“Quiso tirarse bajo el vagón, pero le fue difícil desprenderse de la cartera, cuyas asas se le enredaron en la mano, impidiéndole ejecutar su idea con aquel vagón. Tuvo que esperar el siguiente. [...] Y en el preciso instante en que ante ella pasaban las ruedas delanteras, Ana lanzó lejos de sí su cartera y, encogiendo la cabeza entre los hombros, se tiró bajo el vagón”. Así, en lo que sigue siendo, quizá, el más famoso suicidio de la literatura mundial, el de Ana Karenina, León Tolstói inserta el detalle de la cartera como último atasco (o, al revés, la última posibilidad de salvación, no aprovechada) y, en cierto sentido, como metáfora del mismo personaje, ya que antes de tirarse, tira el “saquito de viaje” (así se ha traducido al español, en ocasiones, “la cartera de Ana”). Se concentra en esta poderosa escena una relación medular, no exenta de ambigüedades, entre mujeres y carteras, que ha marcado a fuego el último siglo y medio, desde que las carteras y los bolsos se han convertido, casi exclusivamente, en accesorio femenino, dejando a los hombres con las más prosaicas (y no menos cargadas alegóricamente) billeteras.

En el Espacio Cultural del Banco República del Palacio Heber-Jackson sigue hasta fin de mes, justamente, una muestra que ahonda en la historia de ese objeto y de sus contenidos, focalizándose en su uso local. La muestra cuenta con un importante número de piezas, una distribución y exposición correctas, una antología de fotos de antaño, aunque resulta un poco confusa la relación entre cartelitos y objetos expuestos, que, al faltar referencias directas, a veces no son de fácil identificación. No obstante, las vitrinas y las carteras colgantes -divididas, con algún desfasaje, cronológicamente desde finales del siglo XIX hasta nuestros días- logran sumergir al espectador en lo que se presenta, abiertamente, como un verdadero micromundo, reproducción portátil de elementos pertenecientes al día a día, en una especie de casa al alcance de las manos. Claro está, y la muestra con su rica variedad de estilos, materiales, formas y dimensiones lo reitera, que la cartera no ha sido nunca un simple contenedor, sino que ha representado, en su faceta estética, la intención de proyección de la personalidad de quien la llevaba (y lleva), o más bien de su grupo de pertenencia y estrato social.

Un poco menos obvio que la evidente ecuación cartera de lujo = mujer rica, cartera esencial = mujer pobre, se aprende así que, en principio (digamos, desde el siglo XIX), cuánto más chica era la cartera, más high class y generosa su poseedora, dado que su función principal era contener el dinero para dar al mendigo (y de ahí todo un género de carteras y un nombre que perduró: las limosneras) y que la variedad del contenido, sobre todo hasta los años 30, contaba con ítems dignos de una Wunderkammer.

Se pueden admirar, además de los más comunes pero igualmente asombrosos carnés de baile, verdaderas joyas, como un minúsculo escritorio completo con tinterito y papel secante o un sofisticado miniventilador mecánico. Varios campos de la existencia espiritual y material se alojaban en los pliegues de las carteras: la religión -impresionante cantidad de misales extra-small, rosarios pequeñísimos, figuritas escultóricas de la Virgen y de los santos; la diversión -una insólita ruleta con alfombrita de números, varios binoculitos para teatro-; el business con sus duras reglas -pequeñas pistolas para la defensa personal, una de ellas de la fraybentina Blanca Rueda de Fresco, propietaria de Blanca Modas, que la llevaba en sus frecuentes viajes en diligencia-.

En cuanto a lo exterior, es espinoso destacar alguna pieza, dada la cantidad y heterogeneidad, aunque vale la pena mencionar las que utilizaban la chicas del vareliano Internado Normal de Señoritas, fundado en 1882, para las clases de costura, y un modelo circular que imita un planeta, con anillo incluido, sin fecha, pero que no extrañaría que coincidiera con la carrera espacial en la que se enfrentaron Estados Unidos y la Unión Soviética a partir de la década de 1950.

Al claro intento pedagógico de la muestra se le agregó un costado creativo. En una sala contigua a la principal, la artista Alejandra González Soca, siguiendo un método de trabajo ya aplicado en otras instalaciones, reunió un centenar de carteras que le prestaron sus dueñas, junto a las historias conexas. Habitadas -ese es el título de la intervención- crea circuitos entre las carteras colgadas del techo y sus vivencias recolectadas en un fichero, magnificando el costado político de un objeto que es, en primera instancia, mercadería, y mercadería fuertemente simbólica, pero también mero instrumento de cotidianidad. El clima general de nuestros días es, sin embargo, el de un mercado que la empuja como sinónimo de extrema futilidad y exhibición de estatus: según los expertos en moda, se ha vuelto el accesorio más importante y con un ciclo vital más efímero, en pos de una producción totalmente saturada y convulsiva, cuya cúspide sea probablemente -y con ribetes chocantemente tautológicos- la frankensteiniana Louis Vuitton Tribute Patchwork Bag, literalmente hecha de pedazos de otras carteras, cuyos 24 ejemplares se vendieron pese a su costo delirante de 42.000 dólares.

Con su relato histórico, Contigo toda la vida marcha, contra la tendencia del mercado hacia un recambio permanente y desatinado: los objetos-carteras recobran su identidad de “fragmentos del pasado”, como diría Walter Benjamin, que deberían operar en el presente, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de fragmentos de vida de mujeres, en general obnubiladas por una concepción de la historia todavía de corte hegemónicamente masculino. Totalmente innecesaria, e incluso irritante, resulta, por ende, otra sala, un poco alejada del núcleo de la exposición, en la que se mezclan fotos de un taller de fotografía (se supone que fueron sacadas por alumnos), una vitrina con carteras artesanales y tarjetas de los fabricantes, para favorecer posibles ventas, y una computadora que tendría que usar el público para escribir sobre sus propias carteras, desoladoramente apagada.

Contigo toda la vida

Espacio Cultural de la Fundación Banco República (18 de Julio 998). Hasta el 28 de abril.