La elección de James Mangold para la dirección de Wolverine inmortal (2013) sorprendió un poco, y volvió a sorprender su presencia para su secuela, Logan. Mangold, un clásico representante de la sensibilidad indie de los años 90 -con películas melancólicas de personajes pequeños y bandas de sonido de músicos experimentales-, es un realizador talentoso, pero con dificultades para encontrar el equilibrio entre el cine de acción de gran presupuesto y el espíritu de cine de autor estadounidense que caracterizaba a sus primeras obras, como Heavy (1995) o la subvalorada Cop Land (1997). En ese aspecto, Logan es su film más poderoso y logrado, pero, tal vez justamente por eso, aquel en el que se notan más esas dificultades.
Logan es una obra mucho más personal y ambiciosa que el primer acercamiento de Mangold al personaje, una película que comenzaba muy interesante y se mantenía bastante original hasta los tramos finales, en los que abandonaba su relativo bajo perfil (si se la comparaba con otras inspiradas en personajes de Marvel, como las relacionadas con Los Vengadores) y enfrascaba al debilitado (y por lo tanto más humano) Wolverine que se venía dibujando en una batalla excesivamente digital con un enorme samurái plateado. Esta vez, la intención del director parece haber sido evitar la colisión entre la sensibilidad más terrenal y la más fantástica, y de paso hacerle a Hugh Jackman una gran despedida del rol que más fama le ha traído, pero que ya ha anunciado que no retomará.
En 2000, cuando el director Bryan Singer estuvo a cargo por primera vez de un film sobre los X-Men y decidió -entre otras elecciones dudosas, como la de un Ian McKellen demasiado anciano y esmirriado para el rol de Magnetoescoger al australiano Hugh Jackman para interpretar a Wolverine, muchos de los fans del personaje se querían morir: para el papel de un antihéroe que tiene entre sus características más notorias la de ser un petiso de 1,60, no particularmente atractivo, optó por un galán de 1,90, cuya cabeza sobresalía entre las de sus compañeros del grupo de mutantes. Es decir, exactamente la imagen opuesta a la que se tenía por los dibujos grupales en los cómics, lo que arruinaba uno de los grandes secretos de la popularidad del personaje, que es el contraste entre su altura y la ferocidad que demuestra en batalla. Pero 17 años después, y en la que ya ha anunciado que es su novena y última interpretación de Wolverine, Jackman se ha ganado con creces el rol y es imposible imaginarse de momento una versión cinematográfica del personaje que no tenga el rostro del australiano. Pero no por una mera cuestión de acostumbramiento, sino porque el trabajo de Jackman es excepcional; su Wolverine en Logan parece por lo menos diez años mayor que el actor, y está más que nunca cubierto de cicatrices físicas y emocionales, pero aunque nunca se lo vio más débil, tampoco fue nunca más fiel al carácter feral y sanguinario de sus versiones en cómic (o al menos de algunas de ellas, que han sido decenas). Esto se debe en parte a que la película fue deliberadamente pensada para que fuera calificada como “R” (restringida para niños sin compañía adulta). Por lo general, las compañías cinematográficas le temen a eso más que al diablo, porque tienen claro que un gran segmento del público potencial de los films de superhéroes son los menores de edad, pero ante el éxito de la muy violenta y también restringida Deadpool (Tim Miller, 2016), la 20 th Century Fox decidió dejar con las manos y las garras libres a Mangold para que llevara la violencia de su personaje al nivel que quisiera, y el resultado es la película más sangrienta y explícita que se haya hecho sobre un personaje de Marvel Comics, o incluso de personajes de historieta en general, con la posible excepción -aunque en aquel caso el gore era más farsesco-, de Punisher: War Zone (Lexi Alexander, 2008). Pero no es la sucesión de decapitaciones, eventraciones y rostros deshechos -ni la hiperabundancia de la determinante palabra fuck- lo que le da a Logan un atractivo extra y de notable madurez, sino algunos recursos más sencillos y admirables.
El viejo lobezno
Varias reseñas de Logan han señalado que esta transita por tantos géneros -el western, la ciencia ficción distópica, la road-movie, las películas de fugitivos-, que uno llega a olvidarse de que es un film de superhéroes. Incluso una observación ingeniosa la calificaba de “Little Miss Sunshine mutante”, comparándola con el pequeño clásico rutero de 2006 realizado por Jonathan Dayton y Valerie Faris, con el que tiene muchos puntos en común en materia argumental y temática, aunque también una enorme diferencia de tono. La acción está ubicada en el año 2029, en el que casi todos los mutantes han desaparecido de la faz de la Tierra y los pocos que quedan, envejecidos, viven en una semiclandestinidad. Uno de ellos es el decadente Wolverine, refugiado cerca de la frontera de Estados Unidos con México en compañía de un senil y aparentemente enfermo, con una especie de Alzheimer, Charles Xavier (el Profesor X, una vez más Patrick Stewart) y el muy poco poderoso Caliban (Stephen Merchant). Logan/Wolverine, visiblemente enfermo y alcohólico, está trabajando, para ahorrar, como conductor de una especie de limusina para muchachos ricos y desagradables, cuando lo contratan, por una gran suma de dinero, para que lleve a una niña mutante (la intensísima Daffne King) hasta un refugio próximo a la frontera con Canadá, donde estará a salvo de un grupo de mercenarios corporativo-gubernamentales que la buscan con saña (conducidos por el excelente Boyd Holbrook, quien a pesar de parecerse un poco a una versión sana de Macaulay Culkin adulto, es un villano perfecto.
Por lo tanto, si bien la película está inspirada visualmente en el brutal cómic Old Man Logan (“el viejo Logan”, miniserie de Mark Millar y Steve McNiven, continuada por Jeff Lemire y Andrea Sorrentino), es una historia original de su director y narra el viaje de Logan, la niña y el Profesor X, quienes atraviesan Estados Unidos de Sur a Norte, mientras son perseguidos por una caterva de sádicos y se encuentran ocasionalmente con personas empáticas y bondadosas. A pesar de que esa trama se aleja mucho de la de Old Man Logan, los conocedores de los cómics tendrán menos sorpresas que los neófitos, y por otra parte los amantes de los viejos westerns encontrarán algunos paralelismos -que terminan siendo explícitos y hasta redundantes- con el clásico Shane (George Stevens, 1953).
No hay nada de trajes de corte galáctico y espectacular, ni poderes asombrosos y novedosos generados por computadora, ni criaturas fantásticamente inhumanas, aunque sí muchísimos enfrentamientos físicos -tal vez demasiados-, pero estos están filmados con un excelente sentido del espacio y la coreografía, con claras influencias del western y el cine de artes marciales (y, como se dijo antes, hectolitros de sangre). Sin embargo y aunque el cine de superhéroes siempre ha servido de excusa para plantear temas políticos y humanos que no tienen nada de extraordinario, Logan debe ser -tal vez junto a la magnífica Unbreakable (2000) de M. Night Shyamalan-, la película más emotiva, profunda y fuerte en sus escenas tranquilas que se haya realizado bajo la etiqueta de “cine de superhéroes”. Mangold -que escribió la historia general y parte del guion, y que tiene actualmente 53 años- logró que esta película fuera, más que sobre algunos mutantes en fuga, una reflexión sobre la soledad y el vacío emocional de los hombres adultos, sobre el envejecimiento y sobre la necesidad de una familia y la superación del nihilismo.
Logan es realmente soberbia cuando más expone su corazón y su asombroso (en relación con la brutalidad general) sentido del humor, y en ese aspecto brilla más que nunca un Patrick Stewart que está lisa y llanamente magnífico, en una de esas actuaciones a las que cualquier premio le queda chico.
Ya hay muchos que consideran a esta película una obra maestra, pero lo que la separa de serlo es que, como muchos jugadores brillantes, hace una de más. Cuando el pathos del film ya está claro, establecido y funcionando a toda máquina, hay un segmento final que, sin ser terrible ni tirar todos los logros por la borda, de alguna forma normaliza y politiza a Logan en forma un poco vulgar. Toda la película tiene una clara simbología política que también es uno de sus aspectos fuertes, con un Estados Unidos trumpizado, con privilegiados y caídos por la escalera, dominado por transnacionales de los transgénicos o de la seguridad, y con sus carreteras transitadas por camiones autómatas, pero en su desenlace -que a algunos les hará pensar en cómo sería una especie de publicidad ultraviolenta de Benetton o de UNICEF-, lo contenido se hace demasiado manifiesto, tanto desde el punto de vista ideológico como sentimental. Es decir, que al final Logan se convierte un poco en una película más del catálogo de los X-Men, y deja de ser el epílogo distinto, arrollador y secretamente sensible que había sido hasta ese momento, y que sigue justificando verla.
Logan
Dirigida por James Mangold. Estados Unidos. 2017. Con Hugh Jackman, Boyd Holbrook, Patrick Stewart y Daffne King. Grupocine Ejido y Punta Carretas; Life Cinemas 21 y Costa Urbana; Movie Montevideo, Nuevocentro, Portones y Punta Carretas; shoppings de Paysandú, Punta del Este y Salto.