Dentro de las ocurrencias culturales, para quienes miran las historias (del arte, de la literatura, de la música, etcétera, e incluso de la Historia misma) buscando sólo acontecimientos magnos y figuras ciclópeas, la recuperación de un artista como Dardo Salguero Dela Hanty podrá resultar poco más que una fruslería. Para quienes nos reconocemos en la máxima de Héctor Libertella, “¡cuanto más marginal, más central!”, la muestra Arquicaricaturas, que luego de ocupar las salas del Museo de San José el año pasado llega ahora al Museo Figari, resulta en cambio de extremo interés.

Salguero no aparece, comúnmente, en el relato del arte uruguayo: en el mejor de los casos se lo menciona como escultor, dado que, efectivamente, en esa faceta trabajó en 90% de su carrera (aunque en ese terreno, salvo quizá el monumento al aviador Ricardo Detomasi, emplazado en San José, es realmente difícil destacar piezas de su producción, que es la de un buen hacedor, sin sobresaltos). Empero, en un país donde, en los años 20, la vanguardia en las artes visuales fue de una timidez descarada, apareciendo y desvaneciéndose en algún pliegue de contados planistas o en algún contraste de ciertos grabadores, la serie de caricaturas sintéticas y eléctricas con las que Salguero retrató a las figuras de punta del rupturismo porteño y de la más inquieta movida intelectual montevideana brillan como un unicum por continuidad y solidez.

Un poco de biografía: nacido en San José en 1902, Salguero, en plena formación, obtuvo una beca que en 1923 lo instaló en Buenos Aires. Ahí empezaron a aparecer, en las revistas más de avanzada (por ejemplo, Inicial y Proa) estas caras dibujadas geométricamente, con pocos trazos esenciales y angulosos que logran, en la mayoría de los casos, cristalizar cabalmente la singularidad del retratado, sin caer nunca en el chiste fácil e incluso, por momentos, despreocupándose del componente humorístico. Entonces, entre 1925 y 1927 se suceden su exhibición triunfante de casi 60 caricaturas en la Asociación Amigos del Arte de Buenos Aires, un banquete de los “martinfierristas” en su honor, una muestra uruguaya en el Ateneo, un viaje a Brasil con exposición en Río: todo un éxito. Sus “arquicaricaturas”, como las bautizó el crítico argentino Roberto Cugini, subrayando su terminante plasticidad formal, inflamaron durante un tiempo a la inteliguentsia rioplatense y todos fueron tocados por su lápiz: Macedonio Fernández, Eduardo Dieste, Oliverio Girondo, Pedro Figari, Juan Zorrilla de San Martín, Ricardo Güiraldes, Albert Einstein en su breve visita al Río del Plata, para nombrar sólo las piezas más contundentes (según testimonios de quienes lo conocieron, Salguero contaba que retrataba siempre en vivo a las personas haciendo un boceto rápido, que luego trabajaba con tranquilidad en el taller).

Otra beca, esta vez a París, cambió el rumbo creativo del artista: tomó clases con Antoine Bourdelle y básicamente, en adelante, se ocupó mayoritariamente de cinceles, y volvió a Uruguay en 1930. De modo bastante increíble, su escultura, incluso la producida en paralelo a las caricaturas, siempre se desliza entre lo clasicista y lo realista, lejísimos de la esencialidad, la energía y el corte analítico de sus dibujos juveniles. Hay que mencionar, de paso, otras febriles y curiosas actividades del maragato: fue mimo, prestidigitador, escenógrafo, animador del grupo radial OACYA (Organización, Arte, Cultura y Alegría), actor secundario en un par de películas bonaerenses, jefe de propaganda de ANCAP (donde diagramó la longeva Revista Oficial del Club ANCAP).

Por supuesto, el legado más contundente de Salguero -estas “estilizaciones”, como las definía él mismo- no nació en un vacío. Su origen se remonta al quiebre con un tipo de caricatura detallista, frondosa y virtuosa, típica del siglo XIX, y la consecuente exacerbación de algún elemento propio del género de la caricatura -la amplificación de los rasgos al borde de la deformidad, el individualismo, la distancia irónica- que servía a la agenda de los rupturistas, mediante novedosos recursos formales: dinamismo, geometrismo, reduccionismo, maquinismo (algunas de las caras dibujadas por Salguero tienen, en efecto, ecos robóticos). No extraña, en este sentido, que el Futurismo italiano sea el que más desarrolló la nueva modalidad -a menudo definida como “caricatura sintética”- ya a partir de la década de 1910 y hasta la de 1930, aunque hay cuantiosos ejemplos también entre los futuristas rusos, los centroeuropeos y los ultraístas españoles. América Latina brindó, por supuesto, diferentes versiones de la nueva tendencia; es suficiente pensar en la obra del argentino Antonio Bermúdez Franco o en la del mexicano Miguel Covarrubia (e incluso en algunas caricaturas esencialistas de Rafael Barradas), pero es cierto que, en este ámbito, la de Salguero parece ser la serie más sistemática y también la más ambiciosa, ya que se trata, al in y al cabo, de un “quién es quién” completísimo e hipermoderno de las artes rioplatenses de la época, con claro fin legitimador. En cuanto a influencias directas, se podría especular que tal vez fue el ilustrador escocés Alick PF Ritchie, con sus ridículos rostros geométricos, quien logró sugestionar al uruguayo, ya que una caricatura suya había aparecido en una edición de Las memorias del Kaiser publicada en Montevideo en 1922, pero es cierto también que la agilidad y el ingenio de Salguero superan con creces la obra del europeo.

En el Figari hay una pequeña vuelta de tuerca: la muestra, curada por Pablo Thiago Rocca y naturalmente apoyada por el Museo de San José, que custodia la mayor parte del material expuesto, exhibe, además de jugoso material documental, una treintena de arquicaricaturas. Sin embargo, no se trata de las piezas de los años 20 -con toda probabilidad perdidas para siempre- sino de reconstrucciones, vale decir, de nuevos dibujos que retoman los de antaño, hechos por el mismo Salguero seis décadas después, pocos años antes de su muerte, acaecida en 1990. Si bien varios parecen decididamente menos luidos que los juveniles, y el color (drypen azules, amarillos, naranjas) rebaja por momentos la potencia de aquellas líneas negras tan osadas en sus lacónicas manifestaciones, estos remakes hablan de una resistencia, en la memoria del artista, de necesarias pulsiones antirrealistas, y de un atrevimiento que es difícil no celebrar. Otra razón para que el relámpago arquicaricatural de Salguero, vanguardista explícito, ya forme parte de las historias del arte local, micro y macro.

Arquicaricaturas de Dardo Salguero Dela Hanty

Museo Figari (Juan Carlos Gómez 1427). Hasta el 27 de mayo.