizantes son parte de sus sueños y de su imaginación, de modo que no parecen representar un peligro concreto. El énfasis estará más bien en el sentido que adquiere todo eso, en tratar de descifrar algunas puntas narrativas intrigantes e ir armando de a poco la solución del rompecabezas narrativo.

El camino de siempre / De la Aduana a Nashville es un documental sobre el músico Jorge Nasser. El estreno está previsto para mediados de marzo, y será comentado en forma extensa en esa ocasión.

Navidades formalistas

Es curioso que en un mismo día de proyección se hayan exhibido dos películas de países vecinos que transcurren de la mañana a la noche en localidades del interior un 24 de diciembre, con un especial interés sonoro y visual, que estuvieron entre lo mejor del festival y que, en forma algo paradójica para su estética formalista audiovisual, están basados en novelas (respectivamente, del brasileño Luiz Ruffato y del argentino Juan José Saer). Remolino (Rodamoinho, Brasil), de José Luiz Villamarim, se ubica en un barrio obrero de Cataguases, Minas Gerais. El tratamiento enfatiza la chatura del lugar y de la condición social de los personajes. El ambiente alterna entre baldíos terrosos, casitas chicas sin gracia, fábricas y trenes de carga. El ruidaje violentamente agresivo de estos alterna con el casi silencio de un lugar con pocos autos, intervenido por las frecuencias vinculadas con la sordera parcial del protagonista -afección derivada de condiciones de trabajo acústicamente insalubres-. La jornada involucra una concentración quizá afectadamente melodramática: un niño que fue arrojado por sus amiguitos desde un puente y murió, el duelo de su madre, el hermano que enloquece y que viola a una mujer embarazada, la señora de vida vacía cuya casa se va a vender y que no tiene a dónde ir, fantasmas del pasado y la anticipación de un futuro deprimente. La película contiene un par de pequeños homenajes a Humberto Mauro (1897-1983), principal cineasta del florecimiento cinematográfico de Cataguases en los años 20.

El limonero real, de Gustavo Fontán (Argentina), es, en cambio, desdramatizada. Familiares y amigos de una zona de Santa Fe se reúnen para los festejos navideños. La película es un delicado y precioso ejercicio lírico y formal: la “música incidental” no es tal en realidad, sino los propios sonidos del monte trabajados con técnicas electroacústicas. En la libertad formal de la película, los diálogos de personajes vistos de lejos pueden sonar cercanos y, por el contrario, la banda sonora de la cena está tomada por los ruiditos de cubiertos, platos y vasos, mientras los diálogos son sólo un murmullo resonante e incomprensible. De pronto, el sonido de los cubiertos se transforma en el crepitar de la leña que se quema (lo cual enfatiza el parecido formal de ambos sonidos). Hay largos traslados en bote o a pie que duran varios minutos, con un tipo de contemplación que hace pensar en La zona (1979), de Andréi Tarkovsky. Hay todo un juego con los sonidos fuera de campo, y también con las imágenes en campo parcialmente visibles (ocultas detrás de máscaras tales como el follaje desenfocado, las burbujas bajo el agua, el humo o el fuego de la hoguera). Esa exploración de bellezas plásticas y sonoras se enriquece con la corriente de afectos en juego en el ritual familiar, en esa vida humilde pero en contacto con una naturaleza aparentemente benévola.

Brasileños

Kleber Mendonça Filho es el director brasileño del momento. La acción de su nueva película, Aquarius, se ubica en una Recife sacudida por profundas transformaciones sociales y urbanísticas. Clara, una viuda de clase media, reside en un bello apartamento de un tradicional edificio bajo en la rambla Boa Viagem. Una poderosa empresa constructora la presiona para que venda ese apartamento, último obstáculo para la demolición del edificio y la posterior construcción de una torre moderna. Los procedimientos de persuasión oscilan entre la tentación económica y lo directamente criminal, y Clara resiste con saña. Esa situación es mostrada en forma compleja, siempre insinuando repercusiones más amplias de tipo vivencial, político o histórico, y al mismo tiempo contorneando (salvo en el final) un enfoque “de tesis”. El preciosismo en la composición de las imágenes, de los tiempos del montaje y del tratamiento sonoro impone una capa de precisión clínica casi fría, que matiza pero no alcanza a bloquear nuestro vínculo afectivo con Clara o la exploración de su compleja situación psicológica. El personaje está presente en casi todo el metraje, y es el regreso de la maravillosa actriz Sonia Braga al cine brasileño luego de 15 años.

Decime qué se siente: La venganza, de Fernando Fralha, es una comedia coproducida por Brasil y Argentina, que lidia con la rivalidad y las diferencias culturales entre ambos países. El protagonista brasileño sorprende a su compañera teniendo sexo con un porteño, y junto a su mejor amigo decide emprender un viaje en auto a Buenos Aires y acostarse con todas las argentinas que puedan, como manera de exorcizar el dolor y a modo de revancha. La película contó con una buena producción, está muy bien realizada y actuada, y tiene chistes excelentes. Está concebida con un cuidadoso criterio de corrección, sin que haya ningún evento anecdótico que pueda compensar el machismo de la premisa de los personajes; por el contrario, estos son muchas veces ridiculizados por las mujeres, que siempre tienen el control. Como en tantas comedias estudiantiles yanquis, se habla mucho de sexo pero se practica muy poco. Cuando, finalmente -como era predecible-, el personaje tiene un romance con una argentina, es por iniciativa de ella y con un enfoque mucho más tierno-amoroso que de botín de guerra. Los realizadores comentaron que de pronto hay chistes que muchos brasileños no entienden y otros que muchos argentinos no entienden, por falta de referencias culturales. Es interesante observar que en Uruguay todo el mundo entiende todos, y este es quizá el país donde la película puede llegar a ser mejor recibida.

Eslavos

Se estrenaron para Uruguay películas magníficas de dos grandes directores eslavos veteranos. En ambos casos lidian con conflictos políticos ya bastante transitados en el cine, pero lo hacen con maestría y al mismo tiempo nos restituyen un sabor estilístico de otro tiempo que, en sus manos, no parece envejecido. Andréi Konchalovski tenía 79 años cuando hizo Paradise (Rusia/Alemania), en la que acompañamos las vicisitudes de una condesa rusa noble exiliada en París y condenada a un campo de concentración por haber escondido a dos niños judíos. Está hecha en blanco y negro, con un formato casi cuadrado, y la historia visualizada se alterna con relatos hacia la cámara -como si se tratara de un interrogatorio tomado con textura de fílmico arañado- de los tres personajes principales: la condesa, un oficial de policía francés y un oficial de las SS. El carácter de esos interrogatorios no queda claro al inicio, y menos aun cuando sabemos que uno de los personajes falleció. Las declaraciones son cándidas y pulidas, y cuando vemos en acción a los personajes, sus retratos son complejos: la película se esfuerza por empatizar con todos (la casi resistente, el colaboracionista y el nazi), como si pretendiera expresamente desvincular el juicio moral de la simpatía, con un enfoque arendtiano de “banalidad del mal” (el oficial francés discute detalles de la tortura de los prisioneros en la misma conversación con su secretario en la que le recuerda comprar salame y entradas para el circo). El “paraíso” aludido en el título se va resignificando, primero como ironía frente al contexto terrible de la invasión alemana, luego como la utopía nazista, y finalmente en un sentido cristiano. La obsesión tan soviética con las maldades de la Segunda Guerra Mundial se refresca aquí en forma postsoviética, al no poner como heroína y víctima a una comunista del “pueblo” sino a una noble desterrada, y en un tratamiento con elementos religiosos.

Afterimage (Powidoki, Polonia) fue la última película de Andrzej Wajda, quien falleció enseguida de su estreno, a los 90 años. Relata la vida del pintor y teórico polaco Wladislaw Strzemiński desde poco antes de la embestida de control estético zhdanovista de 1948. En aquel momento, los gobiernos pro soviéticos volvieron a imponer en forma represiva una estética de realismo socialista, opuesta al abstraccionismo con base formalista predicado por Strzeminski. Acompañamos los duros años en los que ese artista fue reducido literalmente a la miseria y al hambre, casi totalmente impedido de trabajar, hasta su muerte por tuberculosis en 1952. Vemos también las formas en que sus alumnos, amigos e hija cooperaron para conservar todo lo que se pudiera de sus obras, que el régimen en buena parte ordenó destruir. La película se beneficia de una historia real interesante y poco conocida fuera de Polonia, con una tremenda actuación de Boguslaw Linda como Strzeminski, y una fotografía espléndida que opone el gris del cotidiano bajo el estalinismo al colorido vívido del neoplasticismo del pintor. No hay nada aquí del estilo de actuación expresionista, las metáforas oscuras y los diálogos herméticos del Wajda más joven, y es interesante observar que para esta bella película, de intención acentuadamente política, eligió procedimientos muy similares a los de las biografías del realismo socialista, sólo que redireccionadas en contra de sus promotores.

Candidatas al Oscar y después

Luz de luna (Moonlight, Estados Unidos), de Barry Jenkins, sólo pierde con La La Land en cantidad e importancia de candidaturas al próximo Oscar. El elenco es prácticamente all black, y la insignificante excepción a ese criterio es un par de extras blancos en un plano general en un restaurante. La acción se ubica en barrios pobres de Atlanta y tiene como telón de fondo ese ambiente de familias desintegradas, bandas juveniles y adicción al crack. En el centro está la historia de un muchacho que sufre acoso debido a su personalidad tímida, temerosa y débil. La narrativa transcurre en tres momentos de su vida -infancia, adolescencia y juventud-, en las que es interpretado por distintos actores. En esa trayectoria, Chiron va aprendiendo a no dejarse doblegar por los demás, y quizá como parte de ello, se va asumiendo como homosexual. El tono es intimista, delicado, levemente sentimental, insinúa crecimiento y emancipación y, al mismo tiempo, deja en el aire, sin resolver, un panorama social problemático.

El festival cerró con el anticipo para Uruguay de Jackie, candidata a tres premios Oscar. Parece haber sido elegida mucho más en función del glamour que del espíritu predominante en el festival. Se está por estrenar en el circuito comercial, y será comentada extensamente en esa ocasión.

Debido al motivo nimio de que la sala del complejo Life del Punta Shopping no se dispuso a flexibilizar la rutina de cambio de programación de jueves a miércoles, el festival se extiende únicamente en esa sala por unos días más. Las películas reservadas para exhibirse allí, por motivos tecnológicos, son las de tipo más industrial, diferenciadas del perfil predominantemente latinoamericano del festival, varias de ellas (pero no todas) programadas para estrenarse en Uruguay. Desde hoy, lunes, y el miércoles 22 habrá, en dos funciones diarias, producciones de Estados Unidos, Canadá, España, Italia, Irlanda y Finlandia. Entre ellas está Por siempre amigos (título local absurdo para Little Men), de Ira Sachs. Esta película estadounidense es probablemente mejor que cualquiera de las que son candidatas a cualquier rubro en los Oscar, pero no fue nominada para ninguna estatuilla. La historia está construida por fuera de las estructuras previsibles y de las moralejas solemnes, con personajes de Brooklyn, unos de clase media baja y otros casi pobres. Los límites económicos condicionan cruelmente el devenir de cada uno de ellos. Parece al inicio que el asunto es el encuentro y el descubrimiento mutuo entre los adolescentes Jake y Tony -gozosamente mostrados en escenas y diálogos de rara frescura, y brillantemente interpretados por Theo Taplitz y Michael Barbieri-. Pero de pronto el foco se traslada a la diferencia de clase, que se va a interponer en esa amistad. Sin recargar el dramatismo, con el mismo tono de discreción general, el final es de los más amargos y punzantes que haya visto en mucho tiempo. La dan el miércoles a las 20.00: los que puedan, no se la pierdan.

Los premios (competencia iberoamericana)

Mejor película (premio del jurado): La próxima piel, de Isaki Lacuesta e Isa Campo (España).

Mejor película (premio del público): Que Dios nos perdone, de Rodrigo Sorogoyen (España).

Mejor director: Rodrigo Sorogoyen por Que Dios nos perdone.

Mejor actor: Juan Grandinetti por Pinamar (Argentina).

Mejor actriz (compartido): Katerina D’Onofrio por La última tarde (Perú) y Julia Lübbert por Rara (Chile).

Menciones: El Cristo ciego, de Christopher Murray (Chile), “por la autenticidad con que se retratan las necesidades que surgen de la adversidad extrema”, y Santa y Andrés, de Carlos Lechuga (Cuba/ Francia/Colombia), “por su mirada a una situación que rescata los valores de solidaridad en un ambiente de intolerancia en un momento determinado de la vida política de América Latina”.