En los años 50 y 60 del siglo XX, las telenovelas brasileñas solían basarse en temas internacionales (Sangre y arena, El sheik de Agadir, El puente de los suspiros), hasta que en 1969 el director Walter Avancini (1935-2001) fue pionero en la realización de otras con ambientación contemporánea y espíritu juvenil, hizo varias de las mejores de todos los tiempos, y de pronto el tipo anterior pasó a ser visto como algo berreta. Jorge Luis Borges argumentó con solidez contra la opinión de que su literatura era menos argentina por lidiar con lugares y tiempos imaginarios, con personajes europeos o de la antigua Babilonia. Sin embargo, una película bíblica con producción exclusivamente brasileña puede suscitar algunos prejuicios feos. Parecería que sólo los yanquis pueden ocuparse de asuntos “universales”, y que las otras cinematografías deberían confinarse en asuntos locales, “ocuparse de lo suyo”: aceptamos más fácilmente a un egipcio o a un hebreo antiguo con cara de angloamericano que a uno con cara de iberoamericano (aunque sea blanco); aceptamos que hable inglés, pero no tanto que hable portugués; aceptamos que actúe con las convenciones de Hollywood, pero no con las de las telenovelas de la Globo.

Es una tentación, al ver Moisés y los diez mandamientos: la película, reírse de esas características por ellas mismas. Quiero dejar constancia de mi esfuerzo por no hacerlo, pero también de la dificultad de no hacerlo. Quitando los primeros puntos (las apariencias físicas y el idioma), los otros tienen motivos económicos más allá de los prejuicios: sólo las cinematografías muy ricas pueden bancar el presupuesto conjunto de la reconstrucción de época, escenas de masas con cientos de extras, escenografías enormes y lujosas, miles de objetos escénicos y efectos especiales. Por supuesto, es posible tirarse a un tipo de cine no naturalista, en el que esos factores pierdan relevancia, o emplear un enfoque intimista y, por ejemplo, hacer que todos los acontecimientos espectaculares ocurran fuera de campo. Pero estas opciones no son a priori llamativas para grandes públicos, y ni siquiera tienen ya el prestigio crítico que las acompañó en tiempos de la estética del hambre.

Este film tiene todo lo que se supone que tiene un blockbuster, y es probablemente la película sudamericana más cara de todos los tiempos (es difícil medirlo, porque se trata esencialmente de un montaje para formato de largometraje a partir de lo que se hizo como una telenovela, que sí fue, sin dudas, la más cara que se haya producido, con un costo promedio de unos 700.000 reales por capítulo). Hubo investigación histórica -incluso, quizá, con un nivel de exactitud mayor que el de la reciente Éxodo: dioses y reyes (Ridley Scott, 2014). Hay vistas de la ciudad egipcia, batallas con carros de guerra, se desatan las siete plagas, se abre el Mar Rojo y el pueblo hebreo emprende el éxodo. Pero todo es a medias. Los actores principales (Guilherme Winter y Petrônio Gontijo) no les hacen justicia a sus papeles, y ni siquiera se lucen dentro de los parámetros de la telenovela. Para peor, los hacen hacer gestos a lo yanqui (por ejemplo, un cliché de cine de acción reciente: cuando Moisés le salva la vida a Ramsés, este lo mira y hace un sutil meneo con la cabeza, comunicando en forma viril y flemática que registra lo que pasó). Los secundarios son un poco mejores, aunque hay alguno espantoso (no pude contener una carcajada cuando el líder de los idólatras del becerro de oro le contesta a Moisés, con cara de malo: “¡No digas bobadas!”). Los extras son malísimos (miren las expresiones de los soldados en la primera escena, cuando Josué empieza a contarles la historia). Los trajes están todos como recién salidos del taller de los vestuaristas, las escenografías no reproducen demasiado bien los materiales que pretenden emular (piedra, esencialmente), y hay algún pifie grueso, como cuando Dios le ordena a Moisés que se quite las sandalias y él se saca algo parecido a un zapato con cordones. Las batallas se filmaron con insuficiente cantidad de gente, y menos aun de stunts entrenados en lucha con espadas y escudos, así que todo se hizo con base en planos cercanos y muchos cortes, pero se nota que fue para cubrir esa carencia.

El director Alexandre Avancini (no muy lucido hijo de Walter) no parece conocer otro recurso para el subrayado emocional que la cámara lenta, usada a troche y moche para mostrar que un personaje quedó flasheado por la belleza de una mujer, o que está en éxtasis religioso, o que es un momento majestuoso, o que salió al ataque, o lo que sea: debe haber más de un centenar de planos en cámara lenta. Cada mínimo golpe en una batalla es estruendoso. La música copia los clichés de la mencionada Éxodo: dioses y reyes, oscilando entre world music de Medio Oriente (tipo La última tentación de Cristo) y wagnerismos de cine de superhéroes, e incluso reproduce y contribuye a arraigar la torpeza de musicalizar las acciones terroristas del Dios hebreo contra los egipcios con una imitación de Carmina burana de Carl Orff (principal compositor oficial del nazismo).

Algunos piensan que el ritmo abrupto, con poco desarrollo de los personajes, deriva de haber comprimido a dos horas los 242 capítulos de la telenovela. Puede ser, pero creo que se debe sencillamente a la compresión de una historia como la de Moisés a tan sólo dos horas, y a pretender que transmita solemnidad y reverencia religiosa. Éxodo: dioses y reyes, que ya era muy fallida, duraba dos horas y media, y Los diez mandamientos de 1956 (la más famosa y satisfactoria de todas las versiones), tres horas y 40 minutos.

Increíblemente, este ha sido el film con mayor cantidad de entradas vendidas en la historia del cine brasileño, superando a Doña Flor y sus dos maridos (Bruno Barreto, 1976) y a Tropa de elite 2 (José Padilha, 2007). Pero no necesariamente todas las entradas vendidas correspondieron a espectadores. Se trata de una producción de RecordTV, una de las más antiguas emisoras de televisión brasileñas, que en 1990 fue adquirida por el televangelista obispo Edir Macedo, fundador, líder y principal beneficiario económico de la Iglesia Universal del Reino de Dios. Desde 2010 empezó a producir miniseries sobre relatos bíblicos (La historia de Ester, Sansón y Dalila, El rey David, José de Egipto, Los milagros de Jesús) y, al parecer, Moisés y los diez mandamientos fue la primera telenovela con tema bíblico en el mundo. Fue un éxito: en varias ocasiones le disputó el liderazgo de audiencia a la mismísima Red Globo, y en algunos casos la superó. El lanzamiento de la versión cinematográfica fue fuertemente promocionado por la Record y también en los templos de la Iglesia Universal, donde se instó a los feligreses a que compraran entradas para ellos y sus allegados. El sitio web de venta de entradas UOL registra que en Recife una sola persona adquirió 22.700 juntas. La película se estrenó en mayor cantidad de salas que cualquier otra brasileña, y durante varias semanas tuvo localidades agotadas, pero, como luego se constató, a veces las salas no estaban llenas, porque no todos los devotos compradores fueron al cine.

Esto ayuda a explicar el sentido de una producción brasileña sobre un asunto tan trillado. Por un lado, se capitaliza el éxito de la telenovela; está dirigida a un público que no tiene la costumbre de ir al cine y mucho menos la de leer subtítulos, en un país donde hay una arraigada costumbre (e incluso una preferencia) por los audiovisuales de producción propia en el idioma propio. Por otro lado, los motivos para verla (o al menos para comprar las entradas) no fueron puramente de entretenimiento o artísticos, sino también religiosos, de apoyo a la iglesia.

Ello ayuda a entender algunos aspectos de la película, como la similitud de ciertos pasajes con los rituales evangélicos, especialmente evidente en la oración del padre de Moisés, cuyo tono de voz se hace cada vez más elevado y emotivo, contagiando a las personas a su alrededor, que alzan los brazos y miran hacia arriba. Enseguida empiezan a ocurrir milagros.

Todo eso tiene aspectos más siniestros. Cerquita del final, Moisés ordena a los levitas que maten a los adoradores del becerro de oro. Ese pasaje bíblico, en el que por mandato de Dios y de su intermediario Moisés son ejecutados 3.000 idólatras, siempre fue medio embarazoso para los cultores de una versión iluminista de la religión (o de la más elemental coherencia, porque se supone que lo que se estaba defendiendo era un decálogo que incluía el mandamiento “No matarás”). En la película de 1956, por ejemplo, sencillamente se abre un pozo en la tierra y se traga a los malvados. Aquí, aunque no se dimensiona debidamente la masacre (no parecen ser 3.000, sino muchos menos), los levitas dan muerte a unos cuantos utilizando espadas y cuchillos, y la música no es de tipo trágico-infernal, sino heroico-triunfal: es un momento a celebrar, el bien ha prevalecido. Además, la película entera está subnarrada por Josué, que hace el relato a un grupo de guerreros poco después de la muerte de Moisés. La historia de Moisés aparece como flashbacks, y a veces sobre las imágenes suena la voz over de Josué, a quien volvemos a ver de vez en cuando. Por lo tanto, Josué es la proyección del predicador, el intermediario entre la historia y el público, el seudoemisor de los mensajes de la película. Y al final, justo enseguida de la masacre de los idólatras del becerro, y sobre la prolongación de la música triunfal, la película concluye con un grito de guerra furibundo, convocando a tomar la tierra de Israel. No creo que sea una referencia a la geopolítica de Medio Oriente; probablemente ese final es sobre todo una preparación comercial para la nueva telenovela de la Record, continuación de Los diez mandamientos, protagonizada por el mismo Sidney Sampaio haciendo de Josué y titulada La tierra prometida. Pero también alude, con tono guerrero y airado, a que los fieles conquisten cada vez más espacios, por los medios que sean necesarios.

Moisés y los diez mandamientos: la película

(Os dez mandamentos: o filme), dirigida por Alexandre Avancini y basada en el Éxodo. Brasil, 2016. Con Guilherme Winter, Sérgio Marone y Petrônio Gontijo. Grupocine Ejido y Punta Carretas; Life Cinemas 21, Alfabeta y Costa Urbana; Movie Montevideo, Nuevocentro, Portones y Punta Carretas; shoppings de Paysandú, Punta del Este, Rivera y Salto. En todas las salas se exhiben copias dobladas al español.