Un momento de singular contenido político en la reciente entrega de los Oscar fue el otorgamiento del premio a mejor película en idioma extranjero a El vendedor, del director iraní Asghar Farhadi, quien hizo historia para su país al ganar por segunda vez esa distinción, que ya había obtenido en 2012 por Una separación. No sólo era un orgullo para los iraníes que uno de sus compatriotas lograra nuevamente semejante galardón, sino que además este llegaba en un momento muy particular, al ser Irán uno de los siete países con mayoría de población musulmana a cuyos ciudadanos quiso impedir el ingreso a Estados Unidos, en principio transitoriamente, el presidente Donald Trump, mediante una orden ejecutiva que fue frenada por el Poder Judicial y que el flamante mandatario ha anunciado que reformulará. Es casi seguro que en el caso de Farhadi se habría hecho una excepción, para que pudiera asistir a la ceremonia de entrega de los premios, pero el cineasta decidió no concurrir para expresar su rechazo a la iniciativa presidencial (así como solidaridad con toda la gente que, por no ser famosa, jamás habría tenido el beneficio de que su caso se considerara de otro modo), y envió una declaración de protesta para que fuera leída en el caso de que El vendedor resultara triunfadora, tal y como sucedió.

En todo caso, y como era previsible, la obtención del Oscar fue una gran noticia en Irán, y si bien no se transmitió la ceremonia entera, la Agencia de Noticias Laborales Iraní (ILNA, por sus siglas en inglés) elaboró un destacado informe sobre el triunfo del cineasta compatriota. Pero tuvo que afrontar la circunstancia de que el premio fue presentado por dos mujeres -la sudafricana Charlize Theron y la estadounidense Shirley MacLaine- y recogido en nombre de Farhadi por una tercera, la ingeniera iraní-estadounidense Anousheh Ansari, primera mujer musulmana que participó en un viaje al espacio exterior. Como se sabe, los criterios del Estado iraní acerca de qué vestimenta es adecuada para que una mujer aparezca en público no son los mismos que los de Hollywood, y si bien ningún ayatolá podría haber objetado el recatado atuendo que eligió MacLaine, no ocurría lo mismo con los vestidos de las otras dos. El de la sudafricana no fue, por cierto, el más sexy o escotado de los que se vieron en la noche del Oscar -en ese aspecto fueron mucho más llamativas las indumentarias de Jennifer Aniston y de Mandi Gosling, que acompañó a su hermano Ryan-, pero la actriz tuvo el descaro de mostrar sus hombros y su cuello, y a los responsables del informe televisivo iraní no se les ocurrió mejor idea que usar un poco de magia digital berreta para convertir el vestido de la actriz en una prenda que los espectadores (o los gobernantes) de su país pudieran considerar más correcta. De modo que los televidentes de Irán vieron que el Oscar era anunciado por una actriz rubia que llevaba una especie de polera negra borrosa e inestable, que se desplazaba como una mancha detrás de ella cada vez que se movía. El borrón no sólo perseguía a Theron, sino que también se colocó sobre Astari, que estaba vestida en forma bastante conservadora pero tenía un hombro descubierto. El chapucero efecto generó una sensación realmente paradójica en un momento en el que se estaba hablando del respeto entre culturas distintas y la importancia de las libertades.