Mientras cocina una pasta con brócoli en su casa de Villa Crespo, el cantautor y guitarrista argentino Juan Quintero recibe la llamada de la diaria para conversar sobre su reconocida trayectoria. Desde 1999 ha conquistado a la crítica y a importantes referentes del medio: ese año creó el Aca Seca Trío junto con Andrés Beeuwsaert y Mariano Cantero, y de inmediato se los reconoció como un símbolo del nuevo folclore argentino; desde entonces, desarrolló en paralelo un proyecto junto a Luna Monti, con quien ya lleva cinco discos editados, recibió diversos premios, compartió escenario con artistas como Mercedes Sosa, Liliana Herrero y Jorge Fandermole, y sus composiciones fueron interpretadas por Carlos Aguirre, Juan Falú y Pedro Aznar, entre muchos otros. Mañana a las 21.00, el tucumano volverá a Montevideo, esta vez para presentarse en el Auditorio del SODRE, en un peculiar formato de Música de la Tierra que cruza el atractivo encuentro de un concierto y una charla.

–Naciste en Tucumán, tus padres cantaban en un coro, y compartían guitarreadas con gente como Juan Falú. ¿Cómo eran esas ruedas, esos encuentros?

-Ellos cantaban juntos desde la época de la adolescencia, cuando se conocieron. En aquel momento, para mí Juan era uno más. Después empecé, un poco, a tomar la dimensión de lo que era, escuchando discos, pero entonces él era un amigo más de la casa, aunque fuera un personaje muy maravilloso. Esa fue mi primera escuela, de un modo muy natural pero también como ritual. Y eso era muy importante.

–¿Qué pasó entre esa época y los 14, cuando empezaste a tocar la guitarra?

-Era parte del grupo de los chicos, jugábamos entre nosotros mientras todo sucedía. Y de más chicos nos dejaban en un sillón, o en la pieza de al lado. En épocas más seguras, hasta me acuerdo de haberme dormido en el auto. También tengo el recuerdo de jugar entre las mesas, haciendo payasadas, bailando; fuimos creciendo y la clientela infantil se fue renovando.

–Después te decidiste por la dirección coral.

-Sí, me fui a La Plata a estudiar la carrera en sí, y tampoco hubo mucha reflexión. Bueno, ahora que lo pienso, no, porque yo canté en coros toda mi vida. Lo que pasa es que, habiendo cantado en coros, y después de haberme recibido de director coral, nunca dirigí un coro. Entonces, es un tanto contradictorio. Digamos que se me dio, nomás. Después me decidí a tocar con los Aca Seca.

–¿Cómo se produjo el encuentro?

-Éramos compañeros de la facultad. Cada tanto, entre los estudiantes se armaban espectáculos con el objetivo de juntar plata para ir a un encuentro de músicos que se hacía en Resistencia, en el Chaco. En uno de esos espectáculos coincidimos los tres, tocamos, y dijimos: “¿Y si nos juntamos la próxima?”. Y así, despacito, estuvimos durante un año sin grabar, sin saber que éramos un grupo, sólo encontrándonos para ensayar; no había nada en vista, ni siquiera conciertos. Y estuvo bueno eso de hacerlo porque sí. Después bueno, tocamos, fue muy libre, y se empezó a conformar algo que nos iba llevando. Fue creciendo, el reconocimiento era muy lindo, y ahí nos prendimos fuego con salir a tocar.

–Leí que el primer demo de ustedes fue elogiado por músicos como Luis Alberto Spinetta, Aznar y Egberto Gismonti. ¿Cómo se dio esa difusión?

-A Spinetta no sé cómo le llegó, che. A Gismonti creo que el Andrés se lo mandó, pero creo. Ese primer demo de Aca Seca tuvo una cosa así, muy linda, porque muchos músicos se lo pasaron. Una vez Spinetta lo llamó al Andrés, y me acuerdo que estábamos en un ensayo. Cuando atendió, le dijo que era Spinetta y él se le cagaba de risa: “Sí, Spinetta habla...”. Y el otro le decía: “Sí, soy Spinetta”. Fue un momento buenísimo. Y llamó porque le había llegado un casete. Esto nos fue empujando, nos fue llevando, sobre todo ese acompañamiento de tipos que admirábamos mucho. Nos lanzamos empujados por esa energía.

–¿Cómo dialoga Aca Seca con otros proyectos paralelos, como el que tienen con Luna Monti?

-Es que, a esta altura, somos familia. Hay años en los que casi no tocamos, porque tenemos muchos viajes y no coincidimos: cuando uno está acá, otro está afuera. Pero tenemos la certeza de que estamos juntos, y tranquilidad para decir “en este momento no tocamos”. Cada uno va haciendo sus experiencias. Por ejemplo, ahora el Andrés se va a tocar en una gira con [Gustavo] Santaolalla. También es esa libertad lo que nos mantiene juntos. Es como uno aprende, porque tanto tiempo con una misma experiencia te vuelve autorreferencial.

–¿Cómo es tu vínculo con la música uruguaya? Has versionado a Eduardo Mateo, Jaime Roos y Fernando Cabrera, te cruzaste con los Fattoruso.

-Sí. Aunque la única canción que yo siento versión-versión es una que hice con Luna Monti de Hugo Fattoruso [“Conmigo”]. En todo lo demás siento que sólo me arrimé un poquito a las canciones, como si todavía fuera un juego, o un juego de acercamiento. Las disfruto mucho, pero por ahora siento que ese es el vínculo. Y son canciones que a mí me gustan mucho; la música uruguaya es muy fresca. No como acá, que son más cerebrales. Ahí hay algo que aprender.

–¿En qué sentido son más frescas?

-Son más del cuerpo. También están, por supuesto, las de esas cabezotas de Cabrera o [Leo] Maslíah, a las que se les nota la arquitectura. A los uruguayos los descubrí tarde, como a [Jorge] Lazarof, por textos de Coriún Aharonián que son maravillosos; a las palabras de Coriún siempre hay que estar atentos. Jaime fue el que me entró primero, en la época de la facultad. Antes no conocía nada.

–Hace un tiempo dijiste que estabas cada vez más lejos del jazz, de la bossa nova y del punk. ¿A qué te referías?

-A que no tengo el ejercicio ni la habilidad para disfrutar de una situación de zapada. Es otro tipo de rol, y yo no sé mucho de la improvisación, del solo. Me gusta pautar las cosas. Es en ese sentido. Y te lo digo de la bossa nova como del tango. Hablo de esas músicas que tomaron un carácter comercial muy fuerte. Pero bueno, siempre hay reinterpretaciones detrás de eso. Digo esto y justo ayer estuve ensayando, se armó una sesión de bossa nova, y me maté de risa.

–Escuchándote se pueden identificar formas como la milonga, el jazz o la zamba.

-Son materiales, instrumentos, y dialogan, como las personas. Hay veces que uno inventa un mapa, pero muchas veces la música cambia, o yo siento que mi música cambia con respecto a las personas que conozco, a los viajes que hice. Se abrió una nueva etapa en mi vida junto a gente como [el chaqueño] Coqui Ortiz, con la que se me abrió una puerta al litoral, y en un punto hice propio eso. Así me parece que va sucediendo, aunque uno siempre tiene una impronta, una cuestión que es propia y que viene de la infancia...

–En ese sentido, ¿coincidís con el planteo de Falú de que el folclore es uno de los géneros en los que hay mayor innovación?

-No sé, la verdad. Juan tiene una visión más amplia. Yo siempre estoy atento a sus palabras, pero la verdad es que en ese punto no estoy seguro, porque hay folclores y folclores: un grupo de gente está ávida, permeable, y hay otro grupo que es un quiosco cerradísimo; entonces, teniendo en cuenta esa diversidad, no haría una afirmación así. Yo sé a qué folclore se refiere Juan, y esa es una expresión que a mí me goza. Además de que, justamente, Juan es un generador de eso, de espacios en los que se estudia, en los que se intercambia y se trabaja duramente. Pero no le atribuiría la innovación sólo a esto.

–Siguiendo con los referentes de Música de la Tierra, en 2013 Chango Spasiuk nos decía: “Uno trata de crear su propio mundo sonoro y de expresar su perspectiva de las cosas”, y el año pasado Renato Borghetti comentaba, acerca de esa frase, que él tiene “un compromiso con el origen de la música”. ¿Cómo lo vivís vos?

-El punto de cuál es el origen es muy complejo, y nosotros tenemos atrás una madeja enorme. Me parece que en todo caso ir a las fuentes es ir a eso, a las guitarreadas, a la cosa más silvestre, más despojada de todas las cuestiones de escenario y de intercambio monetario. Mi búsqueda del origen sería esa. No una cuestión de raíces, porque se mezcla un montón de cosas, y al final es todo un patrimonio el que tenemos. Hay un montón de canciones hermosas que por ahí no son las propias, y quizá no tengo demasiado vínculo con mucha de la música que me emociona; por ejemplo, no tengo nada que ver con el Chacho Müller [1929-2000, considerado el creador de la “canción del litoral”]. Para mí la cosa va más a la situación primaria de cantar o tocar sin que nadie te lo pida. Sólo porque tiene que ser. Esa es la búsqueda que más me interesa.