Los desnudos y los muertos es asquerosamente buena, el mejor libro de la última guerra hasta ahora”, dijo George Orwell en 1949. Se refería al gran debut de Norman Mailer (1923-2007), una novela monumental de casi mil páginas, que de inmediato fue comparada con La guerra y la paz de Tolstoi, ganó el premio Pulitzer y se volvió un hito de la narrativa estadounidense de posguerra, convirtiendo a un joven de 25 años en la gran promesa de la literatura. Después, a lo largo de seis décadas, Mailer militó por un sinnúmero de causas por las que se peleó en público, analizó y derribó la realidad y sus mitologías, defendió a ultranza la libertad, y escribió maravillosamente sobre los temas que lo obsesionaron. Una vez se encontró en forma casual con su colega James Baldwin, y dicen que le preguntó si ser pobre, negro y homosexual era una ventaja o una desventaja para escribir, a lo que Baldwin respondió: “Me he pasado la vida mirando al hombre blanco estadounidense igual que tú, Norman. Tú para competir y yo para sobrevivir, pero los dos queremos lo mismo: joderlo bien jodido”. Se hicieron amigos.

Casi diez años después de su muerte, Mailer, considerado uno de los grandes innovadores del periodismo narrativo, vuelve a ser noticia: hace una semana se editó en Estados Unidos el libro Jack and Norman: A State-Raised Convict and the Legacy of Norman Mailer’s “The Executioner’s Song”, de Jerome Loving, que revisita una historia comentada hasta el cansancio. En 1977, Mailer estaba escribiendo La canción del verdugo (publicada en 1979 y por la que recibió su segundo Pulitzer), una historia carcelaria basada en el preso condenado a muerte Gary Gilmore, cuando recibió una carta del también presidiario Jack Henry Abbott, de 33 años. Este le advertía que muy pocas personas conocían la verdad sobre la violencia sistemática de las prisiones, y se ofrecía a contársela. La historia de Abbot era tan impactante como la de Gilmore: desde los 11 años había sobrevivido de orfanato en orfanato y, condenado por falsificación, robo a un banco y homicidio, se enorgullecía de ser “el preso más peligroso de Utah”. El intercambio epistolar que comenzó entre él y Mailer fue fecundo y endemoniado, y el escritor medió para que Random House editara las cartas de Abbott bajo el título El vientre de la bestia (1981), un libro que muchos compararon con la obra del Marqués de Sade, y que el diario The New York Times publicó en parte por entregas.

Con lo que Abbott ganó por los derechos de autor correspondientes a ese libro, que fue un best seller, contrató a tres abogados, y la labor de estos, sumada a la intercesión de Mailer ante la junta penitenciaria, le ganó la libertad condicional ese mismo año. Mailer estaba tan fascinado que lo contrató como asistente, para que investigara sobre sus futuros libros, y le alquiló un apartamento. Pero todo se derrumbó muy pronto: apenas seis semanas después de ser liberado, el ex preso estaba con dos mujeres en un restaurante y un malentendido desató al viejo Abbott, que primero golpeó y después asesinó a uno de los mozos de 12 puñaladas.

Según adelantaron algunos medios, Loving cuenta que el propio Mailer ya se había decepcionado antes, porque Abbott no resultó tan brillante como él había creído y era “incapaz de acabar una frase”. El vínculo se terminó de enfriar cuando volvió a la cárcel, donde se suicidó a comienzos de 2002.