En 1968, cuando Francia no sólo era símbolo de las revueltas estudiantiles, sino también vanguardia en todas las artes, incluyendo aquellas que aún no eran consideradas “artes”, como la historieta, el guionista Pierre Christin y el dibujante Jean-Claude Mézières le presentaron al editor de la revista Pilote -el legendario René Goscinny- la idea de un cómic de ciencia ficción que, además de presentar ideas divertidas y coloridas, fuera una sutil crítica sobre el gaullismo vigente en el momento. Aunque Goscinny, creador de Astérix, era por cierto un artista próximo al gaullismo y no le gustaba la ciencia ficción, quería que su revista fuera plural, así que aceptó la iniciativa de Christin y Mézières, y así nacieron las primeras historias de Valérian, acerca de un agente del siglo XXVIII que, junto a su compañera Laureline, viaja por el universo solucionando (o no) diversos conflictos diplomático-militares. Las aventuras de Valérian continuaron publicándose hasta 2010, cuando se editó la última de sus 22 novelas gráficas.

Valérian: agente espacio-temporal -que, como la mayor parte del catálogo de la editorial Dargaud, fue editada por Grijalbo primero y luego por Norma- se mantuvo como una publicación muy popular en Francia, pero no tanto fuera de ese país, motivo por el cual el mundo suele ser inconsciente de los múltiples -tal vez demasiados- parecidos estéticos que la saga de Star Wars tiene con esta space opera que la precedió en varios años. No sólo la nave de Valérian es sumamente parecida al Halcón Milenario de George Lucas, sino que toda su cosmogonía de mundos dependientes de imperios o repúblicas, abigarrados con todo un bestiario de razas alienígenas, recuerda claramente el universo creado por los franceses, y algunas escenas de las películas de Lucas parecen calcadas de cómics publicados años antes de que se estrenara la más famosa de las sagas galácticas. En su momento, Mézières notó las similitudes y le escribió a Lucas para hacerle preguntas al respecto, pero el director jamás le respondió.

En todo caso, era un universo con una estética tan poderosa y atractiva que no extraña que el más exitoso -en lo comercial- de los directores franceses, Luc Besson, haya filmado una película sobre Valérian que se estrenará a mediados de junio de este año, cuyos trailers ya están circulando. En cierta forma, lo que sorprende no es que se haya adaptado finalmente al cine la historia de Christin y Mézières, sino que se haya demorado tanto en hacerlo. Las historias de Valérian se caracterizaban por un punto de vista profundamente progresista y lleno de observaciones sociales apenas disimuladas, que hacían de su personaje algo completamente distinto a las historietas de aventuras de su tiempo. En primer lugar, en lo referido a la trama: esta parecía girar alrededor de la figura del buen mozo y aparentemente heroico agente Valérian, pero la auténtica heroína era su compañera-novia Laureline, quien, lejos de ser una figura subordinada o decorativa, resultaba, evidentemente, la más inteligente, valiente e independiente de la pareja. Si bien el título del cómic se refería a Valérian, el cosmonauta, que tenía indudablemente buen corazón y un enorme espíritu de sacrificio, no mostraba precisamente grandes dotes físicas o intelectuales, actuaba con excesiva obediencia en relación a las oscuras autoridades a las que servía, y hacía gala de una notable capacidad para producir más desastres que los que evitaba; mientras que Laureline, aunque solía ser excesivamente porfiada y su carácter era muy volátil, fue uno de los primeros personajes femeninos en una historieta de acción presentado en términos de igualdad con su contrapartida masculina. De hecho, se puede decir que era un personaje feminista, aunque nunca se pronunciaba como tal, y Christin admitía en las entrevistas que se había inspirado en los escritos sobre género de Simone de Beauvoir. En forma consecuente con esas características, la serie fue rebautizada por sus autores, en forma retroactiva, cuando cumplió 40 años, como Valérian y Laureline.

Ese no era el único aspecto de avanzada de este cómic, en el que, a pesar de que los protagonistas vivían cientos de aventuras y se enfrentaban con todo tipo de amenazas, rara vez recurrían a la violencia -y si lo hacían, era en forma muy renuente y consciente-, y de cuyas historias emergían claras críticas alegóricas -o en ocasiones directas- al belicismo, el racismo, el materialismo y la destrucción ambiental, temas recurrentes sin que por ello los autores cayeran en lo discursivo o perdieran un magnífico sentido del humor (un elemento esencial en la historieta francesa -desde Astérix a los relatos de Moebius- de los años 60 y 70), humor omnipresente pero equilibrado con los elementos dramáticos.

El director Besson ya había trabajado brevemente con Mézières, en su recordado film El quinto elemento (1997), una película con muchas escenas de espíritu similar al cómic, y había quedado en el aire la idea de llevar a la pantalla grande las aventuras de la pareja de agentes espaciotemporales, pero pasaron dos décadas antes de que se llevara a cabo. El resultado se llama Valérian: La ciudad de los mil mundos, un título paradójico que remite a la primera novela gráfica de Valérian, El imperio de los mil mundos, pero cuyo argumento se basa en realidad en El embajador de las sombras (tal vez la más célebre de las historias de estos personajes), en la que la pareja viaja a una especie de ONU-puerto interplanetario estelar, dominado por la corrupción y la burocracia. Para los roles principales se buscó a dos figuras muy jóvenes, poco conocidas y en ascenso, Dane DeHaan y Cara Delevingne, acompañadas por otras más conocidas como Clive Owen, Rihanna, John Goodman y Ethan Hawke.