En el comienzo de los años 70, a caballo de la musculosa y carismática espalda del gran Bruce Lee, Estados Unidos -y por transitiva todo el mundo occidentalvivió una auténtica fiebre obsesiva con el mundo del kung fu y las artes marciales, y de pronto las pantallas grandes y chicas se llenaron de actores que, del día a la noche, se convirtieron en expertos en karate, wushu, aikido, judo o cualquier otra de esas habilidades que antes eran más bien desconocidas fuera de Asia. La compañía de cómics Marvel, siempre atenta a explotar cualquier moda cultural -desde el surf (Silver Surfer) al motociclismo (Ghost Rider)- inventando un personaje para la ocasión, se sumó al boom de las artes marciales en 1973 con Shang- Chi: maestro del Kung Fu, una historieta cuyo protagonista se inspiraba simultáneamente en el de la serie televisiva Kung Fu (que interpretaba David Carradine) y en el personaje casi único al que Bruce Lee hizo carne en sus films. Sin ser uno de los mayores hits de Marvel, Shang-Chi fue lo bastante popular y exitoso como para que a la editorial se le ocurriera hacer otro superhéroe relacionado con el mundo de las artes marciales, pero con menos elementos sobrehumanos y menos diferencias étnicas con el mundo de los lectores de cómics de aquel tiempo, y en 1974 dos de los principales creadores de la casa, Roy Thomas y Gil Kane, dieron a luz a una nueva creación llamada Iron Fist (puño de hierro). Giraba alrededor de un rico heredero -Danny Rand- que, tras perder a sus padres en un accidente en el Himalaya, era rescatado por unos monjes místicos que lo llevaban a una dimensión paralela (K’un L’un), donde lo entrenaban como guerrero para que se convirtiera en el “Puño de Hierro”, destinado a combatir al mal.

El personaje era interesante -estaba mucho más trabajado que Shang-Chi- y tenía un costado traumático que, junto a su condición de millonario, recordaba un poco al Bruce Wayne de Ciudad Gótica, pero no tuvo mucho éxito; Marvel terminó asociándolo en cómic con otro héroe de medio pelo, Luke Cage, y luego languideció en el pelotón de personajes de segunda categoría de la compañía. Eso hasta que el canal Netflix, tras el éxito de su adaptación de Daredevil desde 2015, anunció que haría versiones de otros personajes menores de Marvel, hasta completar The Defenders, un equipo de superhéroes similar a Los Vengadores, pero de perfil más bajo y poderes menos fantásticos, en un ámbito más próximo a lo policial. En ese grupo están Daredevil (héroe clásico con discapacidad), Jessica Jones (mujer moderna e independiente), Luke Cage (comprometido representante de minorías) y Iron Fist, que ocuparía, dependiendo del tratamiento del asunto, el lugar del héroe privilegiado pero a la vez traumatizado, con algunos elementos oscuros de antihéroe. Algo de eso hay en la recién estrenada serie Iron Fist, pero también hay otras cosas, y casi todas son desastrosas.

Rellenando el hueco

La historia comienza cuando Danny Rand/Puño de Hierro (Finn Jones) regresa del Himalaya a Manhattan 15 años después del mencionado accidente, en el que se lo había dado por muerto. Cuando se perdió era un preadolescente de la aristocracia económica, y vuelve como una suerte de hippie descalzo y al parecer no muy aseado, al que rechazan con violencia sus antiguas amistades, que no lo reconocen o se niegan a admitir quién es. Como es costumbre en las series de Netflix-Marvel, hay cierta crítica social subyacente en el relato, dirigida en este caso al desprecio y la invisibilidad que sufren los pobres y los dementes (Rand es confundido con un esquizofrénico que intenta apoderarse de una identidad ajena), pero eso se desvanece rápidamente cuando el protagonista recupera su posición en el imperio económico creado por sus padres (de inmediato se dedica a ser un magnate filántropo), y la acción -un elemento bastante escaso en los primeros episodios- se desplaza a su enfrentamiento con La Mano, una organización criminal que ya había aparecido en la segunda temporada de Daredevil.

Hasta esta, todas las series de personajes de Marvel producidas por Netflix habían sido recibidas con un gran entusiasmo -podríamos decir “excesivo”, si se tiene en cuenta la irregularidad rítmica y la excesiva duración de todas ellas-, tanto a nivel crítico como popular, pero Iron Fist ha generado un rechazo de notable hostilidad, siendo prácticamente unánime la opinión de que esta no sólo es la peor de las series de Marvel-Netflix, sino también la peor de todas las que presentan versiones televisivas de personajes de Marvel, un auténtico nadir en la relación de esa compañía de cómics y la televisión.

Algunas de las críticas a Iron Fist -cuándo no- han venido por el lado de sus supuestas apropiaciones culturales, ya que el personaje incurre en el pecado de ser un hombre anglosajón y rubio que se demuestra excepcional en una serie de artes marciales de origen asiático, e incluso existió una de esas movidas imbéciles de estudiantes con demasiado tiempo libre, que propuso que se convirtiera al personaje de Danny Rand en un asiático-oriental (¿no hubiera sido más fácil proponer que se hiciera una serie con Shang- Chi, el otro héroe del kung fu a lo Marvel e inconfundiblemente chino?). No lograron su objetivo, pero de cualquier forma hicieron sus berrinches en la web, protestando sobre los estereotipos que aparentemente aquejarían a la serie.

En realidad, en ese aspecto Iron Fist está, al igual que las otras colaboraciones de Marvel y Netflix, aquejada del problema opuesto: la paranoia y el conflicto de tener que hacer una serie de entretenimiento violento, con personajes que poseen habilidades irreales, y al mismo tiempo educar a las generaciones jóvenes en el arte de la tolerancia y la inclusión. Más allá de alguna susceptibilidad, en este aspecto la serie cumple, rodeando a su protagonista de dos personajes femeninos fuertes y étnicamente diversos, la samurái Colleen Wing (Jessica Henwick) y la enfermera nocturna Claire Temple (Rosario Dawson), que atraviesa todo el paquete de estas series como elemento unificador, pero que en esta tiene un papel particularmente relevante.

Sin embargo, hay un aspecto en el que esta producción sí es culturalmente irrespetuosa, y es simplemente en el de la calidad de sus escenas de acción y sus coreografías de lucha. Si las dos temporadas de Daredevil se habían aproximado al género del cine de artes marciales con bastante originalidad -y con una cuota de violencia cruda inusual para una serie televisiva de superhéroes-, Iron Fist, para ser coherente con la historieta original, se mete de lleno en ese territorio que los directores chinos han llevado a niveles de coreografía y destreza física dignos del ballet, y el resultado es lisa y llanamente pobre. Ni Jones ni Henwick parecen llegar al grado de habilidad física requerido habitualmente por el género -donde por lo general no se entrena a los actores en las habilidades marciales, sino que se busca a expertos en ellas y se les enseña a actuar-, y las coreografías de combate son débiles, blandas. Hay guiñadas para los amantes del género, como un combate entre Colleen y una espadachina de La Mano, en el que se demuestran algunas diferencias del estilo de esgrima chino y el japonés, o una escena en la que Danny se enfrenta a un cultor del “estilo borracho” de kung fu que popularizara Jackie Chan (con referencias más que directas a los films de Drunken Master de ese genial actor de Hong Kong), pero no pasan de referencias fetichistas que difícilmente conformarán a alguien familiarizado con sus fuentes de inspiración. Tal vez este foco en las artes marciales sea lo que diferencia más a Iron Fist de sus tres series compañeras de Netflix/Marvel, pero es un foco que no apunta precisamente a su mejor rasgo.

Aun con batallas y escenas de acción poco atractivas, la serie podría salvarse (por lo pronto, ese aspecto tampoco era un punto fuerte en Jessica Jones), pero nada del resto parece colaborar. Su protagonista, el carilindo Jones, podía rendir en su rol lateral de galán en Game of Thrones, donde interpretaba al poco afortunado Loras Tyrell, pero carece del carisma necesario para ser el personaje central de una serie o irradiar algo del desequilibrio mental del personaje del cómic. Su coprotagonista Henwick tampoco es precisamente expresiva, y no ayuda mucho su perpetua expresión de no saber qué está haciendo en esta serie. Para peor, el guion establece entre ellos uno de los romances con menos química que se haya visto en mucho tiempo (además de eliminar la sensualidad, que era uno de los puntos novedosos de este grupo de superhéroes de Netflix). Como si fuera poco, narrativamente Iron Fist tiene cosas de una torpeza poco creíble, como -en una serie condenada a ser consumida de a varios episodios por vez- repetir varias veces la escena del accidente de avión del pequeño Danny y sus padres, sin que ninguna de esas reiteraciones aporte algún dato nuevo, por mínimo que sea. Los diálogos son una sucesión de quejas existenciales de millennials obsesionados consigo mismos y new age, y ni siquiera tiene las simpáticas locaciones ciudadanas del Harlem de Luke Cage o el Hell’s Kitchen de Daredevil, sino que transcurre por completo en un Midtown de Manhattan poco preciso y sin grandes rasgos distintivos.

¿Qué se puede rescatar, entonces, de este Iron Fist que parece estar borrando con el codo los méritos de sus series compañeras de canal? Realmente poco: hay un personaje muy interesante en el ambiguo yuppie Ward Meachum -interpretado por un Tom Pelphrey que recuerda muchísimo a Willem Dafoe más joven-, y un entramado que se articula con las historias de los otros superpersonajes de Netflix, preparando su confluencia hacia un enfrentamiento mayor con La Mano. Pero esto, que interesará a los fans de este universo en forma accesoria, también es una de las limitaciones de la serie, que parece haber sido diseñada sobre todo como antesala del encuentro de Puño de Hierro con otros personajes que han tenido mayor suerte en su desarrollo. Casi nada en relación con las posibilidades del personaje, y algo casi doloroso de ver el mismo año en que -también a partir de un personaje menor de Marvel- la serie Legion, de FX, está revolucionando los códigos del género y ampliando el horizonte de expectativas y posibilidades de una forma que Iron Fist no sólo no intenta, sino que ni siquiera parece ser capaz de imaginar.

Iron Fist

Con Finn Jones, Jessica Henwick, Rosario Dawson y Tom Pelphrey. Netflix.