La Mayor es una cyborg: su cerebro humano habita un cuerpo cibernético superpoderoso. Por algún motivo, cada vez que sale a dar pelea se saca la ropa, algo que será bienvenido por cualquiera con un mínimo de voyeurismo, dado que el rol es interpretado por Scarlett Johansson, aunque se trata de un cuerpo medio plástico, sin genitales ni pezones. La acción se desarrolla unas pocas décadas adelante en el futuro, en una megalópolis no especificada. La Mayor integra Sección 9, una fuerza de elite dedicada a combatir el terrorismo, pero poco a poco se da cuenta de que el gran villano es la empresa de robótica que creó su cuerpo.

La película está basada en una serie de mangas (historietas) de Masamune Shirow editados a partir de 1989, y sobre todo en un anime (dibujo animado) de 1995, lanzado aquí por Cinemateca en enero de este año con su título en inglés Ghost in the Shell, uno de los grandes exponentes del género. Los problemas que entraña toda adaptación están, por lo tanto, multiplicados en este proyecto, que implicó condensar distintas historias, trasladar al cine con actores lo que era dibujado, producir en Estados Unidos creaciones japonesas, plasmar en un blockbuster obras realizadas con medios mucho más modestos, y tratar de refrescar en 2017 la sensibilidad cyberpunk que era novedosa en los 80 y los 90.

Obviamente, fue complicado y el guion pasó por seis o siete manos distintas (sólo tres de los escritores figuran en los créditos). La franquicia conocida en Occidente como Ghost in the Shell atrae, fuera de Japón, sobre todo a un perfil de nerds consumidores de animes y mangas: para los demás, esta será sólo una película de ciencia ficción en la que Scarlett Johansson usa su cuerpo escultural para patear a decenas de villanos. Esos espectadores primerizos debían ser la mayoría del público si se quería recuperar el presupuesto multimillonario y ganar plata, y hubo que cuidar muy especialmente la posibilidad de que fuera liberada para mayores de 13, así que el original fue simplificado y lavado. Los nerds van a despreciar la simplificación, y para los otros, las referencias al anime resultarán superfluas e innecesariamente confusas. Un proyecto mal parido.

El resultado es una de esas películas en las que la historia corre en forma tan precipitada que no hay involucramiento: si la música es triunfal, quiere decir que el que murió estuvo bien matado, si es dramática y triste, entonces qué lástima, murió uno de los buenos. El anime original se detiene para que los personajes discutan la naturaleza de la vida, de la individualidad y de la evolución, en términos escuetos pero serios. Aquí esas reflexiones están reemplazadas por un mero aire kitsch de “se están tratando temas profundos”, pero los personajes no dicen sino bobadas maniqueas sobre los males de la tecnología cuando se abusa de ella (el consabido complejo de Frankenstein), o para enseñarnos que las grandes corporaciones son villanos a los que resisten unos pocos individuos heroicos (entre ellos uno al que Michael Pitt le da un insoportable aire de adolescente en crisis).

Aunque hay varias secuencias que son traslaciones plano a plano de momentos emblemáticos del anime de 1995, el concepto visual general es muy distinto: saturado de objetos y colores, hace pensar en una tienda china de artículos baratos para turistas. El esfuerzo y el gasto fueron tremendos, pero se habría requerido quizá el doble para lograr la definición visual necesaria en esos ambientes recargados de detalles. Así que al gusto dudoso de ese diseño colorinche se suma una realización que, para los estándares hollywoodenses, es de segunda clase.

Es deprimente ver a actrices como Juliette Binoche y la propia Johansson desperdiciadas en ese tipo de roles. Aun más deprimente es que Hollywood venga comprando “héroes de acción” asiáticos para hacer unos papelitos chotos en films protagonizados por yanquis que tienen menos gracia que ellos, vaciando así de talentos y de estrellas el cine de acción asiático, que venía siendo el mejor del mundo. Aquí Takeshi Kitano cumple el rol de Aramaki, el comandante de Sección 9. Su autoridad no implica amenaza física (en los dibujos, es un viejo flaquito y petiso). Pero de repente, para justificar la presencia del actor, el veterano incorpora sin previa explicación la persona “Kitano”, evade en forma híper ágil un ataque masivo de ametralladoras y liquida con tiros certeros a un montón de enemigos. Cuando mata al último de ellos en una pileta, tenemos una de las metáforas más fálicas que haya visto para un disparo eficaz: Kitano de espaldas, bloqueando la imagen del adversario tumbado, la pistola enorme en la mano y espesos chorros de agua hacia los costados a la altura de su bajo vientre.

La controversia

La ciudad que ambienta la acción es una mezcla de Hong-Kong y Tokio, con carteles en japonés, chino, coreano e inglés. Aramaki es el único personaje que habla japonés; los demás, asiáticos o no, hablan inglés. Los asiáticos son minoría entre un contingente de personas de rasgos nórdicos, maoríes y mulatos. En los hechos, los actores principales de la película proceden de Estados Unidos, Japón, Dinamarca, Singapur, Francia, Inglaterra, Australia y Malasia. Persiste una intensa controversia por la elección de Scarlett Johansson para el rol de la Mayor, un personaje con el cerebro de una japonesa: varios críticos sostienen que correspondía elegir a una persona de facciones asiáticas. El problema es mucho más profundo, y empieza con la renuencia de la aplastante mayoría del público estadounidense a ver películas que no contengan rostros familiares; esto, agravado por una cuota de racismo, determina que no haya en la actualidad una sola superestrella asiática en Hollywood.

En este caso, sin embargo, plantear la “raza” de un robot es avanzar a un nivel aun más absurdo en el componente racista inherente a mucha política identitaria. Además, el asunto es especialmente complejo en Japón. Tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, ese país prácticamente empezó su recuperación económica gracias a su industria de juguetes, y entre estos se destacaban muñecos que siempre estaban dotados de facciones “blanqueadas”, con ojos grandes y redondos, previendo el rechazo que tendrían las facciones asiáticas en el mercado occidental condicionado por Pearl Harbor, pero también como síntoma de un complejo con respecto a Occidente, que ya se podía apreciar hacia 1935 en los influyentes dibujos de moda de Jun’ichi Nakahara (aparentemente el introductor de los ojazos redondos) y que se acentuó con la derrota. El dibujante Osamu Tezuka fue quizá pionero en trasladar esa apariencia, exagerada, a un personaje de historietas: su “Astroboy”, lanzado en 1952, se llama en japonés Tetsuan Atomu (“átomo poderoso”), en alusión a la energía de la que el propio Japón fue víctima. Ese visual permanece como cliché estilístico de mangas y animes, y uno tiende a pensar que es una apariencia “japonesa”, pero fue pensada como “blanca”.

La alternativa de poner a una actriz con facciones asiáticas tenía también ribetes cuestionables: habría sido muy paternalista tratar de enseñar a los japoneses, desde Hollywood, a valorizarse a sí mismos, y omitir en la película el componente de blanqueamiento profundamente arraigado en una de sus vetas culturales más prósperas e influyentes habría sido poco fiel al original. Mucho más alevosa es la traición de esta película a la inteligencia y a la sutileza de ese original, y esto sí se podría haber tomado como un insulto. Pero quienes desataron esta polémica parecen preocuparse mucho más por el aspecto de la Mayor que por su cerebro.

La vigilante del futuro (Ghost in the Shell)

Dirigida por Rupert Sanders. Estados Unidos, 2016. Con Scarlett Johansson, Juliette Binoche, Pilou Asbæk. Grupocine Ejido y Punta Carretas; Life Cinemas Costa Urbana; Movie Montevideo, Nuevocentro y Portones; shoppings de Colonia, Paysandú, Punta del Este, Rivera y Salto.