Hay películas en las que el resultado artístico es menos importante que su circunstancia y su contexto histórico. ¡Huye! es una de ellas. Aunque se trata en apariencia de un simple producto de entretenimiento, fue un objeto de debate hasta para gente que lo único que sabe de cine es que a veces en las salas se come pop. Apenas estrenada e incluso antes -en base a algunas funciones previas-, causó polémicas entre algunos indignados que la consideraban una apenas velada pieza de propaganda racista antiblancos, quienes la veían como una representación y una consecuencia directa del triunfo electoral de Donald Trump y el racismo tradicional, y quienes señalaban que simplemente era una película de horror con algunos matices sociales. O no tan “simplemente”, porque los elogios críticos la presentaban como una obra maestra del género, que cubría todas las bases del suspenso y, además, diseccionaba todo lo que está mal en Estados Unidos. Casi nada lo del ojo, pero no parecía imposible, ya que el cine de horror ha ganado respetabilidad hace tiempo y, en unas décadas en las que ha florecido notoriamente, ha producido auténticas obras maestras como Let the Right One In (Thomas Alfredson, 2008), The Descent (Neil Marshall, 2005) o Green Room (Jeremy Saulnier, 2015), y no había ningún motivo para que ¡Huye! no se sumara a la lista.

Aunque el género es muy abierto a los debuts de cineastas desconocidos, con ideas nuevas y nulo presupuesto, el autor de ¡Huye! no es un recién llegado, y no se trata de una producción barata que explotó sólo por su originalidad. La película fue escrita, coproducida y dirigida por Jordan Peele, no muy conocido en estas latitudes pero parte, junto a Keegan Michael-Key, del dúo humorístico Key & Peele, que se destacó en una serie de estupendos sketches de humor racial para el canal Comedy Central, y en este primer film contó con un elenco de figuras conocidas, como Catherine Keener y Allison Williams. ¡Huye! cuenta la historia de una pareja interracial -compuesta por André (el actor inglés Daniel Kaluyaa) y Williams-, que decide viajar a un aristocrático pueblo del sur estadounidense para conocer a la blanquísima familia de la novia, en lo que parece ser una versión actualizada del clásico antirracista ¿Sabes quién viene a cenar? (Stanley Kramer, 1967), con Sidney Poitier. Sin embargo, esa familia se comporta en forma totalmente abierta, integradora y amistosa, pero mientras pasan los días la atmósfera empieza a enrarecerse y André descubre que puede estar metido en algo mucho más siniestro que una simple visita con algunas incomodidades culturales.

Decir más del argumento sería revelar secretos, pero digamos que los personajes blancos no tienen un rol muy simpático en el film, y ni siquiera se trata de sureños racistas y prejuiciosos, sino de personajes en apariencia progresistas y amables, detrás de cuya supuesta falta de prejuicios se esconden intenciones macabras. Esta visión de peligro cultural-racial, en la que el mal está encarnado por los blancos hizo que algunos medios denunciaran la película como una muestra de racismo inverso, que presentaba una versión muy negativa de la relación entre blancos y negros mientras movimientos como Black Lives Matter denunciaban un recrudecimiento de la violencia institucional hacia los afroestadounidenses. El asunto se discutió mucho, pero el film fue un éxito de taquilla pese a las advertencias de la prensa más reaccionaria.

El tema racial es indudablemente una parte esencial de ¡Huye!; ¿se trata, entonces, de una película racista? En cierta forma es una pregunta irrelevante, o mejor dicho, una que se contesta simplemente diciendo “es una película de horror”. Como tal, se nutre de prejuicios, fobias, simbologías ominosas e inseguridades colectivas para estremecer al espectador, y -como las mejores obras de John Carpenter, David Cronenberg y George Romero- reflexiona metafóricamente sobre esos miedos, sus causas y sus proyecciones, dentro de un entorno fantástico. No es un film realmente cuestionable, como Selma (Ava Du- Vernay, 2015), que distorsionaba los hechos históricos para que el presidente Lyndon B Johnson pareciera un opositor a los derechos civiles de los negros, y su mensaje dista de ser un alegato político unidireccional. Sí podría decirse que, en el clima actual, una película que hiciera lo opuesto -presentar a un personaje blanco inmerso en un ambiente pesadillesco compuesto por negros- sería percibida sin duda como racista (de hecho, hubo muchas así, que hoy son muy mal vistas), pero la hipersensibilidad de un lado no debería extenderse a la totalidad de las percepciones.

En realidad, lo que resulta realmente preocupante de las reacciones ante esta película no es tanto la discusión acerca de sus contenidos ideológicos explícitos o subyacentes, sino cómo estos han alterado la percepción de ¡Huye!, lo que llevó a que todas las reseñas de la crítica estadounidense más o menos progresista (que es la enorme mayoría) la saluden como una obra maestra, convirtiéndola en la película de horror con mejor promedio crítico de los últimos tiempos; una reacción similar al absolutamente desproporcionado entusiasmo por la serie de Netflix Dear White People, cuya temática gira alrededor del conflicto racial y que, a pesar de su pedantería y tosquedad, ha recibido elogios unánimes de ese amplio sector especializado. Aparentemente, los críticos cinematográficos y televisivos estadounidenses -que suelen ser blancos- se desarman de angustia ante el miedo a ser severos u objetivos con un producto realizado por artistas negros y que trata del racismo, quedando por ello bajo sospecha de ser racistas, y exageran las virtudes de películas o series de este tipo. Porque la pregunta sobre ¡Huye! -que al fin y al cabo es una fantasía de suspenso- no es a qué realidad responde, sino con qué nivel de calidad lo hace. Y, al menos en esta opinión subjetiva, no está ni cerca de ser la obra excepcional que se ha descrito.

En cierta forma, es como una versión extendida de uno de los graciosísimos sketches de humor racial de Key & Peele, sólo que el elemento absurdo-hilarante es reemplazado por un absurdo-ominoso, con toques de Alfred Hitchcock y Roman Polanski (es notoria la influencia de El bebé de Rosemary -1968-), las actuaciones -especialmente la de Kaaluya y la de la gran Catherine Keener como la matriarca del clan familiar en el que cae el joven- son excelentes, y hay numerosos detalles muy trabajados en los personajes secundarios y los diálogos, además de un par de escenas oníricas muy atractivas. Pero, una vez que la trama pasa de lo sugerente y lo contenido a su resolución explícita, se nota mucho la ausencia de un director más familiarizado con el lenguaje del horror y el suspenso. ¡Huye! tiene una gran premisa, un montón de buenas ideas y muchas escenas perfectamente logradas, pero, paradójicamente, no es una gran película del género que usa como vehículo. En algún lugar se queda en el medio, sin abrazar la farsa satírico-política como la clásica y también muy politizada They Live (1988), de John Carpenter -con la que tiene varios puntos en común-, ni mostrar el conocimiento de los recursos genéricos del llamado “horror inteligente” o “nuevo horror”, representado por directores como Ti West, Jennifer Kent o nuestro compatriota Fede Álvarez. Las buenas ideas originales chocan con desarrollos forzados, que resultan -valga un término que es extraño aplicarle a una película de terror- inverosímiles dentro de su propia lógica.

En suma, es una buena película menor, a la que toda la indignación previa y la sobredimensión posterior le juegan en contra, porque la insertaron en una discusión en la que se toma partido más por ideología que por afinidad estética. Como si estuviéramos hablando de una obra de denuncia y no de un género que siempre es mucho más incisivo en sus observaciones sociales cuando no se le notan tanto.

¡Huye! (Get Out!)

Dirigida por Jordan Peele. Estados Unidos, 2016. Con Daniel Kaluyaa, Allison Williams y Catherine Keener. Grupocine Ejido y Punta Carretas; Life Cinemas 21 y Costa Urbana; Movie Montevideo, Nuevocentro y Portones; shoppings de Colonia, Las Piedras, Paysandú, Punta del Este, Rivera y Salto.