Esta historieta es la concreción de lo que originalmente fue un proyecto de película, que a su vez iba a ser la segunda parte del film El Topo, clásico de culto que el multifacético chileno Alejandro Jodorowsky había escrito, dirigido y protagonizado en 1970. Aquella obra, la segunda en la filmografía de Jodorowsky, era una suerte de western tan místico como sangriento, sobre un pistolero que hacía un largo viaje hasta convertirse en algo semejante a un santo. Los hijos del Topo trata, entonces, exactamente de lo que indica su título, y continúa la historia entre el salvaje oeste y la mística, cuando su autor ya no es un artista en ascenso sino uno de 88 años, con una frondosa producción en los terrenos del cine, la historieta, la narrativa, el ensayo y la dramaturgia, a lo que suma la invención y práctica de una especie de terapia llamada psicomagia.

“Alentado por mi éxito, escribí y quise llevar a la pantalla el guion de Los hijos del Topo -escribe Jodorowsky en su introducción a este libro-. Se opusieron todos los estudios de Hollywood, que me consideraban un extraterrestre. Algunos productores, verdaderos aficionados, intentaron ayudarme, pero, dado que el cine es la más cara de todas las artes, ninguno consiguió reunir la suma necesaria. Pasaron los años, pero mi sueño persistió”.

En realidad, uno de los problemas que enfrentó para realizar esta continuación de la historia fue que parte de los derechos estaban en manos de un productor. Por eso, el proyecto cinematográfico que Jodorowsky tenía en la década de 1990 cambiaba el nombre de El Topo por El Toro, y el título iba a ser Abelcaín. Tiempo después se anunció que iba a ser protagonizada por Marilyn Manson y Johnny Depp, admiradores del trabajo del chileno en cine, y que el director David Lynch oficiaría de productor. Con los años, la idea cambió pero no fue abandonada, y Jodorowsky habló de nuevos planes para filmar Los hijos del Topo en el festival de Cannes del año pasado.

El hecho es que lo que verdaderamente pudo concretar fue este libro, que será el primero de una serie y cuyo subtítulo es Caín. Las primeras diez páginas recrean el final de la película de 1970, pero cambian algunos detalles y agregan información para establecer la trama que se va a desarrollar. El estilo de dibujo del mexicano José Ladrönn, realista y cinematográfico, se adecua a este proyecto pensado primero como película, porque reproduce fielmente el rostro de Jodorowsky y de los demás personajes del viejo film.

En la obra de hace 47 años, Jodorowsky interpretaba al Topo, y ese personaje tenía un hijo sin nombre, que ahora es el protagonista y se llama Caín. En el cómic, Ladrönn representa a Caín exactamente igual al Jodorowsky de la película, de modo que en las primeras páginas puede haber cierta confusión. La idea de darles el mismo rostro es intencional y tiene que ver con la transición generacional de padres a hijos, con la idea de que el hijo se convierte en su padre y también con el acto simbólico de matar al padre, temas que el chileno ha explorado en muchas de sus obras. Así, al parecer, buscó un sentido para su propia historia, ya que, según ha contado, él nació de una violación de su padre a su madre, y esto determinó que se sintiera rechazado por ella y por su hermana mayor.

Esa historia de vida también se ha reflejado en la psicomagia, una práctica o terapia que él creó a partir de la lectura del tarot y sobre la que ha escrito varios libros, además de ofrecer conferencias durante décadas en todo el mundo. En términos muy resumidos, la psicomagia, que mezcla conceptos del psicoanálisis con la práctica teatral y el chamanismo, se basa en la idea de que la práctica simbólica de ciertos actos puede liberar al inconsciente de traumas (heredados, a su vez, de generaciones anteriores). La realización de este y otros cómics, así como la de sus películas, operaría de la misma manera para el chileno, y no deja de ser significativo que a su edad sienta la necesidad de volver a enfrentarse con estos temas.

En Los hijos del Topo, Caín no puede matar a su padre, porque este es su maestro, y por eso decide, ya en la segunda página del libro, que matará a un hermano menor (que, en esta ficción tan cargada de misticismo y religiosidad, se llama, por supuesto, Abel; cada hijo recrea una de las facetas de aquel padre pistolero-santo). Otra vez aparecen las referencias personales, ya que tanto en la película de 1970 como en esta secuela los protagonistas cometen una violación, cosa que también sucede en otras obras del chileno.

Una imaginación incansable

Jodorowsky dice ser un ateo místico que desprecia a la religión católica. Sin embargo, ha apelado a su simbología e imaginario para sus películas, cruzándolos con temas e ideas del ocultismo y referencias al tarot y al budismo, en una mezcla que para muchos de sus seguidores resulta profunda y cargada de significados, pero que para otros desprevenidos es sólo un extraño pastiche. En esta historieta todo eso aparece, pero es el imaginario budista el que está más presente -más incluso que en la película de 1970-, ya que, sin limitaciones de presupuesto, Ladrönn puede hacer con las imágenes lo que quiera, y entre otras cosas crecen sobre una tumba grandes rocas de oro, que luego son rodeadas por un foso de ácido.

Tal vez uno de los mayores talentos del chileno ha sido su ojo afinado para elegir a sus colaboradores. Eso le ha permitido crear trabajos con un gran poderío visual tanto en las páginas de cómic como en la pantalla. En el mundo de la historieta, ha sabido rodearse de grandes dibujantes que les dieron un enfoque cinematográfico a sus ideas. El Incal, dibujada por el francés Moebius, es una serie de ciencia ficción que influyó a muchas películas del género. Los Metabarones, con el argentino Juan Giménez, es otra saga que explora los traspasos generacionales. También trabajó con el italiano Milo Manara para la serie Los Borgia, y con el francés François Boucq para el western Bouncer.

En Los hijos del Topo, el punto culminante de la colaboración entre escritor y dibujante es la secuencia en que se presenta a Abel (que gráficamente es Jodorowsky de niño) durante una función de títeres en un pueblo de la frontera de México y Estados Unidos. Son diez páginas magistrales, simbólicas y muy emotivas.

En los años 70, cuando su carrera como director de cine explotaba gracias a películas poco redituables pero que se convirtieron en obras de culto, tomó el encargo de adaptar Duna, una enorme novela de ciencia ficción del estadounidense Frank Herbert. Desarrolló un proyecto ambicioso en el que incluso iba a actuar Salvador Dalí, pero que fue cancelado por cuestiones de presupuesto. Gran parte del equipo de artistas que él reunió terminó un par de años después, en 1979, haciendo la película Alien, de Ridley Scott, y esto demostró que Jodorowsky había reunido a un dream team para el cine de ciencia ficción.

Desde ese entonces, el chileno se ha manifestado como un artista que desprecia al comercio y en particular a la industria del entretenimiento estadounidense. Ama el cine como arte, pero denuncia el sistema de producción de Hollywood; lo mismo ocurre con las historietas, ya que periódicamente se expresa contra la industria editorial dominada por Marvel y DC Comics. Por otro lado, tiene un toque chanta, de fabulador que aprovecha su prestigio para contar lo que quiere sobre quien quiere; la psicomagia y la lectura del tarot contribuyen también a darle esos aires, aunque diga que esto último lo hizo gratis durante años. Al mismo tiempo, hay algo muy personal que atraviesa su carrera y que une en buena medida parte de su obra en cine y en historietas. Esto es lo que a la larga lo consagró como un verdadero artista que se desnuda a través de sus creaciones y que todavía, cerca de los 90 años, tiene mucho para contar mediante su imaginación.

Los hijos del Topo, tomo 1. Caín

De Alejandro Jodorowsky y José Ladrönn. España, 2016. Reservoir Books, 64 páginas.