Ayer se difundió la noticia de que el guitarrista estadounidense Larry Coryell había fallecido el domingo, a los 73 años, debido a un ataque cardíaco mientras dormía en un hotel de Nueva York. Quizá su nombre les diga poco a los más jóvenes, entre otras cosas porque su abundante discografía no ha sido reeditada como es debido, pero no sólo fue un virtuoso de extraordinario talento e imaginación, sino también una figura crucial en los años 60, por el papel que desempeñó en el tendido de puentes entre los mundos del jazz y el rock, mucho antes de que se hicieran habituales el uso y el abuso de la etiqueta “fusión”.

Coryell había nacido (con el nombre Lorenz Albert van der Linder III) en Galveston, Texas. Comenzó a interesarse en el jazz cuando era un niño, y a familiarizarse con la guitarra a los siete años, mientras se apasionaba con los discos de Wes Montgomery, Barney Kessel y Tal Farlow. Ya en la adolescencia formó parte de grupos mientras estudiaba periodismo, y en 1965 decidió radicarse en Nueva York y jugarle todas sus fichas a la música. Ese año se relacionó con el notable guitarrista húngaro Gábor Szabó (el compositor del tema “Gypsy Queen”, luego grabado por su admirador Carlos Santana), y lo reemplazó en la banda de Chico Hamilton. Desde que comenzó a grabar con ese grupo, llamó la atención su uso ecléctico de frases musicales y técnicas instrumentales procedentes del rock y el blues eléctrico. Tocó con Gary Burton y Herbie Mann, en 1968 editó su primer disco como solista, Lady Coryell, y en 1969 formó la banda Foreplay, que cuatro años después se convirtió, con algunos cambios de integración, en The Eleventh House.

Decía que entre sus primeras influencias habían estado Chuck Berry y Chet Atkins, y que Jimi Hendrix había sido “el músico más grande que haya existido”, pero también decía que lo odiaba, porque Hendrix inauguró un nuevo tiempo en el que ya no era posible tocar jazz como antes. Ya en Lady Coryell era evidente lo que tenía de novedoso: la capacidad de combinar, sin que se notaran costuras, el be bop y el post-bop, la psicodelia, el blues-rock en formato power trio e incluso la música country. “Si la música tiene algo que decirte, sea jazz, country & western, música de India o folclore de Asia, animate a usarla”, decía en aquel momento. Su tercer fonograma, Spaces (1970), es un clásico del jazz-rock en el que lo acompañan el guitarrista John McLaughlin, el bajista Miroslav Vitous y el baterista Billy Cobham. A mediados de los años 70, y por un largo período, dejó la guitarra eléctrica y participó en dúos y tríos de acústicas, con gente de alto nivel como John Scofield y Ralph Towner. Vale la pena buscar, en ese formato, sus trabajos con Philip Catherine.

Una década después, se presentó en trío con McLaughlin y Paco de Lucía (y, debido a problemas en la relación personal con sus colegas -Coryell nunca fue, parece, un tipo con el que fuera fácil trabajar, especialmente cuando estaba drogado- fue sustituido luego por Al di Meola). Grabó, entre muchísimos otros, con gigantes del jazz como Sonny Rollins, Charles Mingus, Ron Carter y Stephane Grappelli, pero también con el estupendo bajista Jack Bruce (otro que no respetaba fronteras entre géneros) y con músicos de Brasil e India. Sus discos como solista (a veces con la inusual adición de partituras) abarcaron un repertorio amplísimo, desde versiones de “Alfonsina y el mar” hasta transcripciones para guitarra de Igor Stravinsky, pasando por standards de jazz, siempre con un nivel apabullante.

Se mantuvo activo hasta sus últimos días, a veces con más de un disco por año en este siglo (el total es más de 60). Últimamente, estaba ajustando detalles de una ópera basada en Anna Karenina, de Leon Tolstoi, se proponía hacer otra basada en Ulises, de James Joyce, y planificaba, para mediados de este año, una reunión de The Eleventh House que iba a incluir al trompetista Randy Brecker.