Se puede decir lo que se quiera sobre aquel híbrido de punk y metal stoner que fue el grunge, movimiento generado alrededor de la escena rockera de Seattle a principios de los 90, pero sus cantantes han sido coherentes con las imágenes ominosas y oscuras frecuentes en sus letras, y con una alarmante obsesión por la muerte y la autodestrucción que, a unos 20 años de su apogeo, ya ha mandado a la tumba a la mayoría de sus frontmen más notorios, a los que se sumó ayer -a los 52 años y en forma totalmente inesperada- Chris Cornell, el carismático cantante de una de las bandas pioneras de Seattle, Soundgarden, y del supergrupo Audioslave. Inició esa siniestra seguidilla Andrew Wood, cantante de Mother Love Bone, banda a la que se consideraba la más promisoria en la efervescente comunidad musical de Seattle, quien murió por sobredosis de heroína a los 24 años, días antes de que saliera el disco debut de su grupo (cuyos sobrevivientes formarían luego Pearl Jam). En 1994, el suicidio de Kurt Cobain, líder y vocalista de Nirvana -la banda responsable de la explosión mundial del género-, a los 27 años, marcó a toda una generación y en cierta forma terminó con el grunge. En 2002 fue el turno de Layne Staley, cantante de Alice in Chains, una de las bandas más exitosas de los 90, que murió a los 34 años con la salud estragada por una drogadicción abrumadora. Y en 2015 murió, a los 48 años, Scott Weiland, cantante de Stone Temple Pilots -banda de San Diego, no del estado de Washington, como las demás, pero indisolublemente ligada al concepto del grunge-, víctima de una mezcla de drogas. Con el suicidio de Cornell, de los cantantes de las cinco bandas que Wikipedia nombra como las más representativas del grunge, Nirvana, Alice in Chains, Soundgarden, Stone Temple Pilots y Pearl Jam, sólo sobrevive el de esta última, Eddie Vedder.

Y de todos los personajes notorios del grunge, Cornell era quien se asemejaba más a la antigua concepción de “dios del rock”. Melenudo, atractivo y con un registro vocal de cuatro octavas, pero a la vez un músico lleno de recursos y con buena formación técnica, hacía recordar más a sus ídolos exuberantes de los años 60 y 70 -Led Zeppelin, Free, Black Sabbath-, que a los punks antisociales que parecían orbitar la obra de Kurt Cobain o The Melvins. Soundgarden (“jardín de sonido”, un estupendo nombre que, además, homenajeaba a una escultura homónima y distintiva de Seattle) se formó en 1984, con él en voz y batería, pero rápidamente pasó al frente de la banda, que editaría en 1988 su primer disco -Ultramega OK- en el sello Sub Pop, que se convertiría en el epicentro de todo un movimiento estético y cultural, con elementos de punk, metal y psicodelia, y el espíritu de los olvidados muchachos del noroeste de Estados Unidos, que para el rock no había sido mucho más que el lugar donde nació Jimi Hendrix. Soundgarden fue saludada como la nueva esperanza del rock mundial, aunque la aspereza de sus primeros discos no ayudó a hacerla popular. El éxito le llegaría recién con el tercero, Badmotorfinger (1991), que fue posiblemente su mejor obra, y además pudo subirse al caballo del fenómeno generado por el Nevermind de Nirvana, editado apenas un mes antes. En el mismo año, Cornell formó un grupo alternativo como homenaje a su amigo Andrew Wood, que había muerto un año antes, en el que presentaba -en un colosal dúo en la balada pesada “Hunger Strike”- al todavía desconocido Vedder.

El éxito de Soundgarden, menos explosivo que el de Nirvana, fue un proceso acumulativo que alcanzó dimensiones similares; su disco siguiente, Superunknown (1994) vendió nueve millones de copias, y las nuevas y exitosas bandas que llevaban el grunge a las masas -Pearl Jam, Alice In Chains, Stone Temple Pilots- le debieron más a la influencia del hard rock pesado de Soundgarden que a la orientación más punk de Nirvana y Mudhoney. Sin embargo, Superunknown comenzó a abrir una brecha entre Cornell y sus compañeros, ya que el cantante tendía hacia las baladas psicodélicas, como el hit “Black Hole Sun”, mientras que los demás preferían un sonido más heavy. Esa orientación de Cornell predominó en el disco siguiente, Down on the Upside (1996), en el que primaba un sonido más acústico, pero no repitió el éxito del anterior y la banda se separó luego de una gira con Metallica. Cornell quedaba libre, así, para convertirse en la estrella individual que ya parecía ser.

En todas direcciones

Rápidamente el cantante dio señales de que no quería quedar anclado al legado de Soundgarden. En su primer disco como solista, el elogiado Euphoria Morning (1999), profundizó su predilección por los tiempos lentos y las baladas climáticas, pero en 2001 volvió al rock más pesado, al sumarse a Audioslave, formado por tres ex integrantes de Rage Against the Machine luego de que se distanciaran del cantante Zack de la Rocha. Con una orientación más propia del nuevo metal riffero del que provenían los Rage, Audioslave editó tres discos exitosos antes de disolverse en 2007, una vez más por contradicciones musicales. Cornell realizó entonces uno de los movimientos estéticos más extraños de su carrera, aliándose con el productor de pop y hip hop Timbaland para hacer un disco solista llamado Scream (2009), en cuya portada aparecía, significativamente, a punto de destrozar una guitarra contra el suelo. Fue un divorcio absoluto tanto de su obra con Soundgarden y Audioslave como de su trabajo solista previo, presentando un pop-funk-electrónico con toques de soul, que no pegaba ni con cola con su estilo vocal y que fue recibido por la crítica como un desastre absoluto pero tuvo ventas relativamente aceptables.

Se dio cuenta de que no estaba yendo en la dirección correcta y decidió volver a las raíces: apenas un año después, se contactó con los ex Soundgarden para reformar la banda. Luego de la previsible celebración con un lujoso recopilatorio llamado Telephantasm (2010), editaron en 2012 King Animal, que los mostró en el mejor estado musical que se les conociera, juntos o separados,desde Superunknown, y comenzaron una etapa que perduraba hasta estos días, en los que la banda estaba de gira y había anunciado que preparaba un nuevo disco.

La noticia de que Cornell se había ahorcado en un hotel, tras un show en Detroit y cerrando de algún modo el ciclo siniestro iniciado con la muerte de Andrew Wood, cayó como una bomba. Si bien el artista tenía antecedentes depresivos y provenía de una ciudad que en algún momento de los 90 fue considerada la “capital de la heroína” en Estados Unidos, donde las muertes por sobredosis y suicidio eran habituales en la escena musical, el cantante era -a diferencia de Cobain, Staley o Weiland, conocidos por sus personalidades torturadas- uno de los íconos del grunge con imagen más positiva y saludable. Siempre reconoció que había tenido problemas de abuso de sustancias tóxicas en su adolescencia, y se refirió a ellos en las letras de varias de sus canciones, pero en las últimas entrevistas solía mencionar lo curioso que le resultaba que en la actualidad ni siquiera se tomara alcohol en el backstage de Soundgarden. En todas sus declaraciones recientes parecía animado y optimista, llevaba una vida tranquila junto a su segunda esposa y su familia, y decía estar muy entusiasmado con los nuevos proyectos de la banda.

Sin embargo, en una crónica del que terminó siendo, antenoche, el último concierto de Cornell, un periodista de Detroit Free Press narró que la actuación del vocalista fue bastante errática y desprolija: olvidó estrofas enteras de los temas y abandonó el escenario un par de veces. De cualquier forma, el mismo cronista reconoció en su reseña que el líder de Soundgarden se había retirado después del show saludando a sus fans y de aparente buen humor. De ahí en adelante, todo es un misterio que ninguna leyenda podrá realmente resolver.