Ganadora del premio al mejor largometraje internacional del Festival de Cinemateca Uruguaya del año pasado, Suite Armoricaine es, más que una película francesa, una película bretona, que ya desde el nombre hacer referencia a “Suite Sudamoricaine”, un canción tradicional y bastante obscena, que fue un éxito en la voz de Alan Stivell en los años 70 y se mantiene como la única canción en bretón que llegó al número uno de los charts franceses.
La trama gira alrededor de Françoise (Valérie Dréville), una profesora de historia del arte próxima a los 50 años, que luego de décadas de vivir en París regresa para dar clases en la universidad de su ciudad natal, Rennes, y se reencuentra con su pasado individual y colectivo. Como cualquiera puede deducir sin darse mucho la cabeza contra la pared -tan sólo al ver el apellido de la directora/ guionista, llamada Pascale Breton- Suite Armoricaine tiene mucho de autobiografía, algo que Breton ha reconocido en las entrevistas de promoción, pero la película se proyecta bastante más allá de lo confesional o lo nostálgico, y ha sido definida generalmente como una obra “coral”, lo cual no es una definición muy precisa. Si bien presenta una buena cantidad de personajes a los que se toma el tiempo de desarrollar bien (a veces con un par de pinceladas, pero siempre con personalidad propia), es muy discutible que se se la pueda considerar realmente coral, es decir, que ofrezca un abanico de distintas historias entrelazadas y varios personajes en similares planos de relevancia. En realidad, el eje y centro indiscutible del film es, como ya se mencionó, Françoise, y en los únicos momentos en que se aleja de ella y sus contingencias o recuerdos por medio del personaje de Ion (Kaou Langoët), un joven y problemático estudiante de geografía, hijo de una antigua amiga de Françoise convertida ahora en una drogadicta semiindigente, y que funciona en contraste con la mirada eminentemente femenina y madura de la profesora (y de la cineasta, cabe suponer). Pero la historia de Ion se fusiona -no sin algunas dificultades- con la de Françoise, quien claramente es un personaje de otra jerarquía.
El nombre de este personaje es muy simbólico -Françoise (francesa)-, y juega tanto con el apellido definitorio en lo geográfico de la directora como con la obsesión por la geografía y el lenguaje que atraviesa a muchos de sus personajes y, sobre todo, con la reivindicación emotiva, no política, de Bretaña como un territorio independiente, en lo cultural y en lo subjetivo, del resto de Francia. Una de las muchas variables de la serena crisis personal de Françoise es la contraposición de su reencuentro con esa Bretaña -cuyos paisajes naturales son mostrados por la directora con una belleza de cuento de hadas (que cabe suponer que es realmente fiel al aspecto de la campiña de los alrededores de Rennes)- y la inadaptación a la vida capitalina, formal y algo decadente de París. Y de hecho es la ciudad de Rennes, su cultura y la campiña que la rodea la que ocupa el centro narrativo, mediante el cual se van revelando Françoise y los demás personajes. Suite Armoricaine es una película extensa, dialogada y contemplativa a la vez, que propone una inmersión en su mundo, un mundo universitario y sin grandes sobresaltos, pero profundamente emotivo si se consigue hacer conexión con su ambiente personal y reconocible a la vez.
Del pospunk al barroco
Hace poco, reseñando El porvenir (Mia Hansen-Løve, 2016) -una película con la que muchos han encontrado varios puntos en común con Suite Armoricaine-, Agustín Acevedo Kanopa decía en estas páginas que hay una diferencia notoria entre la superficialidad de los personajes intelectuales del cine de Hollywood, a quienes se define y presenta, al estilo de las películas de Woody Allen, como “intelectuales” simplemente por su forma de vestir, por tener libros o afiches de películas de autor en su casa y usar lentes, en contraposición con los personajes análogos del cine europeo, cuyos intereses, forma de hablar y dilemas existenciales están impregnados por su condición de intelectuales. Así, los antiguos punks devenidos intelectuales de Suite Armoricaine son personajes fuertemente identificados con su tiempo y su cultura (tanto a nivel individual como generacional), y eso determina toda su actitud ante el mundo y pauta sus relaciones personales: cuando Françoise da sus clases de historia del arte sobre la obra del pintor Nicolas Poussin y sus visiones de la Arcadia, no hay por qué saber gran cosa sobre pintura barroca para establecer el paralelismo entre la simbología de Poussin y las propias búsquedas de la profesora (no es difícil, entre otros motivos, porque ella misma explica la simbología en cuestión mientras dicta clase), pero en ningún momento parece que se tratara simplemente de introducir un nombre y una referencia para dar “color” de alta cultura, sino que se trata de un un abordaje intenso (aunque lógicamente breve) a un universo pictórico. En otro plano, cuando nos vamos enterando de que Françoise y sus amigos eran en su juventud parte de la escena del pospunk de principios de los años 80, las referencias no se quedan en algún flashback donde se ve a los personajes, 25 o 30 años atrás (interpretados por otros actores) con peinados, maquillaje y ropa de la época. Cuando la profesora se reúne con una de sus antiguas amigas a beber vino y conversar sobre tiempos pasados, en un rapto algo ebrio de nostalgia se ponen a bailar una de sus canciones favoritas de antaño, que no es una elección obvia “de época” (digamos, alguna canción de The Clash o The Cure), sino el clásico oscuro de la no wave “Contort Yourself”, de James Chance & the Contortions, es decir, uno de esos temas que sólo elegiría gente que realmente estuvo interiorizada en la música disidente de aquel tiempo.
Esto -y otras referencias a la cultura joven de comienzos de los 80- puede parecer un detalle, o una apelación a la nostalgia epidérmica para dar un trasfondo más o menos verosímil, pero la tendencia a lo autodestructivo y al nihilismo que eran características propias del pospunk (un movimiento mucho más intelectual y menos adolescente que el punk propiamente dicho) son elementos que impregnan la madurez de estos antiguos bohemios, ahora de algún modo integrados en la sociedad o desintegrados por ella. Suite Armoricaine es en cierta forma una película sobre la llegada a la mediana edad de una generación que nunca se había imaginado que iba a envejecer.
Pero a pesar de todas sus singularidades generacionales y culturales, se trata de una obra profundamente comunicativa, que alterna momentos descarnados y de una honestidad brutal a lo Mike Leigh con el simple amor por la naturaleza, la música y el arte, sin nunca caer en la pedantería y apoyándose en una actuación contenida pero de enorme calidez a cargo de Valérie Dréville, que transforma lo que podría ser una pintura desesperanzada en una reflexión sobre la posibilidad de reinventarse mediante el reencuentro con lo más íntimo de la historia personal y las raíces propias. Suite Armoricaine es una película sobre el reencuentro mediante el contacto; el contacto entre personas distintas o alejadas por el tiempo, el contacto con una comunidad, un lenguaje y una historia, el contacto con la naturaleza y, sobre todo, el contacto con la suma de todo eso, que es uno mismo y el lugar humano y geográfico que lo define. Una película bellísima, que conmueve sin avisar, casi sin que se note, y que presenta al mundo a una Bretaña emocional, desconocida, céltica y extrañamente familiar para cualquiera que conozca cómo funciona ese tipo de vínculos.
Suite Armoricaine
Dirigida por Pascale Breton. Francia. 2015. Con Valérie Dréville, Kaou Langoët y Laurent Sauvage.