Ya hace un par de semanas que circula en librerías, pero hoy a las 19.30 se presentará en el Museo de Historia Natural del Instituto Alfredo Vásquez Acevedo (IAVA), en Eduardo Acevedo 1427. El periodista y escritor Martín Otheguy y el biólogo Ramiro Pereira, que cursa una maestría en Ecología, se unieron en el proyecto Mañana es tarde, una investigación en torno a la fauna en peligro de extinción en Uruguay, que se concretó en una serie de 13 minidocumentales -se pueden ver en el sitio web de Canal M o siguiendo el código QR que aparece en la página 9- y en el libro que aquí reseñamos.

Esta publicación registra el periplo de ambos junto al multifacético Leo Lagos, que no participó en la redacción de Mañana es tarde. Viaje en busca de la fauna amenazada en Uruguay -sí en la investigación y en la realización de los videos-, pero es el autor del prólogo, y uno de los personajes (los protagonistas, es evidente, son el margay, el tucu-tucu de Río Negro, las Austrolebias, el flamenco, el sapito de Darwin, el aguará guazú, el cisne de cuello negro, el coatí, el coendú, el dragón, el tamanduá y el yapok). Los tres dedicaron unos cuantos viajes a recorrer el territorio uruguayo para registrar la existencia de estos animales, que están en peligro debido, fundamentalmente, a la actividad humana, que trastorna o destruye sus hábitats.

Aunque el humor es el rasgo que le da el tono al texto, que también se caracteriza por un afán didáctico imprescindible en un texto de divulgación de un tema que compete a una disciplina científica, el retrogusto es bastante descorazonador, y no podía ser de otra manera. El propio título del libro, “Mañana es tarde”, funciona a la vez como diagnóstico implacable y como un llamado urgente a la reflexión y a la acción para tomar medidas que detengan, o por lo menos atenúen, los procesos de modificación del hábitat de estas especies, para que puedan seguir habitando nuestras tierras y siendo parte de nuestra biodiversidad. Sin embargo, y en virtud de esto último, deja lugar a la esperanza y, ojalá, a la rebeldía, porque esa esperanza no podría jamás sustentarse en la quietud, sino que depende del hacer.

Desde las primeras páginas se aclara que el libro no tiene, ni mucho menos, pretensiones abarcativas, debido a razones de espacio y de posibilidades de realización. Por eso, los animales que aparecen descritos no son, ni por lejos, los únicos que están en peligro de extinción en Uruguay: la lista es, tristemente, bastante más extensa. Los autores aclaran, sin embargo, que intentaron que la muestra fuera representativa y que funcionara como un pantallazo, a fin de que los lectores puedan formarse una idea global de cuáles son los problemas que afrontan numerosas especies de animales en el país. En ese sentido, intentaron abarcar tanto mamíferos como peces, aves y anfibios. Aclaran, además, que aunque no en todos los casos el peligro es inminente, algunas especies podrían verse gravemente amenazadas en el corto o mediano plazo, y que eso podría evitarse si se tomaran medidas de protección.

Mañana es tarde no es una publicación científica, sino una crónica de viaje en torno a un tema que es objeto de investigación científica. Por otra parte, se inscribe en una tradición: Lagos señala en el prólogo que tiene un antecedente en Last Chance to See (1990), también obra de un biólogo -Mark Carwardine- y un escritor -Douglas Adams, el de La guía del autoestopista galáctico y Dirk Gently-. La lectura de esa obra, prestada en el momento propicio -un viaje por la Amazonia- llevó a que Otheguy gestara la idea de esta investigación en Uruguay y de formar equipo con Pereira.

La obra, como se dijo antes, despliega un inclaudicable sentido del humor, sobre todo llevado al punto de la autoparodia -el periodista se ríe de sus propias dificultades, como hombre de ciudad, para desplazarse en el campo, y de su escasez de conocimientos específicos en la materia que aborda, al tiempo que dispara sus dardos hacia sus dos compañeros de expedición-. A esto se suman una profusa información y la constante apelación a datos que aportan especialistas en las diferentes especies estudiadas, así como una precisión muy disfrutable en las descripciones, que permiten al lector desplazarse con todos los sentidos a los lugares recorridos, al hacer patentes los silencios, los sonidos, los colores, los paisajes e incluso las dificultades que conlleva el viaje. Se pone de relieve -y se transmite fielmente- la maravilla: ante la mirada de la margay Margarita en el parque M’Bopicuá, ante el vuelo de los cisnes de cuello negro en la Laguna de Rocha, ante el hallazgo del sapito de Darwin en las inmediaciones de Cabo Polonio. Esa mezcla de curiosidad, dificultades, constantes frustraciones y escasos hallazgos acentúa la emoción de los momentos en que los exploradores entran en contacto con los animales que son objeto de su búsqueda -terca, incansable, muchas veces infructuosa.

En el horizonte, a lo largo de toda la lectura, aparecen el legado y la presencia de los antiguos exploradores naturalistas -con Charles Darwin como emblema- que en los siglos XVIII y XIX recorrieron estas tierras, pobladas escasamente por humanos y en forma abundante por otros animales, en tiempos de descubrimiento de especies desconocidas por esos científicos europeos. Transcurridas ya casi tres décadas del siglo XXI, el escenario es el opuesto: la creciente población humana y su asentamiento en todo el territorio nacional, con las consiguientes modificaciones a raíz de diversas actividades productivas -ganadería extensiva, agricultura, forestación, fraccionamiento del terreno para construcción, actividad turística-, han cercado a diversas especies de animales debido a la modificación de su hábitat, y en muchos casos al peligro de desaparición de este. En el caso de las aves, fundamentalmente, a esos problemas estructurales se suma la caza, incentivada por su potencial para la venta a personas aficionadas a tenerlas enjauladas, aun poniendo en peligro a la especie toda y al pájaro capturado en particular, ya que no suelen sobrevivir al traslado.

El título del epílogo, no obstante, va en el sentido opuesto al desánimo: emulando el comienzo del Infierno de la Divina comedia, de Dante Alighieri, sugiere: “Vosotros los que aquí entráis, albergad alguna esperanza”. Porque no, no es la puerta del infierno; es la presentación de un panorama difícil y complejo, que no parece sencillo de abordar sin el compromiso y las acciones adecuadas de las autoridades que entienden en el tema; sin una sociedad informada y comprometida, que presione para que se tomen esos caminos y se acelere el paso en ellos; sin una comunidad académica -que interviene constantemente en el libro, por intermedio de numerosos biólogos e instituciones especializadas- dotada de recursos suficientes para continuar sus tareas de investigación, y brindar por medio de estas tanto diagnósticos como recomendaciones específicas para facilitar la protección de las especies amenazadas y, en consecuencia, de la biodiversidad.

Escrito desde la perspectiva de la fascinación por la fauna y el respeto por el conocimiento, con la emoción contagiosa que despierta la mera huidiza presencia de cada uno de los animales descritos, este libro es una invitación a disfrutar, conocer, abrirse a una mirada más atenta y tomar conciencia de una tarea que está pendiente y a la cual, en alguna medida, podemos aportar. Cito a Lagos, que adelanta en el prólogo: “En nosotros está el ser lo suficientemente inteligentes como para frenar el impulso fratricida con el que marchamos destrozando todo a nuestro paso. Crucemos los dedos para que Mañana es tarde, en algunas décadas, pierda toda vigencia y sea sólo una postal de lo cerca que estuvimos de ser profunda y desgraciadamente pobres”.

Mañana es tarde. Viaje en busca de la fauna amenazada en Uruguay

De Martín Otheguy y Ramiro Pereira. Ediciones B, 2017. 198 páginas.