Las primeras décadas del siglo XXI parecen perfilarse en el mundo del entretenimiento como la era de los superhéroes: estos personajes se han convertido en el mayor atractivo de la industria audiovisual, que encontró en los efectos visuales digitales el secreto para reproducir el espectacular mundo de las viñetas de hazañas sobrehumanas. Pero la popularidad de los superhéroes y su presencia hegemónica como el principal producto cultural de la globalización volvió a ubicarlos -como en los tiempos del Para leer al Pato Donald (1972), del chileno Ariel Dorfman- como eje de discusión acerca de los valores promovidos por la idealización de seres humanos excepcionales. Sólo que, en vez de la resistencia a los contenidos latentes en esos cómics, surgió -con apoyo en las libertades temáticas conquistadas por el género desde los años 80, cuando buena parte de la producción de las editoriales Marvel y (especialmente) DC se orientó hacia un público más adulto- la visión de las historietas, películas y series televisivas sobre superhéroes como una especie de campo de batalla gramsciano, en el que las diferentes características de estos personajes excepcionales eran la metáfora perfecta del abanico de singularidades e identidades, juveniles o no tanto, en la sociedad.

Así, en la actual década se comenzó a reclamar no sólo que ese simbolismo latente se hiciera más explícito, sino también que las historias de superhéroes tomaran un rol activo en la difusión de valores de inclusión, y que sus personajes representativos de la diversidad pasaran de una cuota lateral al primer plano. En esa línea, las adaptaciones cinematográficas o televisivas -de consumo más amplio que el cómic- se volvieron centro de frecuentes discusiones acerca de sus contenidos, o de sus contenidos posibles, y se hizo casi obligatorio el planteo de que cualquier narrativa sobre combates entre héroes y villanos superpoderosos tenía menos que ver con la fantasía que con la realidad cotidiana. El mundo de los grandes multimedios de superhéroes respondió a estas inquietudes y exigencias, pero fue notoriamente Marvel la empresa que -en sus historietas; en lo audiovisual permaneció más fiel a los modelos originales- hizo lo que puede considerarse una revolución de jerarquías, en la que temblaron las raíces de personajes que habían demorado medio siglo en establecerse.

El impulso

Que Marvel se haya orientado en esa dirección no sorprende. Al fin y al cabo, entre los motivos de legítimo orgullo de esa firma está haber sido la primera en popularizar en Occidente a un superhéroe de historietas negro y africano (Black Panther, creado en 1966), a uno asiático (Shang-Chi, creado en 1973) y a uno gay (Northstar, creado en 1979 y sacado del closet en 1992). Pero el impacto de la cultura de la diversidad actual fue más profundo: no implicó la mera creación de nuevos personajes o la adaptación de aquellos más susceptibles de cambio, sino que también afectó drásticamente a su plana mayor tradicional de superhéroes.

Si algo hay que reconocerle a Marvel es que -por deseo de publicidad instantánea o auténtica convicción- no le gusta hacer las cosas a medias. Cuando tomó el rumbo mencionado en los últimos años, las apuestas fueron altas y los riesgos asumidos, muchos: casi todos sus principales superhéroes fueron involucrados en el giro hacia lo diverso. En versiones temporales, alternativas u oficiales, el Capitán América se volvió afroestadounidense y un héroe de los derechos civiles; el Hombre Araña dejó de ser el blanco y tradicionalmente neoyorquino Peter Parker, para ser encarnado por el mitad afroestadounidense y mitad latino Miles Morales; la nueva Miss Marvel (un personaje que originalmente había sido masculino, en la primera versión del Capitán Marvel) se convirtió en una adolescente musulmana de origen paquistaní llamada Kamala Khan; y el dios escandinavo convertido en superhéroe que responde al nombre de Thor pasó a habitar el cuerpo de una mujer afectada de cáncer de mama. En algunas líneas argumentales, Wolverine murió y fue reemplazado por su hija genética, hay una versión femenina y negra de Iron Man, Hawkeye también ha sido relevado por una mujer e incluso hay una formación íntegramente femenina de Los Vengadores. Tal vez la mayor muestra de las inclinaciones simbólicas de la casa sea el personaje de la nueva Miss America, con su cómic propio (América) desde comienzos de este año, que -en lo que puede considerarse un gesto de disconformidad con el nuevo gobierno estadounidense- es una latina de piel oscura, lesbiana y llamada America Chávez.

Tantas buenas intenciones no fueron, al parecer, suficientes para satisfacer del todo a los críticos progresistas, que les reclaman a estos personajes modélicos y a la multinacional que controla sus hilos un mayor compromiso sociopolítico, y se indignan por supuestas y persistentes apropiaciones culturales, como que el héroe de las artes marciales Iron Fist sea un rubio de origen millonario y no un oriental (el personaje original ya era rubio cuando fue creado, hace más de 40 años, pero ahora eso parece haberse vuelto un problema). Y a la vez, algunas señales indican que Marvel, al atender por lo menos parcialmente ese tipo de demandas, puede haber descuidado a su base original de clientes y fans, que al parecer son más conservadores que lo que les gustaría admitir.

El freno

La sinergia con las popularísimas películas basadas en los personajes de Marvel relanzó las ventas de sus cómics a nivel mundial, llevando la cantidad de títulos de la editorial a un número básicamente imposible de seguir incluso por los completistas, pero las cifras de ventas a partir de 2015 sufrieron una caída en picada. Este dato podría indicar simplemente el final de una bonanza para las historietas en general; sin embargo, no afectó a la eterna competencia, DC, mientras que la proliferación de “eventos” (líneas argumentales que atraviesan todo el universo “oficial” de Marvel) y giros estruendosos mantenía una alta visibilidad de la editorial, y sus portavoces anunciaban pomposamente un cambio tras otro.

David Gabriel, vicepresidente de ventas de Marvel, quebró el discurso optimista oficial en una entrevista para la revista ICv2, al admitir que, luego de la reformulación mencionada (bautizada como proyecto All New All Different -todo nuevo, todo diferente-) los vendedores minoristas informaron que “la gente no quería más diversidad. No quería que salieran más personajes femeninos”.

“No sé si es realmente verdad, pero es lo que vemos en las ventas. Lo vimos en las ventas de cualquier personaje que fuera diverso, de cualquier personaje que fuera nuevo, de nuestros personajes femeninos, de cualquiera que no fuera un personaje central de Marvel: la gente les estaba dando la espalda. Eso fue difícil para nosotros, porque teníamos un montón de ideas frescas, nuevas y excitantes que estábamos probando, y nada de lo nuevo realmente funcionaba”. La respuesta de algunos medios progresistas fue inmediata: le recriminaron a Gabriel que les echara la culpa a las buenas intenciones inclusivas, cuando al mismo tiempo había muchas historias con personajes más tradicionales -varones blancos y heterosexuales- a las que tampoco les iba bien, y sostuvieron que el problema era haber multiplicado y entreverado demasiado las numerosas series y tramas argumentales, al tiempo que, como un viejo teleteatro desbocado, se adoptaban los giros más absurdos en las historias de sus personajes -como hacer del Capitán América un agente secreto de la maligna organización Hydra-, que ofendían los pactos de identificación con los lectores.

Entre la avalancha de críticas, la revista especializada en cómics Cbr publicó un estudio de cifras que demostraba que la caída de ventas de Marvel es general y no se puede atribuir a la “diversidad”, sino a las otras falencias mencionadas. Sin embargo, es posible que la verdad esté en algún lugar intermedio, que emerge en los comentarios de las notas sobre este declive, o en centenares de cortos de protesta en Youtube, porque el mundo de los amantes del cómic no es particularmente prejuicioso o reaccionario, pero sí conservador en relación con sus personajes y su identidad básica, y aunque muchos críticos -que a menudo no forman parte de ese mundo- vivan elogiando las iniciativas integradoras de Marvel, la verdad es que buena parte de los fans más fieles vieron con poca simpatía que, por ejemplo, el sobrenatural vikingo que sigue respondiendo al nombre masculino de Thor sea ahora una mujer con personalidad y problemas totalmente distintos de los del personaje clásico. La protesta de los fans rara vez ha tenido matices racistas o misóginos, sino que parece sobre todo motivada por la alteración del pacto de consumo entre la editorial y los compradores de revistas. Estos se quejan con frecuencia de que el problema no es cómo son o lo que hacen ahora sus héroes, sino que han cambiado tanto que parecen no estar.

Gabriel salió a aclarar sus declaraciones, y a pedir las disculpas casi obligatorias en estos días, asegurando que en realidad los cómics de los personajes que son los mayores emblemas de la diversidad, como Miss Marvel o Black Panther, mantenían buenas ventas, y que se seguiría apostando a una oferta variada. Con objetivos esencialmente económicos, Marvel ha tenido desde siempre una sutil mano puesta en el pulso de los cambios sociales para mantener un factor de identificación con el mundo real, al que sus historietas ofrecían alternativas y variaciones fantásticas, pero es evidente que en la cúpula directiva de la empresa se teme que tomar de la mano a determinadas causas implique atarse demasiado a ellas, incluso en contra de los intereses de la editorial. Poco después de que Gabriel hiciera sus polémicas declaraciones sobre el rechazo de compradores y vendedores minoristas al énfasis en la diversidad, el editor en jefe de Marvel, Axel Alonso, dijo: “Ha habido una enorme discusión sobre inclusión y política... Pero Marvel no es sobre política. Estamos contando historias sobre el mundo”. Algo que Alonso debería considerar que es inviable sin meterse, de un modo u otro, en un mundo político que quiere declararle la guerra a cualquier clase de escapismo, incluyendo el de las fantasías sobre humanos imposibles.