Esta película se convirtió en objeto de controversia a partir de que, en el Festival de Cannes, su equipo cruzó la alfombra roja con afiches en protesta contra el impeachment a Dilma Rousseff. Entonces un crítico de la revista Veja propuso boicotearla (me consta que algunas personas adhirieron a esa convocatoria), un jerarca bloqueó su presentación como representante brasileña para la nominación al Oscar y, cuando fue lanzada en Brasil, fue prohibida para menores de 18 años (la prohibición bajó a unos más razonables 16 años luego de un proceso judicial promovido por los productores). Por otro lado, en el ardor de la disputa, hubo quien enalteció en Aquarius una alegoría de la situación de Brasil, asimilando al personaje principal, Clara (la mujer que se resiste a vender su apartamento a una poderosa constructora que pretende construir una torre moderna en lugar de su edificio tradicional), con la presidenta depuesta. Hasta que estalló todo eso, lo que se comentaba y se anticipaba con ansiedad en Aquarius es que sería la segunda película del director Mendonça Filho, que se había revelado con la genial El sonido alrededor (2012), y sobre todo la presencia de Sônia Braga, quien desde 2001 no actuaba en una película brasileña.

Luego de un prólogo ubicado en el pasado, Braga protagoniza todas las escenas. La actriz, de 65 años, es una belleza, y además es un emblema, y su personaje es muy fuerte. Hay de todo ahí: carisma, la disposición a ayudar a los suyos, la determinación a no dejar que le pasen por arriba, tozudez, sensualidad, agresividad. Es curioso, porque si bien a la larga se confirma el esquema maniqueo de un individuo recto y heroico peleando contra el poder corrupto, en el transcurrir de la película los representantes de la empresa Bonfim son afables, razonables, educados, y por momentos uno casi siente pena por el tono intransigente con que Clara los trata, máxime porque ella no es totalmente correcta en la pelea (desatiende las normas sobre copropiedad, manda forzar puertas, recurre al chantaje). Su resistencia no es ni ahí la de una ideología estructurada, y tal vez ni siquiera moral, sino simplemente el apego pasional a determinados valores arraigados. En ese sentido, la presencia de Braga, además de importar por su capacidad actoral y su estatus estelar, aporta también un símbolo potente de una época perdida: la belleza, el afecto y el apego funcionan como argumento, como factores que la película, asimilándose a Clara, reivindica.

Algo comparable ocurre con la canción “Hoje” (1969), de Taiguara, que abre el film. Ese hit encarna el pasado y remite al tiempo en que dominó las radios brasileñas, pero el texto rebota en el presente de Clara, que añora “la juventud así perdida”. La canción suena sobre fotos en blanco y negro de la Recife despejada, tranquila y provinciana de hace unas décadas. El prólogo transcurre en 1980, durante una fiesta de cumpleaños, y nos ancla en la carga de afectos vinculados con ese apartamento que ella no querrá abandonar: la familia numerosa reunida, los hijos chicos, el valor ancestral de algunos muebles, el piano, los vinilos, el tapiz de Kennedy Bahia, el sonido del mar, el marido aún vivo, la fraternidad que las dictaduras pueden catalizar entre quienes se les oponen, el apoyo que Clara sentía poco después de que un duro tratamiento la curara de un cáncer. Todos bailan y saltan con el nuevo éxito de Gilberto Gil, y hay alusiones visuales a otras glorias del auge de la MPB: con el pelo cortito, creciendo recién luego de la quimioterapia, Clara se parece a Elis Regina, y su marido puede hacer pensar en el Chico Buarque de la época más combativa. En forma aun más emblemática de ese momento preglobalización, no se canta “Happy Birthday to You” sino “Saudamos”, de Manuel Bandeira y Villa-Lobos.

En una fusión visual increíble, transitamos al apartamento tal como está ahora. Entra en campo la Clara veterana, y el pelo abundante y largo de Sônia Braga materializa la superación de la enfermedad. Vemos con ella, desde su ventana, el privilegiado paisaje de la playa recifense, pero luego tenemos el contraplano de Clara, desde lejos, como la pueden ver los transeúntes en la rambla. Es como que ella regala su belleza al paisaje (desde la ventana o, luego, en la playa), y la ciudad le retribuye en el frescor del agua, en el sol, en el cariño del barrio (encarnado sobre todo en el guardavidas Roberval).

Salvo el final, que se pone un poco más aventurero y heroico, la película transcurre en un ritmo cotidiano. Algunas escenas crecen a cierta tensión (el diálogo con los hijos o con Diego), pero la mayoría son simplemente aspectos del día a día. La relación causal entre las escenas es floja o inexistente, y ni nos daríamos cuenta del tiempo que transcurre si no fuera por la única referencia del nieto de Clara (que al inicio es recién nacido y al final ya camina). Sin embargo, hay mundos de significados subyacentes que parece que están por explotar hacia afuera de la pantalla, y que a veces fisuran esa superficie relativamente tranquila, soleada, bonita. La película vibra en esos apuntes colaterales, y siento que el relato principal (el conflicto de Clara con la constructora) es más su hilo conductor que su esencia.

Esa esencia es dispersa: Aquarius se rehúsa a sintetizar una visión del mundo, a plegarse a un relato sencillo. Todo termina vinculándose con todo. Colándose en los intersticios de la narrativa está, muy fuerte, el tema de la sexualidad en la vejez (lindante con otros aspectos que la película también aborda: el paso del tiempo, la nostalgia, el progreso, el empoderamiento de la mujer). La tía Lúcia, mientras la homenajean hablando de sus grandes realizaciones y la posición de sus pies sugiere timidez y recato, recuerda cuando gozó del sexo oral arriba de una cómoda que ahora está en el apartamento de Clara. Se dice que Lúcia fue una pionera, en cuanto mujer pernambucana recibida de abogada en los años 30, y que luego fue exiliada política. Pero ella insiste en traer a colación la revolución sexual como parte de los logros de su generación. Aquarius es el nombre del edificio por el que se disputa, pero el título de la película puede aludir también a la actitud sesentista, a la “era de Acuario”.

Por supuesto que el personaje de Lúcia va a resonar luego en Clara, también viuda y en vueltas con el asunto de la sexualidad en la veteranía. Cuando ella observa la orgía que la constructora promovió en el edificio para provocarla, más que enojarse, se excita, y decide contratar a un taxi-boy. Ese aspecto, a su vez, resuena en los muebles: aunque Clara probablemente no tiene idea de los detalles del pasado erótico de la tía, cada vez que vemos la cómoda sentimos que la energía de aquella pasión impregna ese mueble, lo recarga de historia.

El vínculo con la empleada doméstica es algo muy especial en las familias de clase media brasileñas. Clara va a la fiesta de cumpleaños de su empleada Ladjane (donde, por supuesto, ya cantan el “Parabéns pra você”). Cuando discute con los representantes de la constructora, se siente confortada y protegida al constatar que Ladjane está en la casa. Otra empleada, que cuando Clara era niña robó unas joyas de la familia, causa pesadillas, pero la cuñada sintetiza: “Es inevitable: uno las explota, ellas de vez en cuando nos roban...”. Hay un diálogo crucial entre Diego y Clara, que Ladjane acompaña silenciosa, pero es a ella a quien vemos de frente y al centro.

Cuando Diego dice que respeta a Clara porque percibe que su familia tuvo que pelear para llegar a donde llegó, ya que tiene una “piel más morena”, le echa una miradita a Ladjane (que la cámara refuerza con un primer plano de ella, mulata como su patrona). Hay una tremenda ambigüedad ahí: la frase de Diego puede ser expresión de sincero respeto (en cuanto joven capitalista que cultiva la idea del self made man -o woman-). Pero puede ser una patadita elitista/racista de quien nació en una familia poderosa y blanquita. Quizá sea ambas cosas: aunque expresar lo primero haya sido su intención, la evidencia de hirientes diferencias jerárquicas es incontorneable en una sociedad clasista y racista. Es en ese momento que Ladjane, por única vez, no se contiene de intervenir, pero no lo hace para referirse a lo que la atañe directamente, sino en defensa de su patrona.

El asunto de clase y “raza” emerge en forma aun más fuerte cuando cuatro jóvenes negros y pobres deciden sumarse a una actividad colectiva en la playa. La actividad es pública y abierta, pero los participantes, todos de clase media y tez relativamente clara, no se esperaban la presencia de ese tipo de gente, y los miran con sorpresa y recelo. Irónicamente, cortamos al cartel clavado en la arena que dice “Peligro: área sujeta a ataque de tiburón”. Clara va a ser mirada como la loca del barrio -incluso por su hija- porque se resiste a aceptar la “normalidad” de que una mujer mayor, sola y de clase media debería estar viviendo, como dice Diego, en un edificio moderno, con servicios, vigilancia las 24 horas y cámaras de seguridad.

Ese tipo de conflictos, tensiones e implicaciones se pone aun más de relieve con pequeños choques de grafismo y de sentido: los empleados de la constructora mueven los colchones sucios de la orgía y cortamos a la tapa del libro de Los tres chanchitos, la belleza escultural de Clara desnuda está cortada por la cicatriz que está en lugar de su seno extirpado, el agua sucia de la alcantarilla corta la arena blanca de la playa turística, Clara rinde tributo al marido en el cementerio y en seguida ve a los trabajadores que tiran displicentemente una osamenta en una bolsa de nailon, la conversación sobre el esquema dinástico de las grandes familias pernambucanas concluye con planos que enfatizan las fotos de personajes de la elite en la pared del restorán. Algunas de las metáforas se decodifican en forma explícita (como, en la sección final de la película, la que vincula el cáncer con las operaciones de la constructora). Pero no todo significa algo claro, hay gestos poéticos más vagos, inefables (esa tela enorme que se despega de la torre vecina al Aquarius).

La película tiene una riqueza conceptual excepcional, está realizada en forma contundente y creativa, es quizá el ápice de Sônia Braga como actriz, y confirma a Kleber Mendonça Filho como uno de los directores más interesantes del momento.

Aquarius

Dirigida por Kleber Mendonça Filho. Con Sônia Braga, Humberto Carrão, Irandhir Santos. Brasil/Francia, 2016. Life Cinemas 21 y Alfabeta; shopping de Punta del Este.