El carioca Antonio Candido, fallecido el viernes, fue poeta, ensayista, docente y el mayor crítico literario brasileño, además de impulsor incansable de proyectos de integración regional. la diaria dialogó con el docente e investigador Pablo Rocca, para quien el brasileño se convirtió tempranamente en un maestro, y que el año pasado publicó Un proyecto latinoamericano. Correspondencia entre Antonio Candido y Ángel Rama.
Consultado sobre los aportes más significativos de Candido a los estudios literarios del continente, Rocca señaló que, entre otras cosas, “su obra crítica e historiográfica sobre distintos aspectos de la literatura brasileña contribuye a esclarecer ejemplos hispanoamericanos o del Caribe, aun sin dedicarse al examen concreto de ejemplos de estas zonas, e incluso sin necesidad de conocerlos de primera mano. La interpretación de Candido de los Contos gauchescos (1916), de João Simões Lopes Neto, señala el cambio epistémico fundamental que se produce con la voz que simula la oralidad popular antes que el privilegio del narrador culto, y resulta clave para entender la posterior narrativa latinoamericana que el propio Candido llamará ‘superregionalista’ (Pedro Páramo, de Juan Rulfo; Grande sertão, veredas, de João Guimarães Rosa; Los ríos profundos, de José María Arguedas, etcétera), pero sirve, de paso, para revisar lo que pobremente la crítica hispanoamericana había llamado ‘criollismo’ (y queda mucho por hacer en esa perspectiva, por ejemplo, con Javier de Viana, a quien no me consta que Candido haya leído)”.
También apuntó que el estudio de Candido de la novela O cortiço, de Aluísio Azevedo (1890), “como forma que continúa e interpreta brasileñamente las ideas de Émile Zola, de las cuales consigue desprenderse para discutir la estructura social y económica, resulta muy útil para entender novelas como Sin rumbo, de Eugenio Cambaceres, y las tensiones entre literatura y sociedad en Argentina; o Diana cazadora, de Clímaco Soto Borda, y los debates sobre la sexualidad en Colombia. No hay mención alguna por parte de Candido a estas u otras novelas hispanoamericanas cercanas a la de Aluísio y, sin embargo, no conozco lecturas más iluminadoras sobre el género y la serie naturalista en América Latina”.
En cuanto a la incidencia de su proyecto crítico latinoamericano, el investigador cuenta que, en varias oportunidades, el propio Candido señaló que “ningún otro de Hispanoamérica -con la muy parcial excepción de México- puede mostrar como Brasil, en el siglo XIX, el desarrollo de un pensamiento crítico orientado sobre todo al examen de su literatura”. En ese marco, “la primera prevención del joven Candido fue estudiar el método crítico de Sílvio Romero, y, aunque en su correspondencia con Ángel Rama reconoció que las posiciones de Romero eran injustas y hasta conservadoras, no dejó de proponer una antología de sus escritos para la Biblioteca Ayacucho de Caracas, a fin de que el lector de lengua española supiera cuál podía ser el punto de arranque de esa tradición crítica, que involucra la comprensión del texto en su medio, y que reconoce las matrices europeas, pero que también indaga en la vena popular del cancionero, de la fascinante literatura de cordel perdida en Europa y reinventada en el nordeste”.
Según Rocca, “Candido dio el gran salto cuando publicó Formación de la literatura brasileña (Momentos decisivos) (1959). Hasta donde sé, sólo en Montevideo se atendió a su propuesta. Primero, en Marcha, Emir Rodríguez Monegal había reproducido (y quizá traducido) una serie de respuestas de Candido sobre modernismo brasileño; segundo, a través de la recuperación singular que Ángel Rama hace del concepto de ‘sistema literario’ (es decir, la comparecencia armónica entre obra, autor y público), que aplica al caso de la literatura gauchesca. Durante décadas, la obra de Candido casi fue desconocida en Hispanoamérica. Hoy integra su patrimonio en distintos rincones”.
En lo que tiene que ver con sus modelos teóricos para la comprensión de la literatura, Rocca explica que Candido “tenía formación literaria, filosófica, sociológica y antropológica y, además, se sintió muy cerca de la historia política. Sin caer en ninguna forma de eclecticismo, propuso hacia 1970 el concepto notable de ‘crítica integral’: tomar de los métodos que fueren aquello que tuviera directa relación con el estudio del texto según sus demandas. Si una novela ponía énfasis en lo social, la sociología de la cultura podía auxiliar; si un poema se negaba a la decodificación ostensible, no podía desdeñarse la teoría formalista”.