El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es una fuente inagotable de noticias, a tal punto que hay quienes piensan que se trata de un modus operandi para mantener a los medios de comunicación hablando de él o, según interpretaciones más desconfiadas, para que entre tantas discusiones acerca de lo que dice y hace se pierda perspectiva, y lo más relevante pase inadvertido. En todo caso, el aluvión de controversias invade también las secciones de los medios de comunicación dedicadas a la cultura, en el marco de una sostenida hostilidad recíproca entre Trump y la mayor parte de la comunidad relacionada con el arte, desde los responsables del prestigioso Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA, por sus siglas en inglés) hasta los creadores de la serie televisiva de dibujos animados South Park.

En estos días, por ejemplo, el MOMA decidió destacar en sus salas obras de artistas nacidos en Irán, Irak, Libia, Siria, Somalia, Sudán y Yemen, los siete países con predominio de la religión musulmana cuyos ciudadanos se vieron afectados por la orden ejecutiva de Trump para restringir el ingreso a Estados Unidos. Cada una de esas obras se exhibe indicando, mediante un cartel, que su presencia en la colección del MOMA “reafirma los ideales de acogida y libertad vitales tanto para este museo como para Estados Unidos”. En el trasfondo de esta inusual beligerancia está, además, el hecho de que Trump manifestó durante su campaña electoral intenciones de eliminar las agencias del gobierno federal llamadas Fondo Nacional para las Artes y Fondo Nacional para las Humanidades, que brindan apoyo financiero de diversas formas a esas áreas, y tienen especial importancia para la radio y la televisión públicas (antes quiso cerrarlas Ronald Reagan, pero fue disuadido por artistas que lo apoyaban).

A su vez, el Museo del Barrio, una institución neoyorquina muy vinculada con la comunidad de origen latinoamericano, sumó a sus instalaciones el llamado “Muro de la gente”, que alude al proyecto de Trump para amurallar por completo la frontera con México y es básicamente un espacio para grafitear, en que, como era esperable, proliferan los mensajes contra el nuevo presidente. La curadora del museo, Rocío Aranda-Alvarado, comentó que, como Trump es una persona muy inculta, probablemente no tiene mucha idea de lo que es la identidad estadounidense, ni del papel de los inmigrantes en ella.

Uno de los latinoamericanos que se han hecho famosos en Estados Unidos en los últimos tiempos es el uruguayo Fede Álvarez, elegido primero por Sam Raimi para dirigir la remake de Evil Death (Posesión infernal, 2013) y muy exitoso el año pasado con No respires, escrita por él y por el también compatriota Rodo Sayagués. El lunes, Álvarez anunció la creación de una productora propia en sociedad con la estadounidense Good Universe (que trabajó con él en las dos películas mencionadas), y el nombre de la empresa es nada menos que Bad Hombre, en obvia referencia a una recordada intervención de Trump durante su tercer y último debate con Hillary Clinton, cuando dijo que entre los migrantes mexicanos a Estados Unidos había “bad hombres” que él se proponía deportar.

En cuanto a South Park, esa serie de dibujos animados famosa por sus ácidos comentarios sobre la actualidad, había presentado en sus dos últimas temporadas frecuentes sátiras a Trump, pero sus creadores, Trey Parker y Matt Stone, comentaron que han decidido contenerse ante la tentación de burlarse del nuevo gobierno, porque “la sátira se ha convertido en realidad” y la comedia que llevan a cabo los políticos en la vida real supera cualquier cosa que pudieran inventar, aparte de que “no se trata de algo de lo que haya que reírse”.

Por último, los editores del escritor británico Salman Rushdie anunciaron que el próximo libro de este, que se publicará en setiembre de este año y se llamará The Golden House (“la casa dorada”), contará la historia de un joven cineasta con el telón de fondo de la historia reciente de Estados Unidos, y será “la novela definitiva acerca de la identidad, la verdad, el terror y las mentiras”, abarcando los años de la presidencia de Barack Obama y el ascenso “de un villano despiadadamente ambicioso, narcisista y diestro en el manejo de los medios de comunicación, que lleva maquillaje y el pelo teñido”. Teniendo en cuenta los antecedentes de Rushdie, es previsible que esa obra contribuya bastante a agitar el avispero.