La comunidad artística progresista estadounidense, en parte de capa caída y en parte movilizada por el triunfo electoral de Donald Trump, tuvo en estos días una oportunidad de reflexionar sobre el hecho de que las causas por las que abogan requieren un trabajo inteligente y tenaz, al festejar los 90 años del cantante, actor y activista Harry Belafonte.

Nacido en Harlem en 1927 e hijo de caribeños, Belafonte se apasionó por el teatro junto con su amigo Sidney Poitier, y como ambos eran pobres solían comprar una sola entrada y alternarse para ver los sucesivos actos de las obras. Se formó como actor junto a Poitier, Marlon Brando, Tony Curtis y Walter Matthau, y comenzó a cantar para pagar las clases, también en muy buena compañía: su primera presentación fue acompañada por la banda de Charlie Parker, en la que además de este tocaban Max Roach y Miles Davis. Desarrolló un creciente interés en el estudio y la interpretación de música con raíces folclóricas, y sus grabaciones de calipsos lo convirtieron en una gran estrella a mediados de los años 50, con éxitos como “Banana Boat Song” (primero titulada “Day O”, la que suena en el film Beetlejuice durante una muy graciosa escena de invocación de espíritus). A sus muchas virtudes como cantante y compositor sumó grandes dosis de carisma y atractivo físico. Al igual que lo había hecho una década antes el blusero Josh White, jugó con el estereotipo sexual asociado en Estados Unidos con los afrodescendientes y, con camisas abiertas casi hasta la cintura, se ganó legiones de admiradoras y aprovechó su fama para convertirse en portavoz de reivindicaciones sociales y políticas. Belafonte, cuyo éxito se extendió rápidamente al cine, fue bastante más allá del progresismo moderado, sin temor a asociar su nombre con el de notorios comunistas o a presentarse en Cuba después de la revolución.

En 1959, fue el primer afroestadounidense en recibir un premio Emmy, y en la década siguiente fue decisivo para que el público de su país conociera a artistas como la griega Nana Mouskouri y la sudafricana Miriam Makeba. En 1962, su álbum Midnight Special incluyó la primera grabación comercial, como acompañante en armónica, de Bob Dylan. Tuvo un papel destacado en las movilizaciones contra el racismo encabezadas por Martin Luther King, en las protestas internacionales contra el régimen de apartheid sudafricano, en campañas del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia y en movilizaciones contra el “terrorismo internacional” estadounidense. En 2016 apoyó a Bernie Sanders, y el mes pasado fue copresidente de honor de la Marcha de las Mujeres realizada en Washington.