La tercera tanda de reediciones de la obra completa remasterizada de Jaime Roos cubre un período -por decirlo de alguna forma- menos clásico de la carrera del músico, en el que sus lanzamientos comenzaron a hacerse más esporádicos y -aunque su popularidad permaneció intacta- su presencia fue dejando de ser tan gravitante como lo había sido, hasta ese momento, en el señalamiento de rumbos para la música popular uruguaya. Sin embargo, la revisión de estos discos no tan venerados por los seguidores más antiguos del artista descubre -con un poco de perspectiva temporal- una cantidad de méritos que tal vez no fueron del todo reconocidos en su momento.

Ese, de cualquier forma, no fue el caso de Estamos rodeados (1991), un disco que se había hecho esperar mucho, ya que era su primer álbum con material original en cuatro años. Y además, el anterior disco no recopilatorio o en vivo que había lanzado, Sur (1987), estaba compuesto en parte por material nuevo y en parte por nuevas versiones de composiciones ya conocidas. Estamos rodeados estrenaba nueve temas que se apartaban bastante del carácter más experimental de 7 y 3 (1986) o del ya mencionado Sur, siendo tal vez la entrada más “pop” -si cabe utilizar el término en relación con una obra tan inclasificable como la de Roos- de toda su discografía. En cierta forma un muestrario de todas las diversas aproximaciones genéricas que el compositor había ensayado hasta el momento, Estamos rodeados pasa por el rock, la murga, el bolero, el huayno y algún toque tanguero, en las versiones más accesibles o “comerciales” (aunque la “comercialidad” de Roos es un tema muy extraño, sobre el que hablaremos más adelante) que se le conocieran junto a Mediocampo (1984), el disco al que más se parece en sus matices de pop-rock. Como era lógico, ese álbum fue un enorme éxito, impulsado sobre todo por dos clásicos instantáneos como “El hombre de la calle” y “Colombina”, así como por el bolero “Inexplicable”, cantado a dúo con Laura Canoura. “El hombre de la calle”, en el que se destacaba un solo de acordeón de Hugo Fattoruso (quien fue una pieza esencial en toda la grabación del disco), de alguna forma enlazaba tanto en letra como en melodía con el rock posdictadura -al que la portada en blanco y negro con un Jaime de gabardina parece hacerle un guiño-, y no sería ninguna sorpresa que unos años después Los Traidores la versionaran en su disco Radio Babilonia (1995). “Colombina”, por su parte continuaba la tradición de los grandes éxitos de murga-canción de Roos como “Adiós Juventud”, “Brindis por Pierrot” o “Despedida del Gran Tuleque 87”, pero a diferencia de esos temas (y más en el espíritu de su primera incursión en la murga, “Cometa de la farola”), presentaba una estructura de acordes mayores y estribillos pop inmediatamente memorable, además de una letra con varios versos indestructibles.

Pero si Estamos rodeados presentó a Roos en su faceta más amable e inmediata, La margarita (1994) fue, con un giro bastante característico en su trayectoria, en el camino directamente opuesto, siendo el trabajo más experimental de su autor desde los ya lejanos días de Para espantar el sueño (1978). Como se sabe, o se debería saber, La margarita es un disco conceptual que musicaliza 15 textos acerca de una historia de amor, escritos por el dramaturgo, poeta y militante político Mauricio Rosencof, durante el período en el que la dictadura militar lo tuvo preso, e incluye participaciones orales del propio Rosencof. Roos ya había trabajado con él en la obra El regreso del Gran Tuleque, colaboración de la que había emergido la ya mencionada despedida (“por los chiquitos que faltan / por los chiquitos que vienen”), incluida en Sur y convertida en una especie de himno no oficial de los movimientos locales por los derechos humanos. La margarita, que combina canciones propiamente dichas con textos recitados, es un disco notoriamente concebido para ser escuchado como tal, de comienzo a fin, y no para sumarse, fragmentado, al resto del repertorio en vivo de su musicalizador. Para quienes admiran el estilo lírico de Roos se extraña -como también suele pasar en sus colaboraciones letrísticas con Raúl Castro- su estilo callejero, de imágenes fragmentadas y vocabulario coloquial, bastante distinto al tono romántico y más tradicional de Rosencof, pero es un disco lleno de sutilezas, arreglos y melodías poco familiares, que se distingue claramente de todo el resto de su variada discografía. Brillante por momentos, algo agotador en otros, a La margarita le falta algo que a Estamos rodeados hasta le sobra un poco: ganchos melódicos instantáneos y estribillos populares, pero no cabe realmente hablar de un trabajo menor, sino simplemente de un trabajo distinto.

Editado un año después, El puente (1995) no era la primera edición total o parcialmente recopilatoria de temas de Roos -ya la habían precedido, entre otras, Al ángulo (1983), Brindis por Pierrot (1985), Seleccionado (1989) y Cuando juega Uruguay (1992)-, pero en esta ocasión se trataba de una colección de rarezas compuestas de 1983 a 1995, que se habían dispersado en discos colectivos y proyectos más o menos desconocidos. Como suele suceder con esta clase de discos, el resultado final es un tanto irregular y carente de unidad, pero a la vez contiene varias joyas rescatadas del olvido que lo hacen de un particular atractivo para sus fans completistas (o para cualquiera a quien simplemente le guste la obra del músico). Entre ellas hay curiosidades como una versión veloz de “Lo que no te di”, grabada en Nashville con músicos de sesión estadounidenses y mucho más vivaz que la edición original, bastante fría, de 7 y 3. A pesar de no haber sido pensado conceptualmente, El puente es también un gran homenaje a las principales influencias de Roos, en la medida en que incluye un cover de The Beatles (“All You Need Is Love”) y dos de Eduardo Mateo, “Amigo lindo del alma” (de la que ya había hecho una versión en el disco en vivo de 1989) y la hechizante “Siestas de mar de fondo”, así como el rescate de algunos temas de Mujer de sal junto a un hombre vuelto carbón (1985), el injustamente ninguneado disco que hiciera junto a Estela Magnone.

La última entrega de esta tanda de reediciones no es una reedición propiamente dicha, sino un disco “nuevo”, Selladas Uno 1983-1992, que de alguna forma rellena huecos en la discografía disponible de Roos. Contiene temas que sólo habían aparecido en discos recopilatorios, junto con una mayoría de canciones conocidas (por lo cual no se justificaba volver a editar esos álbumes enteros en esta serie), y también algunas de las composiciones más famosas de toda su carrera, como los temas que hizo para que fueran cantados por Washington Canario Luna (“Brindis por Pierrot”, “Que el letrista no se olvide”) y un recordado jingle hecho para el diario El País (“El grito del canilla”) -que extrañamente trascendió mucho a su carácter de pieza publicitaria-, algunos temas y versiones nuevas que habían salido en el parcialmente recopilatorio Brindis por Pierrot (1985), alguna mezcla o toma inédita, y esa belleza de pequeña canción llamada “Piropo”, que no había encontrado su lugar en sus discos de estudio. No hay mucho que decir sobre canciones que ya son parte del patrimonio colectivo uruguayo, salvo señalar una vez más en qué medida “Brindis por Pierrot” fue -y es- un hit extrañísimo, una murga-canción tanguera o tango murgueado, melancólico y asimétrico, que de alguna forma puede considerarse equivalente de la “Balada para un loco” de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer, y que en parte resume toda la complejidad arreglística y la intuición popular con la que Roos podía convertir en un éxito algo tan poco convencional.

Estos cuatro compactos son, como los que los precedieron en la serie, un milagro de remasterización y procesamiento sonoro, así como de elegancia de presentación gráfica y de pertinencia de los comentarios impresos que, por falta de espacio, siempre dejan ganas de más.