A inicios de los años 90, Julio Sonino se destacó como director de algunos de los primeros videoclips uruguayos con una pinta mínimamente profesional. Entre otros hizo, en 1991, el de “Lluvia de amor”, de Níquel, que fue su primera colaboración con Jorge Nasser, líder y compositor de aquella banda. Luego hizo también el clip de “Candombe de la Aduana”, principal éxito del grupo y del compositor. Desde hace mucho reside en Miami, pero la amistad con Nasser siguió y se afianzó desde lejos. Luego de que el músico se recuperó en 2013 de un percance de salud serio (un problema degenerativo en la columna que pudo haberlo dejado paralítico), acordaron hacer un viaje en auto descapotable de Miami a Nashville (unos 1.500 kilómetros), y de paso filmarlo con miras a un documental. La película, además, se lanza cuando Nasser viene de cumplir 60 años, buen pretexto para mirar hacia atrás y hacer el repaso de su carrera.

El documental está planteado en dos líneas alternadas, que se expresan de alguna manera en su doble título: por un lado, es una biografía de Nasser, que combina abundante y valioso material de archivo (fotografías y filmaciones), entrevistas tipo “cabezas parlantes” con el propio artista y con algunos testigos cercanos de su trayectoria, subnarración en voz over y fragmentos de animación que ilustran algunos episodios o facetas de los que no hay documentación. Por otro lado, tenemos una road movie. Esta segunda línea agrega color, muestra a Nasser en pequeñas situaciones que son al mismo tiempo excepcionales (porque no son de todos los días) y cotidianas (porque muestran al “hombre de a pie” Nasser frente a esas situaciones, e incrementan nuestra familiaridad con él): el reencuentro con un viejo amigo, un espectáculo para emigrantes en el que, entre un ballet folclórico y otro, en medio de banderas uruguayas, lidera al público cantando juntos esa especie de segundo himno que es “A Don José”, de Rubén Lena, o simplemente el turismo por lugares emblemáticos relacionados con algunas leyendas de la música popular estadounidense como Otis Redding, The Allman Brothers Band y Johnny Cash. El guion cuida de encontrar siempre algún pretexto para transitar de una línea a la otra.

De alguna manera, el viaje por Estados Unidos y el segundo título de la película funcionan también como metáfora del recorrido vital del músico. Nasser creció en el barrio de la Aduana, el megaéxito que fue “Candombe de la Aduana” le dio impulso para seguir su carrera como solista, y esta se delineó, en forma inesperada, por el lado del folclorismo rural, con mucha milonga y un look que, en vez de tirar hacia lo gaucho, remitía más bien al country, género del que Nashville es la meca. Incluso hay una extensa escena en la que Nasser dialoga con el veterano Manuel Cuevas, el estilista mexicano que hacía la ropa de Johnny Cash (entre muchos otros), y hay otra secuencia en la que Nasser camina por Nashville con una adornada camisa roja diseñada por Cuevas. De esa manera, además, se pauta un referente canónico que ayuda a darle sentido al vuelco estilístico de Nasser, es decir, esa zona común muy prominente entre el rock and roll y el country.

Jorge Nasser es el caso curioso de un músico que, sin ser especialmente notable cantando, tocando, componiendo o escribiendo, desarrolló una carrera sólida y llena de logros, a partir de una gran sensibilidad para captar las tendencias de cada época, y de una inteligencia artística global para articular productos con un perfil propio y bien acabados. El armado y la subnarración vocal de la película tienden a ser llanamente celebratorios, y uno a veces preferiría que los datos quedaran ahí tranquilos, sin que nos intentaran imponer esa lectura apologética tipo “el gran ídolo”, “el gran artista”, “el gran ser humano”. Pero el propio Nasser, en sus intervenciones, baja la pelota al piso y termina revelando justamente algunos de los aspectos que ayudan a explicar su éxito (sentido de observación, generosidad, amplitud y profundidad de vivencias). La película se mete, además, en algunos aspectos poco conocidos de su trayectoria: sus múltiples laburos antes de poder vivir de la música, su militancia en el Partido Comunista, su prisión durante la dictadura y posterior exilio en Buenos Aires, su trabajo como diseñador gráfico, como periodista y como editor de una revista de música independiente, sus inicios en el candombe beat producido por Jaime Roos, antes de entrar en los costados más conocidos (Níquel y su trayectoria solista posterior como folclorista). Los entrevistados incluyen a gente muy importante como Roos, Ruben Rada y Toto Méndez.

Hay dos aspectos importantes de Nasser que están omitidos, quizás en aras de la concisión o porque fueron considerados secundarios con respecto a lo directamente artístico y personal. Uno es su sabiduría empresarial y la habilidad con que siempre logró el control (e incluso la propiedad comercial) de la mayor parte de su obra, manejada con independencia o en dignos acuerdos con sellos discográficos. El otro aspecto, vinculado con el primero, es su importante actuación como productor de músicos valiosos pero poco representados en la discografía uruguaya (entre ellos, Lágrima Ríos, Eduardo da Luz y el mencionado Méndez).

La filmación es muy profesional y competente. El estilo es convencional y puede lucir un poco sobrecargado en su empeño por acumular recursos visuales, pero funciona bien. La película informa, fluye, y mantiene un interés constante. Es imperdible para los fans del músico, pero también aporta a quienes tengan un interés genérico en la música uruguaya de los últimos 30 años.

El camino de siempre / De la Aduana a Nashville

Dirigida por Julio Sonino. Uruguay, 2017. Grupocine Torre de los Profesionales; Movie Montevideo; shopping de Punta del Este.