Es tentador pensar en Idea Vilariño ensimismada en la noche, escribiendo alguno de sus más estremecedores versos de amor. No obstante, la imagen es tan tentadora como poco verosímil. Su concentrada poesía, sus versos concisos (casi siempre endecasílabos o heptasílabos completos o demediados) y su lenguaje deliberadamente coloquial han tenido la mala fortuna de parecer fácilmente replicables, y han dado por eso una prole cuantiosa de imitadores lacrimógenos. Pero su poesía (la amorosa, la política, la existencial) no podría, a pesar de esos seguidores que son sus involuntarios detractores, ser más calculada, más precisa, más medida.

“El verso nunca es libre”, sostiene la poeta-crítica remedando a TS Eliot y sus Reflections on Vers Libre (1917). De esa sentencia, casi un lema, y de la idea de que el “objeto poético está en las antípodas de lo caótico y de lo informe”, hace partir una serie de reflexiones que dibujan su retrato intelectual. En el artículo “El ritmo y otros aspectos de Idea Vilariño en la crítica dura”, incluido en el número 9 de la Revista de la Biblioteca Nacional (y disponible en internet), Ignacio Bajter sigue el itinerario que lleva hacia atrás, desde La masa sonora del poema al primer estudio de Vilariño sobre los Nocturnos de Juan Parra del Riego (publicado en el primer número de la revista estudiantil Clinamen en 1947). En ese periplo, que abarca más de 40 años, Vilariño publicó varios libros de poesía, sus precursoras investigaciones sobre el tango, dio clases en la educación media y a nivel universitario, tradujo a Raymond Queneau, a William Shakespeare y a WH Hudson, y escribió su diario, siempre con el rumbo fijado por el estudio atento de los ritmos poéticos, que fue para ella una suerte de música de fondo, desde el recuerdo muchas veces evocado de su padre, Leandro Vilariño, recitando en la sobremesa versos de sus autores preferidos, muchos de los cuales serían objeto de admiración y estudio por parte de su hija.

El libro que por primera vez se editó íntegramente el año pasado bajo el título La masa sonora del poema tiene el desarrollo accidentado de muchas de las empresas literarias uruguayas, y su trayecto se puede comenzar, como hace Bajter en el mencionado artículo y en el muy atendible prólogo, en esa escena iniciática en la casa familiar de los Vilariño. De ahí se deberá seguir por el estudio formal de Parra del Riego y una serie de ensayos aparecidos en la revista Número en los años 50 (sobre los grupos simétricos en Antonio Machado, sobre la obra teórica de Pius Servien, sobre la rima en Julio Herrera y Reissig), que corona la edición del breve libro Grupos simétricos en poesía (1958). Y, finalmente, por la edición del adelanto La masa sonora del poema. Organizaciones vocálicas. Grupos rítmicos. Algunos poemas de Antonio Machado y Rubén Darío (Arca, 1986 y El Sur también insiste, sin fecha) y del Nocturno de José Asunción Silva (Cal y Canto, 2000), ambos contenidos (y el primero bastante ampliado) en este volumen, que Vilariño preparó a principios de los 90.

Si bien desde antes de conocer la obra de Servien la uruguaya ya ponía su ojo (es un decir) en la musicalidad del verso, distinguiendo el ritmo como la esencial cualidad de la poesía, fue a partir del conocimiento de los trabajos del poeta, crítico y lingüista rumano que Vilariño pudo sistematizar sus intuiciones, al encontrar un método para dar cuenta de eso que casi naturalmente percibía con su oído entrenado. Estos estudios, tan impensables y extraordinarios hoy como en su momento, constituyen un testimonio apasionado de la severidad y el cuidado de la forma, de una posibilidad de lectura pocas veces atendida por los entusiastas y por los poetas, que en aquellos años escribían cada vez más para ser impresos que para ser recitados. Así, La masa sonora del poema y algunos de los textos anteriores tienen un tono beligerante y anticipatorio. A contrapelo de las ideas de la época, proclamatorias de un versolibrismo que muchas veces no era más que prosa salpicada de cortes arbitrarios, exigía el regreso de una poesía escrita para ser dicha, el rescate de una oralidad que veía resguardada sólo por algunas figuras de la canción (Alfredo Zitarrosa, por citar a uno de los más conocidos intérpretes de su obra) o del teatro (Dahd Sfeir, por citar a otra) y, al contrario que la mayoría de sus colegas, se enfrentaba seriamente a la cuestión de la creación y a los mecanismos internos de la lírica. A su vez, pedía un mayor estudio de la técnica poética, y el abandono de cierta postura prescriptiva con una libertad controlada, que desdeña las rigideces del verso en tanto unidad. Manejando una bibliografía informadísima y actualizada, que recorre varios siglos de producción intelectual, adoptaba una posición crítica e insumisa, en un estilo (sobre todo en el texto que abre el libro) que mezcla amenidad y rigor.

La masa sonora del poema tiene más preguntas que conclusiones (muchas veces es difícil ver a dónde llevan los esquemas numéricos que llenan sus páginas) y es cuestionable en varios aspectos (su antiprescripción que termina prescribiendo, el rechazo de plano a la poesía experimental que inauguró Stéphane Mallarmé, su débil cientificismo). Sin embargo, leído en plena discusión sobre la profetizada muerte de la palabra escrita, en la “era de la comunicación”, en un momento en el que abundan los ciclos de lectura pero escasea la crítica, en el que a menudo se descuida la forma en pos de una mayor “expresividad”, y en el que la poesía misma se ha desprestigiado como lenguaje, acusa una extraña actualidad y se revela un libro “de su tiempo” y, a la vez, lúcida y problemáticamente escrito para el futuro.

La masa sonora del poema

De Idea Vilariño. Biblioteca Nacional, Montevideo, 2016. 120 páginas.