En 1985, un cómic presentaba a dos muchachas conversando. Una proponía ir al cine y la otra le decía que sólo aceptaba ver películas que cumplieran tres requisitos: tenía que haber al menos dos mujeres (primero) que en algún momento hablaran entre ellas (segundo) de cualquier cosa que no se refiriera a un hombre (tercero). Así fue como la historietista estadounidense Alison Bechdel creó, involuntariamente, un popular test que ha sido infinitamente utilizado para detectar, en dos minutos, la mala representación femenina en el cine. Sus pasos simples están lejos de lo infalible, pero, con el tiempo, se volvió una herramienta fácil y entretenida para subrayar la brecha de género en la industria cinematográfica.
Con motivo del “mes de la mujer”, la Oficina de Locaciones Montevideanas y el Instituto del Cine y Audiovisual Nacional organizaron Dos mujeres hablan, un ciclo que invita a revisitar cuatro películas uruguayas bajo la óptica del “test de Bechdel”: con entrada libre, el viernes a las 18.30 en el Complejo Sacude (Los Ángeles 5340, esquina Curitiba) se exhibirán el corto La piscina (2015), de Rodrigo Llambí, y Migas de pan (2016), de Manane Rodríguez; el domingo, en la sala Zitarrosa, se proyectará Mi amiga del parque (2016), de Ana Katz; el jueves 30 a las 20.00 se podrá volver a ver La demora (2012), de Rodrigo Plá, en el Centro Cultural Terminal Goes; y el viernes 31 a las 20.00 el Centro Cultural Florencio Sánchez (Grecia 3281, esquina Norte América) cerrará el ciclo con Flacas vacas (2012), de Santiago Svirsky.
Hoy a las 18.00, en la sala Zitarrosa se realizará el encuentro Filmado por ellas, en el que se analizará la situación de las mujeres en el ámbito audiovisual. Participarán en el debate la productora Virginia Bogliolo, la guionista y escritora Inés Bortagaray, la directora Ana Guevara Pose, la realizadora e investigadora Virginia Martínez, la actriz y dramaturga Verónica Perrotta y la directora de arte Paula Villalba.
Bortagaray, guionista de Una novia errante (2007), Mi amiga del parque -por la que fue premiada en el Festival de Sundance- y La vida útil (2010), dijo a la diaria que integrar este panel la hace muy feliz, sobre todo porque ve en ello un aprendizaje personal: “Hace unos años, si me hubieran invitado a una charla como esta para compartir con mujeres que están en el mismo sector, y reflexionar o debatir sobre cuál es el lugar de las mujeres en él, seguramente me habría preguntado para qué. O quizá hubiera pensado que, en mi caso, no tenía mucho para aportar. O creía que, si existía un conflicto, para mí era invisible. Esta era una falta de sensibilidad que acuso en mí misma, y que se daba hace una década”. Algo que la escritora define como un estado de “inocencia o ignorancia” que dejó atrás, y en ese sentido ahora dice que existe un “estado de alerta que, por suerte, está en el aire”, y que ella confía “en el poder que tiene lo simbólico”: algo que, en este caso, se visibiliza en el hecho de comenzar a exteriorizarlo, a “curar algunas cosas”. En ese sentido, piensa que aunque existan puntos de vista distintos y discrepantes, las mujeres “ya no nos podemos hacer las distraídas”. En este proceso de autocrítica, Bortagaray recuerda que en una ocasión no pudo participar en una mesa sobre esta cuestión, pero al mismo tiempo, se planteaba que a lo largo de su carrera no identificaba problemas o inconvenientes por su condición de mujer. “Tenía facilidad para no contestarme esa pregunta o contestarla de manera tranquilizante. Ahora no es que mi pasado haya cambiado, pero lo que sí [se impuso] fue un estado de solidaridad”, explica. Y cuenta que su rol como docente la ha sensibilizado, ya que si bien puede haber excepciones de mujeres a las que su trabajo “se les da de un modo más fácil”, al ver el recorrido de muchachas que estudian cine descubre pocas que dirigen y muchas que producen. “¿Qué dice esto?”, pregunta. Para ella, lo bueno es que en esta discusión no es necesario recortar el campo de análisis a la experiencia personal: al estar en contacto con generaciones más jóvenes, “con tantas carreras y tanta visibilidad, descubrí que es necesario estar más despierta”, advierte.
“Como guionista he trabajado mucho con amigos, como Ana Katz y Federico Veiroj. Así que por un lado está mi situación, y por otro está la mirada sobre el entorno y este presente con tantas muchachas que quieren hacer sus películas. Ahí es donde yo, siendo integrante de jurados, he comenzado a preguntarme -con inquietud- qué es lo que sucede para que haya tan pocas directoras. O qué es lo que sucede cuando en el mismo contexto de una clase, al momento de elegir los proyectos para rodar y habiendo un igual número de mujeres y hombres, ellas mismas se vuelcan a las propuestas de ellos”, plantea, y si bien admite que no tiene respuestas, hoy lo que quiere es conversar y escuchar qué es lo que les sucede a las demás. Así, apunta a demoler esos silencios cómplices que muchas veces ocultan y propician las peores formas de violencia. Como planteaba el epígrafe de Chicas muertas, el libro de no ficción de Selva Almada: “Esa mujer, ¿por qué grita? / andá a saber / mirá que flores bonitas / ¿por qué grita? / jacintos margaritas / ¿por qué? / ¿por qué qué? / ¿por qué grita esa mujer?”.