Cuando se haga la historia del arte audiovisual en el siglo XXI con algo de perspectiva, es muy probable que se hable de estos años como “la era de los superhéroes”, o algo así. El tiempo en que no sólo el cine dedicó sus mayores inversiones a megaproducciones basadas en los sistemas de personajes que comenzaron a diseñar las compañías Marvel y DC medio siglo antes, sino que también se estructuró toda una serie de largometrajes de animación con esos superhéroes, pensada para su distribución directa en el cable, los servicios de streaming y los clubes de video sobrevivientes, hasta que, por último, esos universos llamativos inundaron la televisión.
Se podría hacer un artículo más detallado sobre la infinidad de series basadas en superhéroes de cómic que hay en la actualidad, entre las que podemos nombrar (sin agotar la lista y dejando afuera a las series animadas) a las contemporáneas Gotham, Daredevil, Flash, Arrow, Luke Cage, Agents of SHIELD, Supergirl, Legends of Tomorrow, Jessica Jones o Constantine, teniendo en cuenta sólo a las que están inspiradas en personajes de las casas Marvel y DC. Al hablar de ellas, lo primero a destacar sería que la tecnología de efectos especiales actual ha conseguido reproducir -sin incurrir en costos desproporcionados- la imaginería visual de los cómics que eran su base; corresponde señalarlo porque antes, y hasta para contar las historias de personajes que no son excesivamente estrafalarios, la televisión tenía que recurrir a la reducción (como en El increíble Hulk protagonizado por Lou Ferrigno, que más que una de las criaturas más poderosas alguna vez imaginadas, era esencialmente un forzudo verde), o a la parodia kitsch (como en el insuperable Batman interpretado por Adam West). Ahora, en cambio, se puede confiar en que un John Constantine invocando demonios va a ser, en la pantalla, bastante similar a una viñeta del cómic de Vertigo, o en que Flash no va a parecer un pobre desgraciado vestido con una malla roja, en una filmación visiblemente acelerada.
¿Esto dice algo sobre la calidad de las series actuales? En realidad, la invasión de los superhéroes ha sido vista por algunos (entre ellos, quien esto suscribe) como una primera señal de cierta decadencia en el marco de lo que se reconoce generalmente como una nueva Era de Oro de la televisión mundial -la comprendida entre finales de los años 90 y nuestros días-, con un regreso al énfasis en el entretenimiento más que en la creatividad y el riesgo. Es decir, no es que la televisión sea precisamente un medio proclive a la producción de obras de vanguardia o a la profundidad artística, pero en las actuales series de superhéroes suele manifestarse cierto conservadurismo, no tanto en términos del enfoque social o político (por el contrario, estas series parecen por momentos obsesionadas por la diversidad étnica o sexual de sus personajes, ampliando de paso el mercado de sus espectadores potenciales), sino más bien en lo formal, en la medida en que se apegan a los esquemas narrativos rara vez complejos de los cómics de hace tres o cuatro décadas, o incluso a sus clichés dramáticos de relaciones sentimentales, así como a sus esquemas narrativos con héroes, villanos y antihéroes (incluso con fórmulas que fueron innovadoras para el cómic en su momento, pero que dejaron de serlo hace muchos años). Tal vez ninguna de estas series sea vergonzosa como algunos intentos del pasado, y algunas son ocasionalmente muy buenas, pero todas parecen tan focalizadas como cualquier cadena de comida rápida en la meta de darle al consumidor exactamente lo que pidió (y nada más). O al menos esto era así hasta el estreno en FX de Legion, una serie que cambia las reglas, a tal punto que los telespectadores están todavía tratando de dilucidar exactamente de qué se trata y por qué es una obra tan distinta y refrescante.
Hablemos de otra cosa
A diferencia de Netflix o CW, el canal FX -dueño de una de las programaciones de ficción original más interesante de la actualidadtodavía no había incursionado en el terreno de los superhéroes propiamente dichos, pero su primer intento en el terreno es de lo más personal, entre otras cosas porque ni siquiera parece a primera vista una serie de superhéroes, y muchos ni siquiera se deben de haber dado cuenta de que -en un sentido amplio- sin dudas lo es. Esto se debe en parte a la elección de su personaje central, que es bastante oscuro hasta para los adeptos a los cómics. Una elección bastante sensata, si se tiene en cuenta lo celosos que suelen ser los fans de las historietas con respecto a la fidelidad de las adaptaciones; en este sentido, el desarrollo de un personaje como el protagonista de Legion permite un margen de libertad mucho mayor que el que han tenido, por ejemplo, los responsables de Supergirl.
David Haller/Legion pertenece al universo de los X-Men y los “mutantes” en general de Marvel, pero es un personaje sumamente marginal dentro de ese universo, aunque no por eso menos fascinante. Se trata del hijo de Charles Xavier (el Profesor X) y de una mutante llamada Gabrielle Heller, y su característica es que no maneja un superpoder, sino varios, y al mismo tiempo sufre esquizofrenia y personalidad múltiple, de tal modo que cada una de sus habilidades extraordinarias está ligada a una personalidad distinta. Peligroso e inestable, el Legion de los cómics no es en absoluto un héroe clásico, sino más bien un antihéroe o una fuerza imprevisible, no pocas veces destructiva. Pero de nada de ese contexto se habla en la serie, en la que apenas se nombra la palabra “mutante” y que propone un particular juego de ficciones, ya que todo el tiempo se escamotea la seguridad acerca de si lo que vemos está en un marco de fantasía “real” (es decir, uno en el que ocurren hechos fantásticos, pero posibles dentro de ese universo ficcional), o es simplemente parte de los delirios de David. O quizá ambas cosas.
Legion mueve el piso de las expectativas, lo previsible y lo genérico como no lo había hecho ninguna serie fantástica desde Lost o incluso desde Picos gemelos, que es una de sus reconocidas influencias. El sorprendente resultado puede sorprender un poco menos si se conocen los antecedentes de su creador, Noah Hawley, un guionista, productor y escritor de enorme inteligencia, que cuenta con el nada despreciable mérito de haber sido el adaptador/continuador, en la excelente serie Fargo, del mundo creado por los hermanos Ethan y Joel Coen en el film del mismo nombre. Los seguidores de esa serie reconocerán el gran despliegue de fantasía temática y visual -así como la buena escritura de diálogos- que Hawley ya había demostrado, pero aquí todo está elevado a la enésima potencia, a tal punto que luego de ver el primer episodio, la principal duda que queda entre la maraña de interrogantes planteada es cómo van a hacer para continuar con ese nivel de energía y creatividad desbocada.
La serie comienza enfocándose en David (el excelente Dan Stevens, conocido por su rol en la refinada telenovela británica Downton Abbey), un interno en un hospital psiquiátrico que es interrogado continuamente por varios personajes -aparentemente psiquiatras-, a los que responde mediante flashbacks de su complejo pasado. Pero en realidad no está nada claro qué es flashback y qué no, si los personajes con los que interactúa existen o son producto de su imaginación, o si realmente tiene las habilidades excepcionales que (por momentos) cree y dice tener. Ni siquiera se sabe en qué década se desarrollan las acciones, porque la estética de indumentaria y mucha de la tecnología parecen atemporales o anacrónicas, combinando grabadores de cinta de carrete con armas contemporáneas o futuristas, y con unos personajes ataviados de tal forma que podrían ubicarse en el swinging London de fines de los 60, en el revival retro de los 90 o en la actualidad.
No hay mucho tiempo para estudiarlo, al menos en una primera visión, porque todo cambia permanentemente -y a los saltos- de punto de vista, tiempo y locación (o incluso de plano de la realidad, o entre el sueño y la vigilia). Se podría considerar a Legion como una especie de extenso videoclip compuesto por fragmentos y escenas de varios minutos de duración, y al igual que en un clip, hay una melodía base que unifica esa yuxtaposición de imágenes y momentos dramáticos. Una melodía definitivamente psicodélica.
El dominio astronómico
Como se dijo antes, la estética de Legion remite mucho a los tardíos años 60; el parecido no es lateral o superficial, sino explícito y temáticamente central. Ya en los primeros segundos de la serie se muestran varias escenas de la infancia y adolescencia de David, acompañándolas con un tema de clima tan intoxicado como “Happy Jack”, de The Who, y también se escucha en ese primer episodio la no menos pirada “She’s a Rainbow”, de The Rolling Stones, y la neopsicodélica y noventosa “Up the Beach”, de Jane’s Addiction. Como para batir más el cóctel, en un momento los personajes se lanzan a hacer una coreografía al sonido de “Pauvre Lola”, de Serge Gainsbourg. Y el principal personaje femenino se llama Sidney (Syd) Barrett.
Toda esa devoción por la música y los ámbitos de la psicodelia se corresponde con una fotografía y edición extrañadas, que usan el plano dividido, el invertido y el secuencia de forma totalmente revolucionaria para la televisión, pero reconocible si se conoce la filmografía de cineastas tan afines a la estetización onírica como Stanley Kubrick y David Lynch. La densidad visual y la acumulación de estilos y escenas formalmente diversas en el primer episodio es avasalladora, casi extenuante (es difícil imaginarse una maratón televisiva de Legion), pero a diferencia de otros experimentos igualmente ambiciosos, como la interesante y fallida Sense8, de las hermanas Wachowski, Legion mantiene su unidad disparatada y, cuando culmina el episodio debut, uno sabe bastante bien de qué se trata, aunque sea muy difícil explicarlo.
La gran incógnita, con sólo dos capítulos emitidos hasta el momento es, como decíamos antes, de qué modo podrá mantener la serie su extravagancia, su originalidad y su riqueza temático-visual, a lo que habría que agregar una rara sensibilidad fracturada y extrañamente romántica, pero por ahora es un comienzo deslumbrante. Y para los fans de las series y películas de superhéroes, o incluso de ciencia ficción, esto es todo lo que no habían pedido y no estaban esperando, pero que tal vez necesitaban.