No muy conocido fuera de Estados Unidos, el escritor James Baldwin (1924-1987) fue una figura esencial, como ensayista e intelectual comprometido, en el movimiento por los derechos civiles y la lucha contra el racismo en los años 60. Mientras Martin Luther King y Malcolm X encarnaban dos distintas alas políticas de la militancia y el activismo negros, Baldwin les daba forma estética a estos discursos, articulándolos desde una perspectiva más literaria y específicamente relacionada con la cultura. Pero si bien compartía con King y X la negritud y la preocupación por la igualdad, también enfrentaba sus propios problemas de discriminación dentro de ese movimiento, ya que no sólo no era adepto a ninguna religión -a diferencia de los dos líderes antes mencionados, que contaban con el apoyo de sus comunidades espirituales-, sino que además se movía con comodidad en un ambiente intelectual y artístico compuesto principalmente por blancos, entre quienes tenía a muchos de sus mejores amigos, y -lo que era mucho peor para algunos- era homosexual.

Baldwin no sólo fue rechazado por el establishment racista de la derecha blanca, sino también estigmatizado por la izquierda negra (Eldridge Cleaver, el fundador del partido Panteras Negras, le dedicó un capítulo lleno de odio en su libro clásico Soul on Ice, y Luther King se distanció de él cuando se hizo demasiado conocida su orientación sexual), y aún hoy -a 30 años de su muerte por un cáncer de estómago- se le suele criticar con dureza por sus amistades blancas de Hollywood, por haber vivido buena parte de su vida en París y por no haber sido muy vehemente en su defensa de la identidad gay. Evidentemente, hay luchas en las que no se puede ganar, empatar o perder con elegancia.

Pero si su lugar como activista no ha sido siempre reivindicado, sus textos se han vuelto de lectura obligatoria en Estados Unidos, y no sólo dentro de la comunidad negra. Apasionada, confesional y de una elaborada expresividad, la obra de Baldwin bien puede colocarse en el mismo estante que las de Norman Mailer, Truman Capote y otros escritores que tantearon los márgenes sociales en los movidos años 60. Y en su condición de testigo privilegiado -discriminado pero central al fin- fue que Baldwin decidió, a fines de los 70, escribir un libro que trataría sobre los tres grandes mártires negros víctimas del racismo, King, X y Medgar Evers -un activista de la esencial organización de derechos civiles NAACP (siglas en inglés de Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color, un nombre que delata su antigüedad), asesinado en 1963 por un integrante del Ku Klux Klan-, a quienes había conocido y tratado con cierta frecuencia. No llegó a escribir más de 30 páginas de ese proyecto, pero fue a partir de ellas que el director haitiano Raoul Peck elaboró el documental I Am Not Your Negro, que, más que una obra biográfica sobre Baldwin, es una reflexión sobre las relaciones raciales contemporáneas en Estados Unidos.

En dos tiempos

Las cinco nominaciones al Oscar a mejor documental de este año fueron muy representativas de los intereses temáticos actuales de Hollywood, y, por transitiva, de las preocupaciones sociales del Estados Unidos de Donald Trump: cuatro de los films trataban directa o indirectamente sobre el racismo y la discriminación hacia los negros. I Am Not Your Negro, que fue uno de ellos, lo proclamaba desde su título (no soy tu negro), que hoy suena más violento que cuando Baldwin dijo esa frase. El término negro en inglés no fue considerado despectivo hasta mediados de los 60, y era usado por blancos y negros, pero por su similitud con el definitivamente insultante nigger lo fue desplazando black, esgrimido con orgullo hasta que, debido a cierta crítica semiótica-lingüística, comenzó a ser sustituido a su vez por afroamerican. Pero Baldwin era de los que consideraban que negro era la definición de una clase en particular de afroestadounidense, subordinado y reducido a estereotipos con los que no se identificaba.

Los textos de Baldwin -acreditado como guionista, obviamente involuntario- son leídos por Samuel L Jackson, cuya voz no se parece a la del autor -según se puede comprobar en segmentos de entrevistas de época incluidospero que de todos modos es una elección espléndida, tanto por su tono natural -grave, rasposo e inmediatamente reconocible- como por su expresividad, y porque es fácil asociarlo con el discurso rebelde y disidente del escritor. En esos textos, Baldwin reflexiona, ya con más de una década de perspectiva y desde su autoexilio en Francia, acerca de lo que habían sido para él las vidas y muertes de aquellos tres hombres y, a partir de ellas, de toda su relación con el mundo estadounidense blanco, anglosajón y protestante, mientras en pantalla desfila un nutrido material documental con imágenes de varias épocas. Por supuesto, el escueto texto sobre X, King y Evers que Baldwin dejó escrito no alcanza para narrar un largometraje, de modo que Peck intercala algunas entrevistas de época a Baldwin -incluso una televisiva, en la que compartió un muy tenso debate con X y King- y algunos informes del FBI sobre él, la única vía por la que se menciona la homosexualidad del escritor, que fue central en su biografía y su literatura pero aparece muy soslayada en el documental.

El ritmo, la estética visual y el montaje de Peck son impecables, así como el acompañamiento sonoro, y la energía discursiva de lo escrito por Baldwin -que no era tan poderoso o carismático como orador- es notable, así como la actualidad de su visión y su indignación. Sin embargo, las correspondencias visuales elegidas por el director chocan en ocasiones con la ideología, combativa pero en el fondo conciliadora y sin sobretonos de discriminación o resentimiento irracional hacia los blancos. Algunas son al menos dudosas, o algo gratuitas, como cuando un texto en el que Baldwin habla de los blancos racistas como “enfermos morales” es unido a unas filmaciones de los años 50 de hombres y mujeres blancos que no parecen estar envueltos en ningún tipo de actividad ni remotamente racista, sino simplemente pasándola bien. Pero lo más cuestionable de I Am Not Your Negro es la redundancia simbólica y los paralelismos evidentes que el director hace entre la lucha por los derechos civiles en los 60 y los conflictos contemporáneos relacionados con el movimiento Black Lives Matter. Esta conexión tal vez sea un poco exagerada, ya que hay que ser no sólo pesimista sino directamente irrespetuoso hacia la lucha por la igualdad racial si se considera que la situación es exactamente la misma en 2016. Incluso se podría haber hecho el paralelismo pero sin recalcarlo una y otra vez con imágenes actuales que, más que una continuidad, dan más bien una idea de anacronismo forzado. Esta notoria y hasta irritante redundancia -que por otra parte es el único defecto verdadero de este documental elegante y furioso- fue extrañamente ignorada por la totalidad de la crítica cinematográfica estadounidense, y eso es, a su manera, otra demostración de la fragilidad actual de las relaciones étnicas, que fueron tema central en la obra de este intelectual fascinante y solitario.

I Am Not Your Negro

Dirigida por Raoul Peck, sobre textos de James Baldwin.